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martes, 2 de diciembre de 2025

Tenemos la suerte si caminamos con humildad y sencillez y siendo además agradecidos y dichosos de poder escuchar la buena nueva de salvación que Jesús nos ofrece

 


Tenemos la suerte si caminamos con humildad y sencillez y siendo además agradecidos y dichosos de poder escuchar la buena nueva de salvación que Jesús nos ofrece

Isaías 11, 1-10; Salmo 71; Lucas 10, 21-24

¡Qué suerte tuvimos de estar allí en aquel momento!, habremos pensado en alguna ocasión en que tuvimos oportunidad de estar en algún acontecimiento que consideramos importante o que le damos incluso la categoría de algo histórico, o conocer y tratar a quien consideramos un personaje o una persona importante; quizás algunos hasta nos tendrán una cierta envidia porque nosotros estuvimos y ellos no pudieron estar, se sienten desconsolados y deseando haber podido estar. Esto nos pasa en acontecimientos de la vida, en cosas que suceden en nuestro entorno, en circunstancias que hemos vivido y que quizás dejaron una bonita huella en nosotros.

Es algo así lo que les dice Jesús hoy a los discípulos para que valoren el momento, para que valoren su llamada, para que reconozcan la acción de Dios en sus vidas que se les está manifestando en Jesús. Les dice que otros quisieron ver lo que ahora ellos ven y que por eso son dichosos, pero no pudieron en referencia a aquella añoranza que tenían los antiguos de poder vivir los tiempos del Mesías; los profetas antiguos es cierto sintieron la inspiración del Señor en su corazón para que pronunciaran palabras de esperanza y también de denuncia al pueblo de Dios, pero como les está diciendo Jesús hoy no pudieron escuchar al que es la Palabra de Dios. ‘…quisieron oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron’.

Con ellos estaba Jesús, Palabra viva de Dios, que podían escuchar. Recordemos que cuando los apóstoles aun ya en el momento de la cena le piden que les muestre al Padre, El les dice que ‘quien me ha visto a mi ha visto al Padre’. Es la revelación de Dios, es el rostro de Dios, es la muestra del amor de Dios que nos envió a su Hijo para que creyendo en El tuviéramos vida para siempre.

Y la maravilla está en quienes son los que pueden escuchar esa Palabra de Dios, pueden sentir como Dios se les revela en su corazón. ¿A quienes ha escogido Jesús? ¿A sesudos maestros de la ley? ¿A los sacerdotes del templo de Jerusalén? Son unos pobres pescadores, una gente sencilla que vivía de sus ocupaciones y trabajos pero a los que Jesús llama y se le revela. Quizás cuando nosotros quisiéramos escoger colaboradores para una obra que quisiéramos emprender buscaríamos gentes de especiales cualidades, gente ‘preparada’, gente de prestigio que luego puedan dar lustre a la obra que queremos hacer porque sean personas de renombre. No es ese el camino de Jesús, no se manifiestan así las obras de Dios buscando prestigios humanos sino manifestando lo que es la Sabiduría del Espíritu.

Hoy escuchamos a Jesús dando gracias al Padre porque ha revelado sus misterios no a los sabios y entendidos sino a los pobres y a la gente sencilla. Recordemos que cuando Jesús nos trae las palabras del profeta que anunciaban los tiempos mesiánicos de quienes habla son de los pobres y de los que sufren, de los que nada tienen pero viven desprendidos, de los que se sienten oprimidos, porque ‘los pobres serán evangelizados’, nos dirá allá en la sinagoga de Nazaret. Y como dirá entonces esto se está cumpliendo hoy, aunque quizás a los orgullosos y engreídos les cueste tanto entender.

Es la actitud humilde que nosotros hemos de tener para abrir nuestro corazón desde nuestra pobreza para llenarnos de esa Sabiduría de Dios. Todavía nos sigue costando entender el evangelio y aplicarlo de verdad a nuestras vidas porque quizás vamos con nuestras sabidurías humanas a interpretarlo. Tenemos que despojarnos para poder escucharlo, entenderlo y llegar a vivirlo. Nos sigue costando porque nos rodeamos de tantas vanidades que se convierten como abismos inmensos que nos impiden aprehender – y fijaos cómo pongo y el sentido que le doy a la palabra - para nuestra vida ese mensaje de vida y liberación que es el evangelio.

Y sí, tenemos la suerte de poder escuchar el evangelio. Es una dicha que no podemos cambiar por nada del mundo porque con esa humildad nos llenaremos de la Sabiduría de Dios. ¿Nos sentiremos nosotros dichosos por ello?

lunes, 1 de diciembre de 2025

Con fe y esperanza tenemos la seguridad de encontrar la luz en este camino oscuro de la vida haciendo verdadera navidad porque Jesús está en medio de nosotros hoy

 


Con fe y esperanza tenemos la seguridad de encontrar la luz en este camino oscuro de la vida haciendo verdadera navidad porque Jesús está en medio de nosotros hoy

Isaías 4, 2-6; Salmo 121; Mateo 8, 5-11

Necesitamos una fe que nos abra la puerta a la confianza, que nos dé seguridad en el camino emprendido aunque sean muchas las oscuridades que tengamos que atravesar, pero que al mismo tiempo nos hace humildes y agradecidos.

La vida que vivimos no siempre es algo que podamos disfrutar en todo su sentido; bien porque en nosotros mismos nos encontramos debilidades y carencias que parece que nos impiden alcanzar aquello en lo que soñamos y también porque lo que nos rodea no siempre contribuye a que en verdad seamos felices. Es una barahúnda de cosas a nuestro alrededor que no siempre contribuyen a esa paz que tanto necesitamos; nos encontramos con una complejidad de planteamientos en el sentido que cada uno le da a lo que hace o a lo que es su vida que si no estamos bien asentados en unos principios y valores sólidos nos sentimos desconcertados y desorientados.

¿Adonde acudimos? ¿A quién creemos? ¿Qué es de todo eso lo que nos va a dar un verdadero sentido a nuestra vida? ¿Podemos tener en verdad esperanza de lograr un mundo mejor, si realmente ni nos ponemos de acuerdo sino que andamos enfrentados los unos a los otros? Ahí tenemos la crispación en que se vive en nuestra sociedad y aquellos lugares que están llamados al diálogo para encontrar entre todos la mejor salida a las situaciones difíciles que vive nuestra sociedad realmente se convierte en un infierno de violencias en las palabras y en descalificaciones.

Con esta cruda realidad de lo que estamos haciendo en la vida y en nuestra sociedad estamos comenzando este tiempo de Adviento, que llamamos tiempo de esperanza. Hemos de saber encontrarle un verdadero sentido que nos haga ir al encuentro de un mundo nuevo que entre todos construyamos. Los profetas del Antiguo Testamento que hablaban también a un pueblo desconcertado y que trataban de alentar la esperanza con el anuncio de la venida del Mesías también nos ayudan en este camino que hoy tenemos que realizar. Cuidado que la forma de entender de muchos la navidad sea también como una pantalla que nos dé la apariencia de buenos deseos de paz en estos días, pero que no lleguemos a sentir de verdad esa transformación que Jesús quiere realizar con su venida en nuestros corazones.

