Confiad
siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua, la ciudad fuerte y
amurallada fundamentada en los sólidos cimientos de la Palabra de Dios
escuchada
Isaías 26, 1-6; Salmo 117; Mateo 7,
21. 24-27
¿Por qué se nos vino abajo la casa,
aquella obra que habíamos emprendido con tanta ilusión? ¿Por qué aquel proyecto
fue un fracaso y no lo pudimos sacar adelante? ¿Qué nos pasa en la vida que no
salimos adelante por muy magníficos que son nuestros sueños? Preguntas así nos
hacemos muchas veces en la vida en las distintas circunstancias por las que
vamos pasando. Son accidentes que nos echan abajo todas nuestras ilusiones, son
cosas que se destruyen como mencionábamos de la casa que se nos cae, son
dificultades y tropiezos que vamos teniendo quizás después de errores que hemos
cometido a la hora de proyectar, de hacernos nuestros planes, o de dejarnos
simplemente arrastrar por la inercia de la vida.
Si hablamos de la casa que se nos cae
nos preguntamos cómo estaba construida, y pensamos en su cimentación o pensamos
en los materiales que se han empleado en su construcción, pensamos en los
posibles errores de proyecto o de una ejecución no correcta de lo que estaba
planificado. Pero podemos pensar así y preguntarnos por el fracaso de nuestras
relaciones, por la ruptura de una amistad que nos parecía muy bonita, o de los
proyectos de vida que no hemos podido llevar adelante. Y tenemos que buscar
causas, tenemos que preguntarnos por la fundamentación de nuestra vida, por los
valores que van a marcar nuestra identidad, por la rectitud con que andamos no
simplemente para no cometer errores sino para andar con dignidad.
Porque en nuestra reflexión lo de menos
es que se nos caiga la casa, porque eso es solo una imagen de lo que nos sucede
en la vida. Y no podemos ir echando la culpa, como nos es tan fácil hacer, al
ambiente que nos rodea, a lo que los demás puedan hacernos o puedan influir en
nosotros, o el mal de la sociedad que nos envuelve. Pero, ¿dónde está la
rectitud con que hemos de andar en la vida, los valores que son fundamente de
nuestro quehacer, los verdaderos cimientos que le hemos puesto a la vida? Si
nos fallan estas cosas significaría que estaríamos caminando en la
superficialidad, sin nada que dé consistencia a nuestra vida y así cuando nos
llega el peligro de la pendiente nos dejamos ir por esa pendiente.
Hoy nos habla Jesús de la casa
edificada sobre roca y de la casa edificada sobre arena. Y nos habla de la
escucha de la Palabra de Dios allá en lo más profundo de nosotros mismos. Pues
no se trata de oír palabras que nos vienen al vuelo sino de saber escuchar que
es plantar esa semilla en nuestro corazón. No basta decir ¡Señor, Señor!, nos
viene a decir porque muchas veces parece que nuestra oración se queda en
decirle cosas al Señor que las más de la veces lo que hacemos es llevar una
lista de peticiones, sino de saber escuchar a Dios. La oración tiene que ser un
diálogo de amor, y cuando se dialoga no solo se habla sino también y
fundamentalmente se escucha. ¿Será así nuestra oración?
El profeta hablaba de esa ciudad fuerte y amurallada que podía soportar todos los embates. Es la fortaleza de nuestro espíritu que hemos de tener, pero que no es solo por nosotros mismos, por nuestra fuerza de voluntad como muchas veces decimos, sino porque sentimos la fortaleza del Señor en nuestra vida. Y si El está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros?
Como diría san Pablo nada podrá ya apartarme del amor de Cristo Jesús, vengan
de donde vengan los embates de la vida. ‘Confiad siempre en el Señor, porque
el Señor es la Roca perpetua’, como nos decía el profeta Isaías.
Necesitamos despertar esa confianza en nuestro corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario