Hoy
nos gozamos con María Inmaculada porque es ella como la aurora que nos anuncia
el día que llega, el día de la salvación
Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Romanos 15,
4-9; Lucas 1, 26-38
En medio del camino del Adviento que
iniciábamos el pasado domingo nos aparece hoy la figura de María en esta fiesta
de su Inmaculada Concepción que siempre nos cae en este marco, pero que este
año se hace coincidir con el segundo domingo de Adviento. Repetidamente
aparecerá en la liturgia en este camino de preparación para la Navidad la
figura de María. De mano de quien mejor podemos nosotros hacer este camino que
de mano de María.
En la Palabra de Dios que para esta
fiesta se nos propone aparece como en un contrapunto la figura de Eva y la
figura de María. Nos aparece Eva en el relato del Génesis en esa página llamada
precisamente el proto-evangelio, porque viene a convertirse en el primer
anuncio, la primera Buena Nueva de la salvación que Dios nos ofrece para
nuestro pecado.
Cuando nos acercamos al Génesis podemos
ir llenos de prejuicios y de no tan correctas interpretaciones por lo que
algunos casi lo descartan como fruto de leyendas y de mitos que dicen que se
contraponen a conceptos que dicen científicos de lo que es el origen del
universo y de la humanidad. Desde el sentido creyente de la vida con el que
ponemos siempre a Dios en el centro y origen de nuestra existencia y de la vida
misma, sabemos que nunca haremos de esas primeras páginas de la Biblia ninguna
lectura literal ni por supuesto tampoco de signo científico.
Pero en esa lectura creyente que del Génesis
hacemos podemos descubrir el sentido de Dios que gravita en el fondo de la
existencia del universo mismo y que ahora mismo que tan dados somos a ecologías
y cuidados del medio ambiente allí veremos también como Dios ha puesto su obra
creadora en las manos del hombre para que la cuide y para que la desarrolle con
las capacidades de las que está dotado. Que nunca la maldad que se introduce
con tanta facilidad en el corazón del hombre destruya la vida ni destruya la
obra creada de Dios.
Fijémonos como cuando dejamos
introducir ese mal en el corazón del hombre, de la persona, en nuestros deseos
de grandeza y de poder queremos ser como dioses que se sientan por encima de
todo y de todos no importándole destruir lo que sea para no bajarse del
pedestal en que ha querido subirse.
Lo que nos relata el Génesis del pecado
de Adán y Eva lo podemos seguir leyendo, lo podemos seguir viendo en el corazón
de la humanidad hoy donde seguimos con nuestros afanes y nuestros orgullos de
grandeza y de poder que nos divide y nos destruye como destruye cuanto esté en
nuestro derredor. Cuando se mete esa maldad en el corazón pronto aparece la
discordia y el enfrentamiento porque nunca queremos reconocer que la culpa es
nuestra sino del otro o de la circunstancia. Eva me dio de comer dirá Adán, la
serpiente me engañó replicará Eva, pero nunca reconocemos cuando de ambición y
de orgullo hay en nuestro corazón.
Es bueno detenernos un poquito a
hacernos esta reflexión del pecado de la humanidad, porque no es un pequeño
etéreo y en abstracto sino que tenemos que reconocer que sigue siendo nuestro
pecado y ver ahí nuestra propia destrucción. Pero esta página es una página de
esperanza porque para ese pecado que nos destruye hay una salvación. Es la
promesa de Dios que escuchamos en esta página del Génesis. ‘Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su
descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón’.
Está el anuncio de la victoria sobre el
mal ‘te aplastará la cabeza’, y aparece también en cierto modo la figura
de María. Es la mujer cuya descendencia será nuestra salvación. Es por lo que
escuchamos este texto en esta fiesta de Maria, porque ya María, en virtud de
los méritos de su Hijo, nació liberada de la esclavitud del pecado. Por eso la
llamado Inmaculada en su Concepción.
Hoy el ángel del Señor la llama la
llena de gracia, porque es la que está llena de Dios cuando le anuncia que va a
ser la Madre del Altísimo. Decíamos antes como en contrapunto aparecen Eva y
María, porque si aquella primera mujer la vemos seducida por el maligno – no
nos quedemos de manera simple en la prohibición o la tentación de una fruta
cogida de un árbol y comida – puede ser esa figura o esa imagen de la humanidad
manchada por el pecado porque desobedece el plan de Dios, en contrapunto
aparece María, la Inmaculada, la llena de gracia y que se convierte por su
obediencia de fe en el puente de nuestra salvación porque es la madre del que
vino a traernos la salvación.
Hoy nos gozamos con Maria, como los
hijos se gozan con la Madre, pero hoy nos gozamos con María porque ella es
aurora que nos anuncia el día que llega, el día de la salvación. Como nos
gozamos tras una noche oscura cuando al amanecer van apareciendo los primeros
albores del nuevo día, así nos gozamos con María y de manera especial en este
camino de Adviento que estamos haciendo y que nos conduce a la celebración del
nacimiento del Salvador.
En los pasos que vamos dando en este
camino tantas veces oscuro de la vida vayamos impregnándonos de esos albores de
gracia que en Maria contemplamos para que vayamos desprendiéndonos de esas
negruras de orgullo y de vanidad en que nos vemos envueltos tantas veces para
que imitando a María nos revistamos de esas vestiduras de gracia del hombre
nuevo con nuestra humildad y nuestra disponibilidad, con nuestra apertura a los
designios de Dios y nuestra obediencia de fe, con la generosidad de un corazón
desprendido y que se ha despojado del orgullo y de la vanidad que nos hacia
creernos grandes y nuestro compromiso siempre renovado de hacer de este mundo
lleno de violencia y de maldad un mundo nuevo de verdad y de paz.
De mano de María será un hermoso camino
de Adviento que nos llevará a una autentica navidad de Dios que se hace más
presente en nuestro mundo.
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