Por eso hablaba en ese como resumen de ideas del principio de ese camino lleno de sombras que tenemos que atravesar con paso seguro desde esa fe y esa esperanza que anima nuestra vida cristiana. Contemplamos a un hombre, no precisamente de religión judía pues era un centurión romano, que desde la situación amarga que vive en su casa con su criado enfermo sabe acudir a Jesús buscando la salvación. Y ahí esta el hermoso ejemplo de este hombre, del que al final Jesús dirá que en todo Israel no ha encontrado una fe como la de este centurión romano.

Cree en Jesús y tiene la seguridad de la respuesta de Jesús, para quien solo bastará una palabra. No se siente digno de que Jesús vaya a su casa y diríamos que no solo por su condición de pagano de lo que es muy consciente conociendo además las prevenciones que los judíos tenían ante la casa de los paganos, sino por el sentido de humildad que envuelve su vida. Actúa con confianza y es él quien se pone en camino para venir al encuentro con Jesús, aunque Jesús no tenga ninguna prejuicio para ir a la casa del pagano para curar a su criado – ‘voy yo a curarlo’, que dice Jesús -, pero ya de antemano se siente agradecido por la obra maravillosa que Jesús va a realizar.

¿Es así la confianza y la esperanza que despierta la fe en nosotros? ¿Nos sentiremos en verdad seguros de ese actuar de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo? Nos sucede tantas veces que no pedimos con confianza, que no somos perseverantes en nuestra oración. Pero además humildad, no somos dignos, pedimos pero no exigimos, tenemos confianza pero aceptamos lo que es la voluntad de Dios que siempre nos dará más y algo mejor que lo que pedimos.

Hagamos una mirada retrospectiva a lo que han sido las diversas situaciones difíciles por las que hemos tenido que atravesar por la vida y, aunque sea como decimos a toro pasado, seamos capaces de reconocer ese actuar de Dios en nosotros y seamos agradecidos; necesitamos detenernos a contemplar ese actuar de Dios en nuestra vida que se ha manifestado algunas veces de manera casi imperceptible, pero que hemos de reconocer ese actuar y esa misericordia de Dios.

¿Por qué no vamos a pensar que también en este camino oscuro que ahora vivimos podremos encontrar la luz? ¿No tendría que ser esto lo que en verdad nos prepare para una auténtica navidad porque sintamos viva la presencia de Jesús hoy en nosotros?


domingo, 30 de noviembre de 2025

Despiertos y vigilantes con esperanza en el Adviento porque el Señor viene no solo recordando su primera venida sino su presencia en el hoy y aquí de nuestra vida

 


Despiertos y vigilantes con esperanza en el Adviento porque el Señor viene no solo recordando su primera venida sino su presencia en el hoy y aquí de nuestra vida

Isaías 2, 1-5; Salmo 121; Romanos 13, 11-14ª; Mateo 24, 37-44

A quien han puesto de centinela, de vigilante, no se le permite ni que ande distraído ni que se duerma. El vigilante tiene que estar despierto y atento; no sabe por donde puede aparecer el peligro, no sabe a la hora que llega quien quizás está esperando, su misión es estar allí, no puede haber otras ocupaciones que le absorban su pensamiento, para poder estar atento a cualquier señal.

Siempre aparece ante nuestros ojos y nuestra consideración esta imagen cuando comenzamos el tiempo de Adviento y nos pudiera parecer por un lado que la vigilancia es cosa solo de unos días en razón de las celebraciones próximas que vamos a tener ni tampoco hemos de pensar que solo al Adviento es cosa de estos momentos previos a la Navidad, como preparación a la celebración del Nacimiento de Jesús.

Pero creo que ambos conceptos tienen una amplitud mucho mayor de la que habitualmente lo reducimos. Como veremos la vigilancia tiene que ser una actitud muy importante en la vida como lo es la esperanza, pero también me atrevo a decir que en cierta manera para el cristiano adviento es todo el año, ha de abarcar toda nuestra vida.

Unimos, reduciendo incluso su significado, el Adviento al hecho de la Navidad cercana, pero la navidad para un cristiano no es solo una celebración como un recuerdo de un momento cuando Dios quiso encarnarse en nuestra carne humana y nació de Santa Maria Virgen en Belén, como vamos a celebrar; es eso pero mucho más, porque no es solo una venida pasada la que celebramos y para la que preparamos sino que en el Credo de nuestra fe hablamos de la venida del Señor, con gran poder y gloria, para juzgar a vivos y muertos; hablamos de la segunda venida del Señor, y para ello también hemos de estar atentos y preparados, y por ahí va también el sentido del Adviento, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo, como decimos en la liturgia. Claro que es también Adviento para vivir una autentica Navidad y para ello también hemos de prepararnos.

Pero hay una venida del Señor, una presencia del Señor en el día a día de nuestra vida, porque El nos prometió que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos. ¿Seremos conscientes de esa presencia del Señor? ¿Estaremos atentos a ese momento en el día a día de nuestra vida que el Señor se hace presente en nuestra vida, viene a nosotros? Esto es muy importante cuando vivimos con intensidad nuestra fe, para ello necesitamos vivir con intensidad nuestra fe y nuestra esperanza, necesitamos de esa atención, de esa vigilancia para descubrir los signos de esa presencia del Señor en nuestra vida. Adviento así no se reduce a un tiempo litúrgico sino que es parte de nuestra vida.

Cuando nosotros los cristianos celebramos el Adviento no nos podemos dejar llevar por lo que el ambiente externo nos ofrece estos día como preparación para la Navidad. Hoy nos dice la Palabra de Dios que despertemos en medio de esos sonidos y cantinelas que nos aturden porque tanto nos dicen lo que quieren que sea la navidad de demasiado jolgorio y consumismo, que al final nos sentimos arrastrados y olvidamos su verdadero sentido.

Como nos dice Jesús en el evangelio, ‘en los tiempos de Noé la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio’ y nos termina diciendo Jesús ‘estad en vela porque no sabéis qué día vendrá el Señor’. Nos quiere decir mucho el  Señor con estas palabras.

Vivimos nuestra vida, nuestros trabajos y nuestra familia, nuestros momentos de alegría y de fiesta como también momentos oscuros por los que todos pasamos, pero hemos de estar despiertos, porque ahí donde estamos, en lo que es nuestra vida con sus luces y con sus sombras, con los problemas que vive nuestro mundo o las preocupaciones que tenemos nosotros en el día a día, con lo que estamos pasando o las situaciones por las que hayamos pasado el Señor viene a nosotros; en eso que nos sucede y que vivimos tenemos que saber descubrir el hoy de la presencia del Señor, en eso que vivimos, cueste lo que nos cueste, tenemos que hacer navidad, hacer que sintamos esa presencia de Dios en nuestra vida.

Es el Adviento que hemos de vivir, es la vigilancia que hemos de poner en nuestra vida. No estamos en un mundo sin Dios, no podemos vivir nuestra vida ajenos a Dios, aunque el mundo que nos rodee celebre a su manera una navidad realmente sin Dios. Es donde nosotros tenemos que dar una señal, ser señal para el mundo que nos rodea de algo distinto; nuestra vida por la manera que afrontamos la vida, los problemas, las alegrías, lo que somos y lo que hacemos tiene que ser buena noticia para los demás, tiene que ser evangelio para nuestro mundo.

