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sábado, 28 de diciembre de 2013

Los santos inocentes fueron coronados de gloria en virtud del misterio de la navidad

1Jn. 1, 5-2, 2; Sal. 123; Mt. 2, 13-18
‘A ti, oh Dios, te alabamos… te ensalza la brillante multitud de los mártires…’ aclamamos en esta fiesta de los Santos Inocentes que ‘proclaman la gloria de Dios en este día no de palabra sino con su muerte’, como decimos en la oración litúrgica de esta fiesta. Volvemos a repetir que no está lejos de Belén la Pascua, pues quien ha venido para ser nuestro salvador en su pasión y muerte nos va a redimir, y bien sabemos que es camino de vida para nosotros.
Hemos escuchado su relato en el evangelio. Pronto las tinieblas quieren rechazar la luz. La estrella brilló bien alta y unos magos de Oriente descubrieron las señales y vinieron siguiendo el rastro de la estrella, como escucharemos en la Epifanía del Señor y hoy en cierto modo nos sirve de adelanto. Buscaban al recién nacido rey de los judíos. Pero los poderosos de este mundo ahí ven un contrincante. Las tinieblas rondan en el corazón de Herodes que despechado porque los Magos no le señalan el sitio concreto donde está el recién nacido ‘al verse burlado manda matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores’. Las reacciones de un corazón lleno de orgullo y soberbia.
Es el martirio de los Inocentes que hoy celebramos. No fue su boca la confesó la fe en Jesús, pero su muerte fue como un anticipo de lo que sería la muerte inocente del que vino para entregarse por nosotros para que tengamos vida para siempre. ‘Fueron coronados de gloria en virtud del misterio de la Navidad’, como proclamaremos en otra de las oraciones de la celebración.
El martirio de los inocentes, hemos dicho,  que se prolonga en todos los que a través de los tiempos en la historia de la Iglesia han derramado y siguen derramando su sangre por el nombre de Jesús. Es una multitud ya innumerable los que la Iglesia les ha reconocido su martirio y su santidad. Pero hoy en tantos lugares del mundo hay cristianos que siguen sufriendo por el nombre de Jesús. Con un poco de atención podemos escuchar esas noticias, aunque no ocupen primeras planas en los medios de comunicación. Estos mismos días de la Navidad de este año en distintos lugares son muchos los cristianos que han sufrido atentados y muerte incluso en medio de la misma celebración de la navidad.
Pero no quizá de una forma tan cruenta, pero no menos dolorosa, también hay muchos que sufren calladamente incomprensiones, acosos, malos tratos de forma injusta porque quieren vivir rectamente en fidelidad a una fe y a un sentido de vivir desde esa fe, aunque con debilidades y pecados porque somos humanos y tantas veces erramos y quizás no somos tan buenos como tendríamos que ser. Es un sufrimiento padecido en silencio, pero que el creyente quiere darle un sentido y un valor desde la fuerza y la gracia del Señor. Pone el creyente toda su confianza en el Señor porque sabe que en El nunca se sentirá defraudado por malos que sean los momentos por los que tenga que pasar.
Eso nos ha querido expresar el salmo que hoy hemos recitado. ‘Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos… nos habrían arrollado como las aguas del torrente que nos llegaba hasta el cuello, pero nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra’. Es la oración confiada que hace al Señor el que pone en Dios toda su fe y su confianza en medio de las dificultades y contratiempos que tiene que sufrir.

‘Dios es luz sin ninguna oscuridad’, nos decía san Juan en su carta en la primera lectura. Queremos vivir en la luz. Estos días de navidad está brillando continuamente ante nuestros ojos como un signo fuerte esa luz que es Jesús. Y aunque algunas veces nos dejamos seducir por las tinieblas del pecado, deseamos la luz, queremos la luz, acudimos a Jesús que por su sangre nos limpia de nuestros pecados. Como nos decía el apóstol Juan, ‘si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre, Jesucristo, el justo, porque El es víctima de propiciación por nuestros pecados’. Con qué confianza podemos y tenemos que acudir a Jesús. Cómo tendríamos que desear vivir siempre en santidad y sin pecado, vivir en la luz de Jesús.

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