Necesitamos
ahondar en el conocimiento de Jesús y en el misterio de Dios para que nuestra
fe no sea ni un uniforme del que nos revestimos ni una fachada exterior
Sabiduría 2, 1a. 12-22; Salmo 33; Juan 7,
1-2. 10. 25-30
Yo te conozco, yo sé de donde eres, conozco
tu familia… así habremos dicho más de una vez queriendo ratificar, a nuestra
manera, nuestro conocimiento de una persona. O le recordamos a la persona que
sabemos de donde procede, porque de pequeño quizás sus padres vinieron a vivir
en nuestro pueblo y ahora ya lo consideramos de aquí; o decimos al paso de unas
personas que son extranjeros, que vienen de tal o cual país, o son unos
emigrantes que se han buscado la manera de venirse a nuestra tierra buscándose
un futuro, una vida mejor.
Pero ¿conocemos, solo por eso, de
verdad a esas personas? ¿Qué sabemos de su manera de pensar, por ejemplo? ¿Cuáles
son sus ilusiones o sus metas en su vida? ¿Qué es lo que hay detrás de esa
fachada externa que es lo que nosotros vemos y por lo que estamos queriendo identificarlas?
¿Nos quedaremos solo en la fachada externa o algunas cosas que le hemos visto
hacer? Nos tendría que hacer pensar para ver cuales son los criterios por los
que juzgamos a las personas, qué es lo que realmente valoramos en esas
personas, o qué están aportándonos quizás para nuestra propia vida.
Un planteamiento que nos vale para
muchas cosas en la vida y en nuestras relaciones con los demás; un
planteamiento también para el ámbito de nuestra fe. No nos podemos quedar en
fachadas, tenemos que ir a algo hondo en nuestra vida; no es un vestido o un
uniforme que nos ponemos por fuera, tiene que llegar a lo más hondo de nuestra
vida; por eso el conocimiento que tenemos de Jesús es importante que se
convierta en vida para nosotros.
En estos momentos en que prácticamente
estamos a finales de la Cuaresma, muy cercana ya la Pascua, el evangelio nos va
presentando aquella situación, podríamos decir, de enfrentamiento de aquellos
que no querían aceptar a Jesús y que terminarían en su prendimiento y su muerte.
Hoy nos habla el evangelio – quizás el texto no tiene tanta relación con la
pascua pues hace referencia otra fiesta judía, pero de alguna manera con las
mismas consecuencias – que Jesús se había quedado en Galilea mientras otros habían
subido a Jerusalén para la fiesta de la tiendas; ya se rumoreaban los planes de
prendimiento de Jesús y por eso le vemos que Jesús sube finalmente pero como en
privado.
Sin embargo se lo van a encontrar por
las calles de Jerusalén o en el templo y algunos se preguntarán si es que ya
los dirigentes han aceptado a Jesús pues no han procedido a su prendimiento. Y
es cuando Jesús hablando a los que estaban en su entorno nos habla del
verdadero conocimiento que de El habría de tenerse y que era precisamente lo
que no todos aceptaban.
‘Entonces Jesús, mientras enseñaba
en el templo, gritó: A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo,
yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese
vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha
enviado’.
No era solamente decir que era de
Galilea y de allí procedía, o a lo más que había nacido en Belén, porque era de
la familia de Judá, como nosotros celebramos en la Navidad, o que era el hijo del carpintero y que sus familiares estaban
allí en Nazaret y todos conocían. Eso eran circunstancias externas, podíamos
decir, la pantalla exterior, como decía que era un profeta que había surgido en
Galilea, donde principalmente había realizado su predicación y sus milagros.
Es mucho más lo que tenemos que
reconocer en Jesús y que es lo que hoy nos está diciendo y ya lo hemos
escuchado repetidamente nosotros estos días. ‘Yo no he venido por mi cuenta,
sino que el verdadero es el que me envía’, nos dice Jesús hoy. Enviado del
Padre que habla las palabras del Padre y que realiza las obras del Padre, como
tantas veces nos ha dicho y nosotros habremos meditado en muchas ocasiones.
Es así cómo comprenderemos el misterio
de Jesús. Es así como el Evangelio de Juan nos dirá que es la Palabra que
estaba en Dios y que era Dios, palabra que puso su tienda entre nosotros, que
por nosotros se encarnó para levantarnos a nosotros y hacernos a nosotros
participes también de esa vida de Dios haciéndonos también hijos de Dios.
Es Emmanuel, Dios con nosotros, que por
nosotros los hombres y por nuestra salvación se encarnó por obra del Espíritu
Santo en María Virgen y que por nosotros murió y resucitó como confesamos en el
Credo. No podemos perder esa dimensión de nuestra fe porque es el principio de
nuestra vida.
Es ahí donde tenemos que ahondar en el
conocimiento del Misterio de Dios que en Jesús se nos manifiesta. ¿Ahondaremos
lo suficiente en nuestra fe?