Que el jolgorio con que envolvemos las fiestas de navidad no nos haga olvidar el verdadero regalo que recibimos. Demos ahora señales de Adviento para que nos podamos convertir en evangelio de Navidad para el mundo que nos rodea, ese mundo que comienza por los que están a nuestro lado, nuestra familia, nuestros convecinos, nuestros amigos.

 

sábado, 29 de noviembre de 2025

Necesitamos que resuenen con fuerza la esperanza y el optimismo a pesar de lo que estamos viviendo porque estamos llamados a un mundo y a una vida nueva

 


Necesitamos que resuenen con fuerza la esperanza y el optimismo a pesar de lo que estamos viviendo porque estamos llamados a un mundo y a una vida nueva

Daniel 7, 15-27; Dn 3,82-87; Lucas 21, 34-36

Necesitamos que resuenen con fuerza la esperanza y el optimismo a pesar de lo que estamos viviendo. No podemos ser catastrofistas a la hora de contemplar la realidad de la vida por muchas que sean las sombras que contemplamos. Son los cambios de los tiempos que van mucho más allá de lo que ahora llamamos cambio climático, porque a veces parece que la naturaleza nos azota sin piedad, temporales e inundaciones por una parte mientras por otro lado parece que el desierto avanza con la subida de las temperaturas, incendios o volcanes, la naturaleza parece que revuelve sus tripas.

Pero no nos quedamos ahí. Son muchos los aspectos de la vida que algunas veces nos llenan de pesadumbre y que pudieran hacernos desembocar en la amargura, sentimos inquietud dentro de nosotros en la transformación que contemplamos en nuestra sociedad que algunas veces nos puede costar comprender. Lo que algunos llaman avance para otro puede parecer destrucción, nos cuesta acercarnos y entendernos, muchos valores espirituales parece que se van perdiendo y por la forma como vemos a muchos a nuestro alrededor nos preguntamos si realmente saben a donde van o cuales son los valores de su vida. Cada día atentamos más contra la paz, y son las guerras candentes que por distintos lugares del mundo producen muerte y destrucción pero es la violencia que vivimos en nuestras relaciones más cercanas que nos impide el entendimiento o simplemente nos sentemos a dialogar, es la falta de respeto y de valoración de lo que hacen los demás porque siempre lo hace mal aquel que consideramos oponente a nuestras ideas.

Una primera pregunta sería dónde estamos los cristianos en medio de esta barahúnda que contemplamos en nuestro mundo. Pero también tendríamos que preguntarnos qué tendríamos o podríamos hacer. ¿Decir que es el destino de la vida ante el que no podemos hacer nada y aguantarnos a ver cómo pasamos el temporal? La actitud más humana que tendríamos que afrontar no pasa por el derrotismo o el cruzarnos de brazos. Siempre decimos que tenemos que sentirnos comprometidos y ante esa realidad tenemos que actuar. Por eso hablamos de esperanza y del optimismo con que hemos de afrontar la vida a pesar de las oscuridades y dificultades.

Es algo que tenemos que tener muy claro. Claro que optimismo no es simplemente ponernos a cantar como si nada estuviera pasando; optimismo no es tomarnos la vida a la ligera como si nada pasara pensando que por sí mismo todo se solucionará con el paso del tiempo. Optimismo es algo más profundo, algo también más comprometido porque las cosas no las podemos tomar a la ligera y tenemos que ser conscientes de la realidad.

Nuestro optimismo nace de la esperanza que anima nuestra vida.  Desde nuestra tenemos clara cuáles son nuestras metas y en nuestras metas está esa transformación de nuestro mundo. ¿La Buena Nueva de Jesús no nos hablaba de algo nuevo que tenia que surgir a lo que llamábamos el Reino de Dios? Es clara y necesaria esa transformación que parte de nosotros mismos para poder transformar nuestro mundo y nuestra sociedad, parte de que nosotros vivamos esos valores que nos enseña el evangelio, que aprendemos en Jesús; que vayamos sembrando esa semilla que hará surgir esa planta nueva pero en un terreno que tenemos que cultivar.

Y en esa esperanza sabemos quién está con nosotros, quien es nuestra fuerza y nuestra vida. Jesús nos ha prometido la presencia de su Espíritu para ser nuestra fortaleza y con Él será posible la transformación de nuestro mundo. Por eso nuestro optimismo nace de nuestra esperanza. A esto tenemos que ponernos en camino, ese es el testimonio que tenemos que dar ante el mundo que nos rodea, ese es nuestro compromiso por hacer un mundo mejor.

Concluimos hoy un ciclo litúrgico para mañana comenzar con el Adviento el nuevo año litúrgico donde de nuevo iremos haciendo ese recorrido por toda la historia de la salvación. Terminamos hoy teniendo muy presente esa palabra de esperanza y con esa misma esperanza comenzamos el tiempo de Adviento. Es una característica muy fundamental en el camino de nuestra fe y de nuestra vida cristiana.


viernes, 28 de noviembre de 2025

Aun en el más crudo invierno cuando comienzan a mermar los fríos podremos ver las yemas que van hacer brotar una nueva rama de vida, sepamos discernir las señales

 


Aun en el más crudo invierno cuando comienzan a mermar los fríos podremos ver las yemas que van hacer brotar una nueva rama de vida, sepamos discernir las señales

Daniel 7,2-14; Dn 3,75-81; Lucas 21,29-33

Necesitamos que las palabras se hagan música, para que suenen de forma agradable a nuestros oídos y se  hagan poesía para que en cierto modo nos hagan soñar en que es posible algo nuevo y distinto y es posible encontrar la belleza. Lo necesitamos como un florecer de primavera que nos hace dejar atrás los rigores del invierno y que al tiempo se convierte en anticipo de verano de frutos  y cosechas. Nos es duro atravesar por climas duros y extremos por eso queremos rodearnos del encanto de los brotes de primavera anuncio de próximo jardín de flores que llena de paz y de serenidad nuestro espíritu.

Pero ahora yo diría que no es lo que desde fuera podamos recibir, sino lo que en verdad nosotros podemos construir, no pueden ser solo palabras que nos encanten en nuestros oídos, sino un palpitar de vida en el corazón que nos impulse a resaltar todo lo que es belleza y podemos transformar en vida. No es la actitud pasiva que se limita a disfrutar del jardín que otros puedan ofrecerle, sino que tienen que ser las semillas que nosotros vayamos plantando para hacer florecer ese jardín de la vida.

Hoy Jesús en el evangelio nos habla del brotar de la higuera que nos anuncia primavera para decirnos cómo tenemos que estar atentos a esos brotes que a nuestro alrededor o en nosotros mismos puedan ir surgiendo para saber discernir lo que en verdad tenemos que hacer. Aun en el más crudo invierno cuando comienzan a mermar los fríos podremos ver las yemas que en esas plantas comienzan a coger forma para hacer brotar una nueva rama que un día se llene de flores anuncio de sabrosos frutos.

Jesús nos está pidiendo hoy que sepamos estar atentos a los signos de los tiempos que nos puedan anunciar ese rebrotar de la vida donde antes solo quizás veíamos la negrura y sequedad de lo que nos parecía que estaba muerto. Nos ha venido hablando Jesús en estos días de esas situaciones difíciles a las que muchas veces tenemos que enfrentar, esos frentes borrascosos que tenemos que atravesar. No podemos quedarnos paralizados por un mundo de muerte que podamos encontrar a nuestro alrededor cuando faltan ilusiones y sobran ambicione, cuando parece que decae lo que llena nuestro espíritu mientras queremos suplantar con materialismo lo que nos puede faltar en la vida.

