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jueves, 8 de septiembre de 2016

Nos felicitamos con la Madre en el día de su nacimiento que fue verdadera aurora de nuestra salvación

Nos felicitamos con la Madre en el día de su nacimiento que fue verdadera aurora de nuestra salvación

Miqueas 5, 1-4ª; Sal 12; Mateo 1,1-16.18-23

¡Felicidades, María! Sí, felicidades ya te llames Luz o te llames Remedios, ya te llames Pino o te llames Guadalupe, ya el nombre con que te llamen sea Covadonga o sea Victoria, hoy es tu día. ¡Felicidades, Madre! Es tu cumpleaños; hoy fue el día de tu nacimiento. En nuestro amor te damos muchos nombres, que son como piropos con los que queremos embellecer si cabe más tu hermosura; pero tu nombre hermoso es María, como te llamó el ángel, pero eres la agraciada de Dios, la bendecida del Señor, eres su Madre y eres nuestra Madre.
No sabemos cómo mejor bendecirte y alabarte, como mejor manifestar ese amor grande que tenemos, y la alegría que sentimos en tu fiesta; por eso los pueblos a lo largo de la geografía quieren celebrar tu nacimiento y te invocan con distintos nombres, pero todos quieren ser el amor devoto de quienes generación tras generación te hemos visto y llamado dichosa y bienaventurada.
Hoy es un día grande. No es el nacimiento de una niña más, con todo lo que ya en si mismo tiene el nacimiento de una nueva criatura. Es que con tu nacimiento comienza a resplandecer en el horizonte de la historia y de la vida el resplandor de una nueva aurora. La aurora anuncia la salida del sol y comienza a reflejar ya en el horizonte los colores de los que se llena el universo con la salida del sol. En ti, María, estamos viendo esa hermosa aurora que nos anuncia al Sol que viene de lo alto, en ti, María, estamos contemplando la aurora de la salvación, porque de ti ha de nacer el Salvador. Por eso tu nacimiento no puede pasar desapercibido.
Quizá aquel día en aquel humilde hogar de Jerusalén en los alrededores de la piscina de Betesda y en la cercanía del templo cuando se oyó tu primer llanto al venir a la vida, los vecinos de alegraran por el nacimiento de la hija de aquellos venerables y devotos padres, Joaquín y Ana, y se felicitaran con ellos. Pero allí estaba brotando un hermoso renuevo del tronco de Jesé que daría hermosa flor que nos traería el fruto salvífico de la vida y de la salvación. Por eso nuestra alegría quiere ser grande en la fiesta de tu nacimiento y queremos así mostrarte todo nuestro amor, como al tiempo alabar y bendecir al Señor que nos ha dado tan hermosa flor, presagio y anuncio de nuestra salvación.
Queremos ofrecerte nuestro amor con el que queremos copiar en nosotros tu belleza y tu santidad; queremos ofrecerte nuestro amor siguiendo tus mismos pasos, y dejándonos iluminar por la verdadera luz del Sol que nos trae la salvación. Ojalá nosotros podamos reflejar en nuestra vida, como tú, verdadera aurora de la salvación, reflejaste en tu vida la santidad de Dios; que nuestra vida se llene de los colores vivos del amor, que reflejemos en nosotros esa luz de Dios que en ti brilla porque aprendamos de tu solidaridad para salir también al encuentro de los demás, para ponernos en el camino del servicio y de la atención a los necesitados; que brille también nuestro rostro y nuestra vida toda con la luz de la gracia, porque como tú, María, sepamos llenarnos de Dios.
Alcánzanos, Madre, tú que eres la bendecida de Dios y la bendita entre todas las mujeres, la bendición de Dios que nos santifique y nos haga resplandecer, como tú, de amor.
¡Felicidades, María! ¡Felicidades, Madre! en el día de tu nacimiento, aurora y anuncio de nuestra salvación

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