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miércoles, 19 de mayo de 2010

Guárdalos en tu nombre para que sean uno

Hechos, 20, 28-38;
Sal. 67;
Jn. 17, 11-19

Continúa la oración de Jesús por sus discípulos. Sabe Jesús que el mal nos acecha, que nos podemos ver tentados por muchas cosas y algo terrible sería la división entre los que creemos en Él, y que por el testimonio que hemos de dar vamos a ser rechazados por el mundo, y por eso ora insistentemente al Padre por sus discípulos, es decir, por nosotros.
‘Guárdalos del mal… guárdalos en tu nombre…’ pide repetidamente Jesús al Padre. ‘Guárdalos en tu nombre para que sean uno…’ Será una petición y un deseo insistente de Jesús. lo volveremos a escuchar. Qué importante es que mantengamos la unión y la comunión. Si antes nos había dejado como su principal mandamiento el amor, que sería el distintivo de los discípulos, ahora insiste Jesús en nuestra unión que es fruto de ese amor. Esa unidad y ese amor que se rompe tantas veces desde nuestros corazones egoístas y desde nuestros orgullos. Por eso, con insistencia pide Jesús al Padre ‘guárdalos en tu nombre para que sean uno’. Porque ese será el mejor testimonio de nuestra fe, la unión y el amor.
La oración de Jesús al Padre viene a ser para nosotros por una parte un anuncio y prevención de lo que nos puede pasar, pero también una preparación de nuestro espíritu para que nos mantengamos firmes en nuestra fe y en el testimonio que hemos de dar. Porque nos vamos a encontrar un mundo adverso. ‘El mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo’. No somos del mundo porque nuestros estilo de vivir, nuestro sentido de vida es distinto. Estamos en medio del mundo pero no podemos contaminarnos por él. Hemos optado por Jesús, por ser sus discípulos y el sentido y el valor de nuestra vida es distinto; arranca de los valores del Evangelio, de la vivencia del Reino de Dios.
Ese odio del mundo lo seguimos sintiendo en nuestra propia carne en todos los tiempos, en nuestros tiempos también. Cómo se regodea el mundo tratando de desprestigiar a la Iglesia, a los sacerdotes, a los cristianos todos que quieren vivir fieles a su fe. Cómo se aprovechan de nuestros fallos humanos para caer sobre nosotros. Cómo frente al anuncio del evangelio de la vida, a la proclamación de nuestra fe, al testimonio de nuestros principios y valores nacidos del evangelio, el mundo de moviliza con todos sus medios para ir en contra.
Es la lucha del mal contra el bien. Nadamos a contracorriente y no hemos de temer porque ya Jesús nos anunció que sería así, pero también nos dijo como hemos escuchado estos días ‘Yo he vencido al mundo’. Tenemos la victoria de Jesús de nuestra parte. Ahora contemplamos a Jesús orando por nosotros, por sus discípulos.
‘No te ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal… santifícalos en la verdad…’ Santificarnos en la verdad es hacernos sentir su fortaleza y su gracia. Para eso nos da el don de su Espíritu. Lo estamos implorando nosotros también insistentemente en estos días previos a Pentecostés. ‘Por ellos me consagro yo, para que también ellos se consagren en la verdad’. Así Cristo se entrega por nosotros para que tengamos vida, para que no nos falte su gracia, para que nosotros vivamos también nuestra consagración y nuestra entrega. En la verdad, en el amor, en una entrega como la de Jesús.
Y somos unos enviados como Cristo es el enviado del Padre. ‘Ellos creen que Tú me has enviado’, le escuchábamos. Pero ahora es Jesús el que nos envía, y nos envía a ese mundo que nos es adverso, que nos rechaza y no nos quiere recibir, que nos odia. El temor al mundo hostil no nos puede encerrar en el Cenáculo, sino que hemos de sentirnos enviados. Jesús sabe que va a la cruz pero cumple la voluntad del Padre. Así nos envía a nosotros también.
Es el mundo donde hemos de anunciar la Buena Noticia de Jesús. Es el mundo que con la fuerza del Espíritu nosotros hemos de transformar con la semilla de la Palabra de Dios, con la levadura del Espíritu, con la sal y el sabor del evangelio, con la luz de Jesús. Por eso Jesús ora al Padre por nosotros.

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