Ese mal y esa muerte no es definitiva, y bien lo proclamamos los cristianos que creemos y proclamamos a Cristo resucitado. La muerte no tuvo la última palabra porque pronto vimos como resurgió la vida en Cristo resucitado que se convierte así en el centro de nuestra vida y de nuestra esperanza. Es nuestra fe y es nuestra esperanza, es nuestra tarea y es nuestro compromiso.

Estemos, pues, atentos a tantas señales de vida que podemos contemplar a nuestro alrededor. No todo es materialismo sino que también encontramos personas inquietas y en camino de búsqueda de algo distinto y mejor; esa búsqueda y defensa de la dignidad de las personas, por ejemplo, que vemos como una corriente a nuestro alrededor, algunas veces marcadas es cierto por ciertas ideologías, sin embargo sepamos discernir y ver que en el fondo hay buenas semillas que tienen que ser para nosotros un aliciente para seguir queriendo construir ese mundo mejor que llamamos reino de Dios. Así podríamos encontrar mucha gente generosa que trabaja por los demás, que busca el bien y quiere una mayor autenticidad en la vida.

¿Por qué no sabemos leer ahí las señales que Dios está poniendo en nuestro camino de que es posible hoy también ese mundo mejor, que nosotros llamamos el Reino de Dios? Desarrollemos esas inquietudes que también tenemos en nuestro interior, hagamos en verdad hacer florecer una nueva primavera. Es posible. Hay señales, hay brotes que tenemos que cuidar y cultivar, que tenemos que saber aprovechar. Llenemos de música con sonido de primavera nuestra vida y podremos estar entrando en un mundo de nueva armonía, un mundo en el que finalmente brille la paz.

jueves, 27 de noviembre de 2025

Miremos con ojos luminosos nuestro entorno para apreciar esas pequeñas semillas de bondad que muchos van sembrando para hacer florecer un mundo nuevo

 


Miremos con ojos luminosos nuestro entorno para apreciar esas pequeñas semillas de bondad que muchos van sembrando para hacer florecer un mundo nuevo

Daniel 6, 12-28; Dn 3,68-74; Lucas 21, 20-28

Nos conviene recordar experiencias por las que hemos pasado, quizás muchas veces difíciles o dolorosas, porque seguramente desde una lectura serena de lo que hemos vivido siempre podemos sacar una lección, siempre podemos recordar un rayo de luz que en aquellos momentos mantuvo viva nuestra esperanza y nos ayudó a atravesar aquel mar de confusiones. La historia, no solo en los grandes acontecimientos, sino quizás en esas pequeñas historias de cada día que nos ha tocado vivir es una gran maestra para nuestra vida.

Hace unos años, y podemos decir que en el mundo entero, pasamos por una situación difícil como fue la pandemia del COVID con todas sus consecuencias de confinamientos y restricciones; aunque teníamos que estar confinados y los movimientos que podíamos realizar eran pocos sin embargo aparecieron muchos signos de solidaridad y aun con la lejanía física sin embargo de cercanía entre unos y otros que nos ayudó a atravesar aquel vendaval. Aquellos aplausos de todas las tardes desde nuestros balcones y ventanas, aquellas canciones espontáneas que escuchábamos cada uno desde su estancia, eran señales de que no nos dábamos por vencidos y había una esperanza de salir con bien de aquella situación.

En muchas ocasiones difíciles de la vida ante catástrofes naturales o provocadas quizás por nuestras violencias, siempre surgen almas solidarias que se dan y se sacrifican, que despiertan la conciencia de los demás y de la sociedad en tantos movimientos solidarios que de una forma o de otra van surgiendo y reclamando algo nuevo y mejor, que hacen que no perdamos la esperanza; siempre sacaremos a flote lo mejor de nosotros mismos que muchas veces llevamos demasiado oculto para mitigar dolores y sufrimientos, para compartir allí donde nada tienen. Son semillas bonitas de humanidad que no dejamos de sembrar, y aunque nos parezcan gestos demasiado pequeños o sencillos, tendríamos que aprender a valorarlos más.

Ahí nosotros los cristianos, los que nos decimos seguidores del evangelio de Jesús, quienes queremos construir en nuestro mundo el Reino de Dios porque eso es lo que pretendemos con el anuncio del evangelio, tendríamos que ser ejemplares y ser los primeros que demos esas muestras de esperanza. No nos podemos sentir derrotados cuando contemplamos la realidad de nuestro mundo en el que aparecen demasiadas sombras, algo podemos hacer, una semilla podemos sembrar, un compromiso tendría que haber en nuestra vida.

No podemos permitir ese camino de decadencia que algunas veces observamos a nuestro alrededor, no nos podemos quedar en lamentaciones por lo mal que están las cosas. Tenemos que poner mano a la obra. Tenemos que ser sembradores de esperanza en medio del mundo que nos rodea. Por mucha que sea la tarea que tenemos entre manos y las responsabilidades de las que tenemos que dar cuenta, siempre tiene que haber ese momento en que sembremos de verdad esperanza por nuestros gestos.

El evangelio nos inspira y nos impulsa. Nos pone en camino. Hemos de saber escuchar la voz de Jesús que así nos habla y quiere sembrar esa buena semilla en nuestro corazón. El evangelio de hoy nos pudiera parecer excesivamente apocalíptico por las destrucciones que nos anuncia y por los malos momentos que se nos dice que podemos pasar; pero el verdadero sentido apocalíptico no es al anuncio de lo malo, sino la esperanza que quiere suscitar en nuestros corazones.

Por una parte nos dice que se acercan días terribles, pero al mismo tiempo casi nos dice que levantemos nuestra cabeza que se acerca la liberación.  ¿Dónde están esas señales de liberación? Tratemos de mirar con ojos luminosos nuestro entorno y veremos a mucha gente que hace muchas cosas buenas, a mucha gente que ora al Señor ante esas situaciones, pero orar al Señor es dejarnos iluminar por El, orar al Señor es ser conscientes de esa realidad dura que está a nuestro alrededor, pero orar al Señor nos lleva al compromiso, a que nosotros comencemos a sembrar esas pequeñas semillas que nos van a hacer florecer en un mundo nuevo y mejor.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

Hacer brillar la fortaleza de nuestra fe sabiendo de quien nos fiamos porque todo ya nos lo anunció Jesús, mostrarnos firmes y seguros de nuestra fe aún en las persecuciones

 


Hacer brillar la fortaleza de nuestra fe sabiendo de quien nos fiamos porque todo ya nos lo anunció Jesús, mostrarnos firmes y seguros de nuestra fe aún en las persecuciones

Daniel 5,1-6.13-14.16-17.23-28; Dn 3,62-67; Lucas 21,12-19

Qué difícil es permanecer en tu lugar señalado cuando la tierra tiembla bajo tus pies. Podemos interpretarlo de muchas maneras; el primer pensamiento que nos viene es un terremoto, ¿nos quedamos paralizados y estáticos en el lugar o buscamos un refugio o una salida? No es por ahí por donde voy aunque bien nos pudiera valer la imagen, protocolos hay para saber qué hacer en casos de emergencias.

