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miércoles, 19 de abril de 2017

El Señor siempre nos sale al paso y nos acompaña en los caminos de la vida dándonos su luz aunque muchas sean nuestras oscuridades o nuestras dudas

El Señor siempre nos sale al paso y nos acompaña en los caminos de la vida dándonos su luz aunque muchas sean nuestras oscuridades o nuestras dudas

Hechos de los apóstoles 3,1-10; Sal 104; Lucas 24,13-35
Cuando ponemos nuestra esperanza e ilusión en alguna cosa, una meta quizás que nos hemos propuesto en la vida, unas promesas de algo bueno que habíamos recibido, un empeño de superación de nosotros mismos en el desarrollo de unos valores o unas cualidades, pero de repente todo parece que no sale mal, nuestras expectativas no se ven cumplidas, lo que anhelábamos no lo pudimos conseguir, sentimos deseos, como se suele decir, de tirar la toalla, olvidarnos de todas esas metas que nos habíamos trazado y tomar un rumbo a la inversa quizás en la vida. Es el desaliento y el desanimo que nos apagan las ilusiones, que nos dejan como muertos sin ganas de seguir luchando, el mundo parece que se nos viene abajo. Situaciones así pasamos algunas veces en la vida.
Allá se marchaban de Jerusalén aquellos dos discípulos desalentados quizás buscando alejarse totalmente de lo que habían sido sus ilusiones y esperanzas, poner tierra por medio, como solemos decir, volviéndose a su aldea, a su casa, pero dándole mil vueltas en su corazón desalentado a todo lo que había sucedido.
Tan enfrascados iban en sus pensamientos que no reconocen al caminante que se les ha unido. Entran en conversación y no puede ser otro el tema que todo lo que ha sucedido en aquellos días en Jerusalén. El caminante pregunta y escucha y ellos sacan todas las penas y desilusiones que llevan en su corazón. Pero quien parecía no saber de que iba la cosa comienza a hablarles con palabras que les hacen comprender, con palabras que responden a sus dudas e inquietudes, con palabras que no solo les explica todo el sentido de las Escrituras que se cumplen en lo que ha sucedido, sino que van llenando de paz su corazón.
Quienes iban encerrados en si mismos, sin embargo ahora son capaces de abrir su corazón para la soledad y no quieren permitir que aquel caminante sufra peligro en la noche en aquellos caminos oscuros de Judea. ‘Quedate con nosotros porque atardece y el día va de caída’, es la invitación que le hacen abriéndoles ahora la intimidad de sus hogares.
Paso a paso se habían ido transformando; luego dirán que les ardía el corazón mientras El les explicaba las Escrituras por el camino; ya estaban en su punto para poder reconocer al Señor. Y en el gesto de partir el pan a la hora de la cena, le reconocen. Es el Señor. Mira como ardía nuestro corazón, porque era El quien venia con nosotros y nos lo explicaba todo. Serán capaces de ponerse de nuevo en camino para volver a Jerusalén a hacer el anuncio. ‘Era verdad, ha resucitado el Señor’, les comentan los de Jerusalén mientras ellos cuentan cuantas cosas les han sucedido mientras iban de camino.
¿Dejamos que la oscuridad nos venza? ¿Nos quedamos enfrascados – metidos en el frasco – en nosotros mismos o queremos en verdad buscar la luz para que no se apaguen nuestras esperanzas? En la vida pasamos por esos peligros en mil situaciones de todo tipo que nos puedan suceder. En la vida nos sucede muchas veces así en el campo de la fe que parece que se nos apaga la luz y todo parece oscuro. Tenemos que saber que el Señor esta ahí aunque nos cueste reconocerle.
Abramos en verdad nuestro corazón, nuestra vida para aprender a descubrirle allí donde El quiere manifestársenos en el camino de la vida, que muchas veces será en el sitio y en el momento que nosotros menos esperamos. Pero el Señor nos acompaña siempre en nuestro camino.

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