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martes, 14 de octubre de 2014

Centremos nuestra atención allí donde ponemos nuestro amor y seamos auténticos y sinceros en lo que hacemos en la vida

Centremos nuestra atención allí donde ponemos nuestro amor y seamos auténticos y sinceros en lo que hacemos en la vida

Gál. 5, 1-6; Sal. 118; Lc. 11, 37-41
¡Qué importante hacer las cosas de corazón! No nos podemos quedar en cumplir; no nos podemos quedar en las apariencias. Claro de corazón teniendo buen corazón, alejando de nosotros toda maldad. Nos hace ser más auténticos, más verdaderos. Nos ayuda a sentirnos más satisfechos de nosotros mismos. Si con un corazón bueno miramos a través de ese prisma a los otros estaremos contribuyendo a una mayor sinceridad en nuestra vida, en nuestras relaciones con los demás, los veremos con buenos ojos y estaremos contribuyendo a hacer un mundo más feliz.
Si actuamos desde la apariencia no siendo sinceros, esa misma insinceridad que estamos poniendo en nuestra vida nos hará desconfiar de los demás, porque estamos mirando bajo el prisma o a través del prisma de la malicia y de la falta de sinceridad y creemos que los otros también actúan así. Se tensan las relaciones, vivimos en un solapado enfrentamiento y en cualquier momento hasta puede saltar la violencia.
Vamos con demasiada acritud por la vida, somos excesivamente agrios, y esa acidez de nuestro espíritu amarga las relaciones entre unos y otros. Eso lo estamos viendo en el día a día de nuestra convivencia y de nuestra relación con los demás. Siempre andamos con sospechas, viendo malas intenciones en los demás, prejuzgando, saltando a la defensiva con violencia por cualquier cosa.
Fijémonos en el fariseo que invitó a Jesús hoy en el relato del evangelio que hemos escuchado. ¿Era una actitud de sinceridad la que mantenía aquel hombre con Jesús cuando sin decir nada, ni quizá haber ofrecido el agua de la hospitalidad a su llegada, estaba juzgando en su interior a Jesús porque no se lavaba las manos? Era la malicia que mantenía en su corazón aunque exteriormente quisiera quedar bien invitando a Jesús a comer a su casa.
Jesús se da cuenta. El conoce bien el corazón del hombre, pero además ante Jesús nada podemos ocultar porque El ve bien lo que tenemos por dentro. ‘Limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades’, le dice Jesús. Es la denuncia que continuamente Jesús les hace y es por lo que los llama hipócritas; hipócrita es que tiene doble cara; eran las máscaras que se ponían los actores en el teatro clásico para hacer las representaciones.
¿Qué diría Jesús de nosotros? Seamos sinceros con nosotros mismos para escuchar sin tapujos lo que el Señor tiene que decirnos. El nos pide autenticidad; no podemos andar con representaciones; la vida no es un teatro, aunque muchas veces parece que eso es lo que hemos hecho, por nuestra falta de sinceridad. Seamos auténticos de verdad.
Y quiero añadir algo. Cuidemos nuestras prácticas religiosas y las oraciones que hacemos. No se trata de cumplir ritualmente con las cosas sino que tenemos que mirar la sinceridad de corazón con la que las hacemos. Aunque también tenemos otro peligro del que hemos de estar prevenidos. Lo decimos así, que lo que decimos o rezamos con los labios lo vayamos diciendo y sintiendo también en el corazón. Es un peligro y una tentación, porque la mente nos juega muchísimas veces montones de pasadas. Mientras con los labios estamos diciendo unas oraciones, repitiendo quizá una y otra vez, nuestra mente puede estar lejos pensando en otras cosas.
Oremos con paz en el corazón centrándonos de verdad en aquello que estamos haciendo. Que no nos quedemos en repetir mecánicamente unas oraciones, sino que hemos de poner todo nuestro espíritu, toda nuestra atención para estar de verdad en aquello que estamos haciendo. Repito es un peligro que tenemos todos mientras rezamos nuestras oraciones, mientras participamos en las celebraciones.
Centremos nuestra atención allí donde ponemos nuestro amor. Y cuando estamos rezando suponemos que todo nuestro amor está puesto en el Señor.

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