Pero hay otro tipo de emergencias en la vida, desde los problemas que nos envuelven, las incomprensiones o rechazos que recibimos de los demás, el río revuelto de la vida en que nos hemos metido con nuestros errores, los fracasos que se nos vienen encima porque las cosas no son como las habíamos imaginado que podrían ser, las enfermedades que nos debilitan, los cansancios y ansiedades porque no logramos salir adelante o las pendientes de la vida se nos hacen muy fuertes y costosas, la soledad en que caminamos a veces porque nos parece que nos sentimos abandonados de todos, las incertidumbres ante el futuro propio o de los que están bajo nuestra responsabilidad, ¿cómo podemos permanecer en la lucha? ¿No nos dan ganas de echar a correr y huir de todo esperando encontrar un lugar donde todo sea distinto? ¿Habrá ese lugar?

Muchas veces hemos pensado o hablado de la necesaria perseverancia en los caminos de la vida que nace de una esperanza. Si no hay una esperanza bien fundamentada será difícil mantener esa perseverancia. Tenemos que saber estar en nuestro lugar aunque muchas veces se nos haga difícil; y eso cuesta porque todos queremos salvar el pellejo, como suele decirse. No nos gusta vernos fracasados ni ignorados, la soledad reseca nuestra garganta y nos hace llorar con lágrimas amargas, pero hemos de tener la certeza que tras ese túnel oscuro siempre habrá una luz. Tenemos que buscarla, tenemos que tener esperanza de que podemos encontrarla.

Y en eso nuestra fe nos enseña mucho, aunque estemos muy llenos de tinieblas. Esa fe que hará que nuestros pasos se sientan seguros aunque tiemble la tierra bajo nuestros pies. Sabemos de quien nos hemos fiado y en quien en verdad nos apoyamos. Es la roca firme, es la piedra angular que mantendrá bien cohesionado todo el edificio. Jesús nos ha prometido su presencia en medio de nosotros para siempre hasta el final de los tiempos.

El camino de nuestra vida cristiana no siempre es fácil, primero porque partimos de nuestra debilidad, de nuestra inconstancia, de lo poco congruentes que somos tantas veces entre lo que decimos y lo que realmente es nuestra vida; pero nos viene también del mundo que nos rodea, no siempre favorable a nuestras ideas y a nuestros principios, con lo que muchas cosas a nuestro alrededor se convierten en una tentación para nosotros; pero en ese mundo encontramos por una parte quienes nos dan malos ejemplos, quienes tendrían que darnos un testimonio coherente, pero reconocemos que ellos son también débiles como lo somos nosotros; pero están quienes nos van a la contra, quienes aprovecharán lo que sea para denigrarnos y hacernos perder prestigio, para luchar contra nosotros o ignorarnos.

Pero ahí tenemos que hacer brillar la fortaleza de nuestra fe sabiendo de quien nos fiamos y que todo eso ya nos lo anunció Jesús, como hoy mismo escuchamos. Pero es ahí donde tenemos que mostrarnos firmes y seguros de nuestra fe y de nuestros planteamientos aunque tengamos que ir a la contra con el mundo que nos rodea. Es donde hoy nos dice Jesús que seamos perseverantes. Y nos da unas garantías de que podemos vencer en esas dificultades, no nos faltará la fuerza de su Espíritu. Es por lo que nos confiamos y seguimos adelantes, permanecemos en nuestro lugar aunque como decíamos la tierra tiemble bajo nuestros pies.

‘Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’, que nos dice Jesús. Es la luz que aunque nos parezca que solo está al final del túnel misteriosamente va iluminando cada paso que demos para no tropezar y dar satisfacción a los demás por nuestras caídas.

martes, 25 de noviembre de 2025

De la belleza del templo no quedará piedra sobre piedra, dice Jesús, pero pensemos igualmente qué quedará de nuestra vida si estamos vacíos por dentro

 


De la belleza del templo no quedará piedra sobre piedra, dice Jesús, pero pensemos igualmente qué quedará de nuestra vida si estamos vacíos por dentro

Daniel 2,31-45; Dn 3,57-61; Lucas 21,5-11

La vanidad se disuelve como el humo. ¿A qué viene esto que estoy diciendo? La vanidad es humo. Así serán las cosas que hacemos por vanidad, nos quedamos en la apariencia pero dentro están vacías de contenido. Demasiado vamos en la vida con ese sentido. ¿Hacemos las cosas para que nos vean? ¿Por quedar bien? ¿Para que piensen de nosotros cosas bonitas? ¿Y de todo eso qué es lo que queda?

Me estaba acordando ahora de la casa aquella que tenía dos cocinas, una muy bonita, muy arreglada, siempre limpia y pulcra, con buenas vajillas en las alacenas y muchos utensilios de lujo. Pero no se utilizaba para nada, ni en los días de fiesta, era para decir que se tenía buena cocina e incluso enseñársela llenos de orgullo a las visitas; para hacer la comida, para encender el fogón sin miedo a los humos se tenía otra en el patio, donde los humos no se metieran dentro de la casa; esa no importaba como estuviera, era la de todos los días.

¿No andaremos en la vida en muchos aspectos, en muchas de las cosas que hacemos o tenemos con esos criterios de duplicidad? Apariencias, pero vacíos; mucha buena presencia por fuera, pero sin humanidad por dentro; locuras y carreras de la vida para tener muchas cosas de apariencia, pero luego una vida vacía, sin ilusión ni entusiasmo, sin ganas de hacer de verdad algo útil y que deje huella. Vanidad de vanidades y todo es vanidad, como decían los libros sapienciales del Antiguo Testamento.

Y eso puede ser pauta de la vida social, de lo que se hace y se vive en nuestra sociedad muchas veces tan llena de hipocresía, pero eso nos puede suceder en nuestra vida religiosa y lo que en verdad tendría que ser nuestra vida cristiana. Sabemos muchas cosas, pero pocas cosas vivimos; nos sabemos el evangelio de memoria, pero los valores del evangelio están lejos de nuestra vida; no gloriamos de que tenemos una hermosa iglesia, y con eso nos estamos refiriendo a nuestros templos que podremos incluso tener bien cuidados, pero poco se siente el sentido de comunión, el sentido de comunidad y familia en nuestras parroquias; podemos hacer unas celebraciones muy suntuosas y bonitas, que se quedan como un adorno, porque es la Palabra de Dios a la que menos se le da importancia.

Mucho podríamos seguir abundando en este sentido en nuestra reflexión. Si viene alguien de fuera y le vamos a enseñar nuestra iglesia, hablaremos de si historia y de su arte, recordaremos las hermosas y artísticas imágenes que tenemos e incluso parece que hiciéramos una lucha entre una imagen y otra, entre un santo y una virgen para decir quien es más milagroso y tiene más devotos; pero ¿le hablaríamos de la intensidad de vida de aquella comunidad, hablaríamos de los grupos de apostolado o de formación que tenemos, hablaríamos del interés que la gente pone no en adornar la iglesia para que esté muy bonita sino en el anuncio del evangelio queriendo llegar a todos, buscando siempre nuevos cauces de evangelización?

La pantalla que ponemos delante con nuestras vanidades no nos deja ver ni encontrar lo profundo que tendríamos que llevar en el corazón. El humo de la vanidad que se disuelve y del que no queda ni el rescoldo que mantiene caliente el corazón.

