Hechos, 4, 23-31;
Sal. 2;
Jn. 3, 1-8
‘Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él’. Con esta antífona, tomada de la carta a los Romanos, se abre la liturgia de este día.
Seguimos viviendo el tiempo de Pascua y seguimos sintiendo en nuestro corazón el gozo del triunfo de Cristo con su resurrección, pero seguimos sintiéndonos con Cristo también vencedores de la muerte y del pecado. Participamos del triunfo de Cristo. La muerte y el pecado ya no han de tener dominio sobre nosotros.
A El nos hemos unido en nuestro Bautismo, que es un participar en el misterio pascual de Cristo, un hacernos partícipes de su muerte y resurrección. Con Cristo, pues, desde nuestro Bautismo somos hombres nuevos. Por eso hemos escuchado hoy en el evangelio que hemos de nacer de nuevo por el agua y el Espíritu, que es una clara referencia al Bautismo.
Ya lo hemos escuchado. ‘Nicodemo, magistrado judío, fue a ver a Jesús de noche’. Un hombre con inquietud en el corazón y para quien no caían en balde las palabras y los gestos de Jesús. Quiere conocer más hondamente a Jesús. Busca quizá el silencio de la noche como el momento más oportuno para ese encuentro con Jesús. ‘Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él’. Es un reconocimiento a Jesús, lo llama rabí, maestro, ve en él el actuar de Dios.
Pero Jesús va al grano, por así decirlo. Hay que nacer de nuevo para ver el Reino de Dios. Los otros evangelistas cuando nos hablan del inicio de la predicación de Jesús hablan de la invitación a la conversión, al cambio total y radical. En el evangelio de Juan se nos habla de nacer de nuevo. Como Nicodemo no llega entender eso de nacer de nuevo, sobre todo si uno es ya viejo, responderá Jesús: ‘Te lo aseguro, el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios…’ Clara referencia al Bautismo, como ya dijimos. Clara referencia a ese hombre nuevo que tenemos que ser. Y lo podemos ser por la acción del Espíritu que es el que en verdad transformará nuestro corazón y nuestra vida.
Un bautismo, como decíamos antes, que nos hace partícipes de la victoria de Cristo; un bautismo que nos llena de la vida de Dios para hacernos hijos. Por eso podíamos decir en la oración ‘nos permites que te llamemos Padre, acrecienta en nosotros el espíritu filial, a fin de que un día lleguemos a poseer la herencia que nos tienes prometida’.
Con esa esperanza y con la fuerza del Espíritu vamos haciendo el camino de nuestra vida cristiana, sintiéndonos fuertes en nuestra lucha contra el mal. Pero es algo que tenemos que pedir con insistencia, con confianza, con esperanza. Esa lucha contra el mal es la lucha contra la tentación y el pecado, contra la muerte del pecado de la que ya tendríamos que sentirnos vencedores como partícipes que somos de la victoria de Cristo. ‘La muerte ya no tiene dominio sobre él’. Ya no tendría que tener dominio sobre nosotros. Pero sabemos que el maligno nos acecha.
Un ejemplo hermoso lo tenemos en el texto de los Hechos que hoy hemos escuchado. ‘Pedro y Pablo, puestos en libertad, volvieron al grupo de los suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos’. Recordamos lo escuchado el pasado sábado con la prohibición de hablar de Jesús. Pero ahora vemos como la comunidad se pone a orar con fervor. Utilizan los textos de los salmos para inspirar su propia oración y para encontrar luz para esa situación por la que están atravesando donde comienzan las persecuciones. ‘Ahora, Señor, mira como nos amenazan, y da a tus siervos valentía para anunciar tu palabra, mientras tu brazo realiza curaciones, signos y prodigios, por el nombre de tu siervo Jesús’.
Igual nosotros hemos de saber leer esas situaciones y dificultades por las que podamos estar pasando. Que el Señor nos dé fuerza y valentía; que no nos falte nunca la gracia del Señor. Que su Espíritu esté siempre en nosotros y podamos ser esos hombres nuevos de la gracia. Que nunca la muerte ni el pecado vuelva a tener dominio sobre nosotros. Así hemos de orar para sentirnos fuertes siempre en el Señor.
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