Pensemos
qué es lo exquisito que vamos a poner en la mesa de la vida que despierte una
nueva esperanza en nuestro mundo tan falto de esperanza
Isaías 25, 6-10ª; Salmo 22; Mateo 15, 29-37
Cada día nos llegan noticias
desgarradoras e imágenes que nos ponen los pelos de punta, como se suele decir,
cuando aun nos queda algo de sensibilidad en el corazón, de los inmigrantes que
nos llegan a nuestras costas atravesando mares no siempre apacibles y que hagan
fácil la navegación. Creo que fue ayer mismo cuando escuchamos que habían
encontrado un cayuco a muchos kilómetros de la costa de nuestras islas a los
que se le había acabado la gasolina pero también la comida. Nos es difícil
imaginar la angustia y sufrimiento de esas personas que lo veían todo perdido
mientras en el horizonte se divisaba una costa a la que no podían llegar, como
quizás habrá sucedido a tantos. Fueron recogidos y atendidos ofreciéndoles agua
y comida y toda la atención que necesitaban.
¿Cuál sería el ansia con que al final
pudieron alimentarse al alcanzar finalmente la costa? ¿Qué significaba ese
momento para ellos? Muchas consideraciones podemos hacernos porque además
podría traer muchas consecuencias para el sentido de nuestras vidas. Una comida
y un alimento es cierto, pero que significaría mucho más para sus vidas. Un
posible horizonte de esperanza se abría para sus vidas, que no era solamente
aquel alimento que en aquellos momentos estaban recibiendo.
¿Qué significa para nosotros una comida
a la que hemos sido invitados, por ejemplo, en una fiesta, o en una boda o
cualquier otro tipo de celebración? Esa comida es mucho más que unos alimentos
que pueden ser exquisitos que nos llevamos a la boca. ¿Vamos a un banquete de
ese tipo solamente por las exquisiteces que vamos a comer?
Creo que si nos ponemos a pensar un
poco nos daremos cuenta que lo exquisito es el encuentro, con la familia, con
los viejos amigos, con personas que podemos conocer y con quien vamos a
compartir; es la conversación, son los lazos de amistad, es el disfrutar del
encuentro, son los sueños que nos pueden hacer comenzar nuevos caminos y nuevos
planes. ¡Cuántos proyectos comienzan a ser realizables después del encuentro de
una comida! Como aquellos inmigrantes que mencionábamos que llegan hasta
nosotros no solo por un plato de comida sino en la búsqueda de un futuro mejor,
de unos nuevos horizontes para su vida.
De eso se nos está hablando en la
Palabra de Dios que hoy se nos proclama en este camino de Adviento. Es el festín
de manjares suculentos, del que nos habla el profeta, que suscitará una nueva
alegría y esperanza para aquel pueblo; es significativo que al describirnos lo
que es ese festín nos dirá que ‘arrancará en este monte el velo que cubre a
todos los pueblos’, y seguirá diciéndonos que ‘aniquilará la muerte para
siempre, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el
oprobio de su pueblo…’ Está hablándonos de un mundo nuevo, de una vida
nueva, de una nueva esperanza. ‘Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos
que nos salvara’, termina diciéndonos el profeta.
¿Y no es eso lo que Jesús nos quiere
expresar en el signo que le vemos realizar en el evangelio? También habrá una
comida para una multitud hambrienta y que Jesús no quiere dejar ir a sus casas
sin haberlos alimentado. Nos hablaba el evangelio de aquella multitud que Jesús
se encontró al llegar a aquel lugar, ‘mucha gente llevando tullidos, ciegos,
lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies’; allí estaban
con sus sufrimientos y con sus ansias de algo nuevo porque la palabra de Jesús
suscitaba esperanza en sus corazones. Y Jesús no los podía defraudar.
Está la compasión y la misericordia de
Jesús que para todos tenía una palabra y un gesto de vida y salvación, pero
está el sentido nuevo y el compromiso que tiene que surgir en los discípulos de
Jesús. Pusieron a disposición lo poco que tenía, cinco panes y dos peces y algo
nuevo comenzó a suceder, porque todos pudieron comer hasta hartarse. Hablamos
del milagro de la multiplicación de los panes, pero tendríamos que hablar del
milagro del amor, de los milagros que podemos hacer cuando entramos en la
órbita del amor, es el compartir, es el desprendimiento, es el ponernos a
servir en disposición de servicio para todos.
Allí ya se diferenciaba nadie unos de
otros porque todos compartieron aquel mismo pan; sí, es el pan que tenemos que
compartir, que es nuestra vida, que son nuestros gestos, que es nuestra
cercanía, que es el encuentro y la armonía que vamos construyendo, es ese
pensar que sí podemos hacer algo grande aunque nos parezca que nuestros medios
son pocos y son pobres, que es posible que los sueños se hagan realidad. Pero
eso cuando sabemos encontrarnos y nos alimentamos no solo de un pan material
que llevamos a nuestra boca sino que nos alimentamos de la ilusión y los sueños
de aquellos que caminan a nuestro lado y que juntos podemos hacer realizables.
¿Será algo de eso lo que vamos a lograr
en la navidad que vamos a celebrar y para la que nos estamos preparando?
Pensemos qué es lo exquisito que vamos a poner en la mesa de la vida para
sentir que ‘aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara’.
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