Hoy el evangelio comienza diciéndonos las ponderaciones que se hacían algunos de la belleza y grandiosidad del templo de Jerusalén. Pero pareciera que Jesús les arroja un jarro de agua fría frente a todas aquellas alabanzas. Ya en otra ocasión defenderá la pureza del templo que en verdad tenía que se casa de oración pero como les decía entonces la habían convertido en cueva de ladrones, pues más parecía un mercado que un lugar sagrado para el encuentro con Dios.

También nos enseñaba cómo habíamos de ser templos de la gloria de Dios por la santidad de nuestra vida y por eso quiere hipocresías sino autenticidad; justo alababa también a quien era capaz de darlo todo, aunque no tuviera ni para comer como aquella viuda que recientemente hemos contemplado, porque en realidad buscaba siempre primero la gloria de Dios, ‘primero buscad el reino de Dios y su justicia, nos decía, que lo demás se os dará por añadidura’.

Pero hoy cuando se hacen tantas ponderaciones de la belleza del templo les anuncia que todo aquello que están contemplando no quedará piedra sobre piedra. No es que Jesús quisiera que se destruyera el templo, pero era profeta de la historia y sabía en qué había de quedar todo aquello.

Pero ¿no será profeta también de nuestra vida y nos está diciendo que solo nos quedamos en la vanidad y en la apariencia mientras estamos vacíos por dentro todo se va a quedar en nada? Un interrogante para lo que hacemos de nuestra vida, para lo que hacemos de nuestra iglesia ¿estaremos vacíos por dentro y todo se nos queda en vanidad exterior? Creo que tenemos que preguntárnoslo seriamente como tiene que preguntárselo también la Iglesia.

lunes, 24 de noviembre de 2025

Una ofrenda que puede significar el desprendimiento generoso porque somos agradecidos a Dios o reflejar también la mezquindad y superficialidad de nuestra vida

 


Una ofrenda que puede significar el desprendimiento generoso porque somos agradecidos a Dios o reflejar también la mezquindad y superficialidad de nuestra vida

Daniel 1, 1-6. 8-20; Dn 3, 52-56; Lucas 21, 1-4

Perdona es que no tengo monedas sueltas en el bolsillo, otra vez será, decimos mientras hacemos el amago de estar rebuscando en el fondo del bolsillo y no encontramos nada. Quizás sea la respuesta que más de una vez hemos dado al muchacho que nos ayudó a llevar el carro de la compra a nuestro coche. Pero quizás no hemos mirado las cosas superfluas que llevamos en nuestro carro de compra, pero como fue pagado con VISA sí teníamos dinero.

Esto puede reflejar mucho de nuestro sentido de vida. No se trata ya solamente de lo mezquinos que somos en ocasiones cuando se trata de dar – pensemos también en lo que rebuscamos en nuestros bolsillos cuando en la iglesia nos pasan la bandeja de las ofrendas – sino que puede significar la mezquindad con que andamos también en muchos aspectos de la vida.

Puede significarnos los mezquinos que andamos a la hora de compartir con las personas que nos rodean, y no se trata ya del compartir cosas materiales en las necesidades que puedan pasar las personas de nuestro entorno sino en las reservas que nos ponemos en la hora de la amistad. Tenemos nuestras líneas rojas para saber a quien aceptamos y a quien queremos tener lejos de nosotros; son las desconfianzas y la falta de sinceridad en nuestras relaciones; las barreras que vamos poniendo o los abismos que creamos porque no nos caen bien, porque un día tuvimos un tropiezo, porque… porque… porque y ya sabemos como somos en nuestras mutuas relaciones.

Una mezquindad en no querernos dar, abrir nuestro corazón, saber caminar juntos, ser comprensivos con los demás, no juzgar ni condenar, pero que puede ser señal también de la superficialidad con que vivimos muchas veces solo desde la apariencia; queremos aparecer como buenos, pero dentro de nosotros no hemos borrado aun la malicia para sospechar siempre de los demás.

Cuando hay vacío dentro de nosotros porque no hemos buscado lo que da verdadera profundidad a la vida, ponemos una mascarilla por fuera para disimular y para aparentar. Necesitamos vientos que nos hagan caer esas mascarillas, para que a nosotros mismos nos descubramos cuál es nuestra realidad; decimos que somos buenos porque un día encontramos esa calderilla, pero ni a nosotros mismos nos conocemos.

Nos da mucho que pensar este episodio que parece sencillo e insignificante que nos narra hoy el evangelista. Están a la entrada del templo, aquel espacioso y amplio templo de Jerusalén con muchos pórticos en los que se arremolinaba la gente a la hora de las ofrendas, o escuchaban a los maestros de la ley que enseñaban al pueblo tras la proclamación de la Ley y los Profetas, como era tradicional. Por otros momentos del evangelio conocemos el bullicio que allí se forma con los que venían de distintos lugares a aquel lugar que tenía que ser casa de oración y de encuentro con Dios.

Jesús está observando a los que van entrando. Con mucha solemnidad y aspaviento aquellos que se consideraban los poderosos dejaban caer de manera sonora sus monedas en el arca de las ofrendas. Muchos también silenciosamente dejaban su ofrenda grande o pequeña porque era también una forma de pagar sus diezmos y primicias como estaba regulado en la ley de Moisés. Las ofrendas eran también una muestra del corazón agradecido a Dios de quien todo habían recibido. No es un regalo sino una respuesta, no es una imposición sino una forma de decir gracias. ¿Lo habremos pensado así nosotros de nuestras ofrendas?

Pero Jesús se fija en algo especial porque parece que solo El se ha dado cuenta de la ofrenda de aquella pobre viuda. Y Jesús comentará que aquella mujer aunque solo ha puesto unos cuartos, la moneda más pequeña, ha dado sin embargo mucho más que los habían hecho ofrendas cuantiosas. Como dice Jesús aquella mujer ha dado todo lo que tenía, mientras los otros daban de lo que les sobraba.

Es todo un interrogante para nuestra conciencia, es preguntarnos donde está la generosidad de nuestro corazón, es analizar la profundidad que le damos a nuestra vida y a lo que hacemos, es la manifestación de un corazón agradecido que quiere así cantar la alabanza del Señor. ¿Seremos también mezquinos en eso?

domingo, 23 de noviembre de 2025

No es un líder carismático y un dirigente, para nosotros es el Señor, dispuestos a tener parte con El porque nos lavaremos los pies los unos a los otros

 


No es un líder carismático y un dirigente, para nosotros es el Señor, dispuestos a tener parte con El porque nos lavaremos los pies los unos a los otros

2Samuel 5,1-3; Salmo 121; Colosenses 1,12-20;  Lucas 23,35-43

Si nosotros tuviéramos la posibilidad real de elegir – y no es cuestión ya de elecciones que llamamos democráticas que tenemos muy reglamentadas y muy marcadas con muchas connotaciones no siempre tan luminosas – decíamos, de elegir a un dirigente capaz de conducirnos por los mejores caminos no elegiríamos a uno a quien vemos fracasado y poco menos que derrotado en la vida,, sino quien sea capaz de tener un verdadero liderazgo desde su propia rectitud pero manifestado también en un camino recorrido de triunfo y de victorias en cosas conseguidas.

Como respuesta en cierto modo a esto que estamos planteando la primera lectura de este domingo nos habla de cómo los de Israel fueron a buscar a David, rey ya de Judá, para que fuera su rey; es el David que han visto que es un buen estratega y salir victorioso ya en muchas batallas; no es solo un pastor de un rebaño en Belén sino un vencedor en muchas contiendas.

Pero en contraposición a esto que venimos diciendo en el evangelio veremos que aquel ladrón que está también crucificado allí en el Calvario, en postura diferente y contraria a todas las burlas de los que presenciaban la agonía y muerte de Jesús diciéndole que se salve a si mismo, que se baje de la cruz, es precisamente a ese que aparece como un fracasado a quien pide que se acuerde de él cuando llegue a su Reino. Podría parecer algo contradictorio y chocante que ponga la fe en quien a los ojos de todos aparece como un condenado que ha fracasado en lo que proponía como reino de Dios.

Mi reino no es de este mundo’, le había respondido Jesús a Pilatos, que no tenía ejércitos que ahora vinieran en su auxilio. Pero Jesús sí había centrado toda su predicación y toda su vida en el anuncio de la llegada del Reino de Dios. No le habían entendido, mientras unos no quitaban de la cabeza la idea de un Mesías guerrero y libertador de Israel, otros no llegaban a entender ese estilo nuevo que Jesús venía ofreciendo para nuestras vidas; no podían entender que el amor tenía que ser el verdadero constructor de un mundo nuevo y no basándonos en otras fuerzas o manifestaciones de poder.

Para muchos escuchando a Jesús, por no entenderlo por tener la mente cerrada con sus ideas preconcebidas, su mundo se les resquebrajaba y se les venía abajo, porque querían construir la vida desde la vanidad o desde un poder que manipula. Es la oposición que va encontrando en aquellos que pensaban que las cosas siempre habían sido así y por qué iban a cambiar, sobre todo cuando su prestigio, su preponderancia, y las apariencias de sus vanidades se venían abajo.

Era algo nuevo lo que Jesús proponía y por eso le decía a sus discípulos que entre ellos no podía ser como entre los poderosos de este mundo; era un camino de sencillez y de humildad, era un camino de mansedumbre y de autenticidad, era un camino de servicio y de desprendimiento de si mismo, era un camino en que todos tendríamos que sentirnos cercanos los unos a los otros porque entre todos había de haber una nueva comunión que tendría que hacer que nos sintiéramos hermanos. Es el camino del Reino de Dios que era comenzar a vivir una vida nueva.

Hoy estamos celebrando ese Reino de Dios y decimos que Jesús es nuestro Rey y Señor. Así comenzaron a verlo con toda claridad sus discípulos a partir de la resurrección. Es cuando comenzaron a comprender muchas cosas que habían visto y escuchado a Jesús en aquellos años de predicación. Ejemplo nos había dado, podemos recorrer todas las páginas del evangelio. Si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, así tenéis que lavaron los pies los unos a los otros, les diría en la cena pascual después de aquellos momentos de desconcierto que se quitó el manto y se puso a lavarles los pies uno a uno.

‘Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo’, le había dicho al renuente Simón Pedro; y querrá Pedro que le lave no solo los pies, sino las manos y la cabeza y todo. No era una ablución cualquiera, una ablución ritual lo que Jesús estaba realizando. Estaba mostrándonos nuestro camino. A nosotros nos dirá que si no nos lavamos los pies los unos a los otros no tendríamos parte con El. Pero que pronto lo olvidamos.

En la liturgia de este domingo, último del ciclo litúrgico, pues el próximo domingo entraremos en el Adviento, queremos hacer esta proclamación de Jesucristo como Rey. Es el fruto del camino recorrido, es la consecuencia de todo lo que hemos vivimos a lo largo del año litúrgico desde las grandes celebraciones que han centra nuestra vida en este año, pero desde esa celebración de cada semana en el domingo, día del Señor, o lo que hemos vivido cada día.

Ha sido como un camino de ascensión el que hemos recorrido; muchas experiencias intensas en la vida de nuestra fe habremos tenido a través de las celebraciones y de lo que sido el compromiso de nuestra vida cristiana, como quizás también hemos constatado nuestra debilidad, nuestra poca perseverancia y los tropiezos que hayamos podido tener. Pero una cosa hemos de tener como muy cierta y segura, en ese camino hemos querido estar con el Señor, la presencia del Señor en nuestra vida no ha faltado aunque a veces hayamos camino medio ciegos y sordos.

‘¡Es el Señor!’, tenemos que saber reconocer como Juan allá a la orilla del lago de Tiberíades. Mucho más que un líder o un gran dirigente. Es nuestro Rey y Señor. El nos promete que estaremos con El en el paraíso, como le dijo al buen ladrón. ¿Nos lanzaremos al agua como Pedro tal como estamos porque queremos estar cerca del Señor?

 

sábado, 22 de noviembre de 2025

Afinemos nuestra fe y démosle verdadera hondura aunque por lo tan apegados que estamos a lo material tantas veces nos cueste abriéndonos a una órbita de vida eterna

 


Afinemos nuestra fe y démosle verdadera hondura aunque por lo tan apegados que estamos a lo material tantas veces nos cueste abriéndonos a una órbita de vida eterna

1 Macabeos 6,1-13; Salmo 9; Lucas 20,27-40

Vivimos apegados a la vida, a lo que ahora hacemos y de lo que ahora disfrutamos, pero algunas veces más parece que a lo que estamos apegados es a las cosas, y queremos tenerlas para siempre, no queremos desprendernos de lo que conocemos y disfrutamos y nos parece único, queremos que dure para siempre y cuando nos imaginamos un futuro parece como si solo quisiéramos vivir en lo que ahora tenemos, en lo que ahora poseemos, de lo que ahora disfrutamos; y o imaginamos que ese futuro será disfrutar con mayor intensidad de lo que ahora disfrutamos, o tenemos miedo ante lo que nos parece incierto de ese futuro; negamos la trascendencia que pueda tener nuestra vida por lo desconocido que se nos presenta; tenemos miedo al momento en que todo lo que ahora tenemos se acabe porque nos puede parecer que vamos a caer en un vacío, lo que haría o que la vida no tiene sentido, o lo otro que muchos piensan disfrutemos y gocemos de lo que ahora tenemos porque para allá no nos vamos a llevar nada.

No quiero crear dudas ni incertidumbres con estas palabras que me han ido surgiendo, pero que puede ser un poco lo que a todos en un momento o en otro se nos ha pasado por la cabeza; lo que nos hace dudar, lo que nos puede llevar a perder un sentido superior de la vida, un sentido y una visión más espiritual y más sobrenatural. ¿Lo tendremos realmente claro? ¿En el fondo no vivimos muchas veces como ateos porque aunque decimos que creemos en Dios sin embargo hay cosas que no terminamos de aceptar, no terminan de iluminar realmente nuestra vida? ¿No lo estamos expresando con el pesimismo y con el materialismo con que vivimos muchas veces la vida?

Hoy en el evangelio se nos habla de los saduceos y de las preguntas y cuestionamientos que le hacían a Jesús. Ya de entrada para que comprendamos el sentido de sus cuestiones el propio evangelista nos recuerda que los fariseos no creían en la resurrección. No creen pero se lo cuestionan en su interior, como se manifiesta en que vayan a plantear esas cuestiones a Jesús. ¿De verdad, de verdad tenemos nosotros una fe clara en la resurrección, tal como confesamos cuando proclamamos el credo de nuestra fe? ¿No estaremos nosotros imaginando una vida futura pero según los mismos parámetros con que vivimos ahora la vida, con las mismas cosas?

Es lo que viene a aclararles Jesús. No podemos pensar en la vida futura con casamientos y matrimonios, les viene a decir Jesús desde las cuestiones de la ley del Levítico de la que le hablan los saduceos. La plenitud en Dios es algo muy distinto a la plenitud de nuestros goces y felicidades temporales que vivimos en el aquí y ahora de nuestro caminar sobre la tierra. No podemos entrar en la onda de la imaginación para ponernos a pensar en lo que es esa vida futura, esa vida eterna, esa vida de resurrección de la que nos habla Jesús.

¿Lo que disfrutamos en el ahora de nuestra vida se queda solo en lo material o en lo corporal? Pensemos como tantas veces hemos sido felices y no por la posesión o disfrute de cosas materiales. Hay una elevación de nuestro espíritu que nos lleva, por ejemplo, a disfrutar de la belleza, pero no solo como un concepto material que veamos reflejada en cosas, sino como una sensibilidad de nuestro espíritu ante lo bueno, ante el amor, en el disfrute de la paz cuando la sentimos desde lo más hondo de nosotros mismos, lo que es una verdadera amistad y un verdadero amor no por unos intereses o cosas que vayamos a conseguir sino por esa comunión que une nuestros espíritus haciéndonos sentir algo nuevo y sublime; hay algo más hondo y más sublime  que eleva nuestro espíritu. ¿Y si todo eso lo tenemos en plenitud en Dios?

Son pensamientos que tenemos que madurar dentro de nosotros mismos, es algo espiritual que nos eleva y nos hace llenarnos de Dios, son cosas que tenemos que saber rumiar en el silencio del corazón, es algo que nos va a hacer trascender nuestra vida para no quedarnos en el ahora y como ahora lo vivimos sino que nos lleva a sentir una nueva plenitud para nuestra vida, que nos hace entrar en esa órbita de vida eterna que Jesús nos ofrece. Afinemos nuestra fe y démosle verdadera hondura aunque por lo tan apegados que estamos a lo material tantas veces nos cueste. Nos abriremos a una felicidad mayor que llamamos vida eterna.

viernes, 21 de noviembre de 2025

No olvidemos que hemos de ser signos de la presencia de Dios en medio de nuestro mundo cuando somos verdaderos templos de Dios que habita en nosotros

 


No olvidemos que hemos de ser signos de la presencia de Dios en medio de nuestro mundo cuando somos verdaderos templos de Dios que habita en nosotros

1Macabeos 4,36-37,52-59; 1Cro 29; Lucas 19,45-48

Una de las cosas de las que nos solemos sentir más orgullosos en nuestros pueblos es de nuestra Iglesia, la parroquia mayor o la ermita del barrio donde vivamos, si somos de una ciudad grande haremos mención de nuestras iglesias mayores o de la catedral si la hubiera; es en muchas ocasiones el monumento más representativo y del que nos sentimos orgullosos y lo mostramos a todo el mundo; lo cuidamos, lo queremos tener a punto siempre y bellamente adornado. Desde unos sentimientos religiosos, desde unas tradiciones que hemos heredado, cada uno según sean sus sentimientos o manera de entender la vida la dará su importancia. Para los creyentes, los cristianos, lo consideramos como un lugar sagrado donde tenemos nuestras celebraciones de la fe y en torno a él tenemos incluso nuestras celebraciones festivas.

Es el orgullo que sentían los judíos por su templo de Jerusalén; recientemente hemos comentado lo orgullosos que se sentían por la belleza del templo de Jerusalén, la alegría que vivían cuando en la pascua venían en peregrinación hasta la ciudad santa, pero comentamos también el impacto de las palabras de Jesús cuando habla de que todo aquello, el templo y la ciudad sería destruida y no quedaría piedra sobre piedra. Un poco se les venía abajo lo que era casi el fundamento de su religiosidad, como había sucedido en la historia en cuantas ocasiones aquel templo había sido devastado. Allí tenía lugar el culto, se ofrecían los sacrificios, se reunían para orar y escuchar la Ley y los Profetas.

Hoy nos impacta la reacción que tiene Jesús cuando trata de desalojar del templo todo aquello que más que en un lugar de oración parecía que lo habían convertido en un mercado; en función de los sacrificios que allí se ofrecían estaban todos aquellos animales dispuestos para las ofrendas, pero también se había convertido en un lugar de cambio de las monedas con las que se podía hacer la ofrenda al templo. Jesús expulsa aquellos vendedores y cambistas porque habían convertido en un mercado y en una cueva de bandidos, como hoy nos dice, lo que tenía que ser una casa de oración. Un cierto modo de fervor sin embargo todo lo había desequilibrado y quedaba poco de aquel recinto espiritual que tenía que ser.

En el mismo relato en los otros evangelistas cuando luego le preguntan con qué autoridad está haciendo todo aquello, nos deja la sentencia de que se podía destruir todo aquel templo que El en tres días lo reconstruiría. Nos comentará el evangelista que los discípulos lo entendieron después de la resurrección, pues El se refería al templo de su cuerpo.

¿Cuál es el verdadero templo de Dios? No son las casas construidas con piedras el lugar preferido para habitar en medio de nosotros. Y no queremos quitar la sacralidad de nuestros templos y lo que nos pueden ayudar para cultivar nuestra piedad. Cristo es el verdadero templo de Dios, nos quiere hoy decir, pero nos está hablando cómo nosotros en virtud de nuestro bautismo hemos sido constituidos también en verdaderos templo de Dios. Dios mora en nuestro corazón, su Espíritu inhabita en nosotros, porque hemos sido ungidos en nuestro bautismo para convertirnos en esa morada de Dios y templos de su Espíritu.

Este pensamiento nos daría para largas y profundas reflexiones para considerar toda esa nueva grandeza y dignidad que hay en nosotros en virtud de nuestro bautismo. Nos decimos que nuestros templos han sido consagrados o bendecidos y por eso para nosotros se han convertidos en lugares sagrados, signos también de esa presencia de Dios en medio de nosotros. Pero no olvidemos que los verdaderos signos de esa presencia de Dios somos nosotros, con nuestra vida santa, con la dignidad adquirida desde nuestro bautismo.

Claro que esto nos daría para muchas preguntas sobre cómo nosotros sentimos y vivimos esa presencia de Dios en nosotros. Decimos que estamos en la presencia de Dios porque Dios todo lo abarca y se hace presente en todos los lugares, pero no podemos olvidamos que somos nosotros los que tenemos que ser esos signos de la presencia de Dios en medio del mundo, porque Dios se hace presente en nuestros corazones y en consecuencia nuestra vida tiene que ser distinta. ¿Cuidamos nuestra vida de igual manera que cuidamos el templo de nuestro pueblo? ¡Qué adornada de virtudes tendría que estar nuestra vida si vivimos en congruencia con esa presencia de Dios en nosotros! ¿Habrá que despertar algo de nuestra fe?