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domingo, 8 de junio de 2025

Nos hace falta revigorizar en nosotros la alegría del Espíritu, reavivar esa experiencia en nosotros, que nos despierte a algo nuevo y vivo y fermentar la levadura del evangelio

 


Nos hace falta revigorizar en nosotros la alegría del Espíritu, reavivar esa experiencia en nosotros, que nos despierte a algo nuevo y vivo y fermentar la levadura del evangelio

 Hechos 2, 1-11; Salmo 103; 1Corintios 12, 3b-7. 12-13;  Juan 20, 19-23

Hay experiencias por las que pasamos en la vida que nos marcan profundamente y nos harán sentir que a partir de ello ya todo no es igual para nosotros, nos pueden abrir a un nuevo sentido de vida, a comprender de una forma distinta aquellas cosas que nos van sucediendo y reviviéndolas nos sentimos como distintos, de alguna manera transformados y con una fuerza interior que nos lleva a ese nuevo actuar. Son experiencias que no solo recordamos sino que revivimos dentro de nosotros, porque cuando las recordamos es como si estuviéramos viviéndolas de nuevo y brota de nosotros como una nueva energía que nos hace distintos en cada momento.

Los discípulos de Jesús habían  pasado también por una tremenda experiencia; la entrega de Jesús, su pasión y su muerte fue algo que les hizo experimentar dentro de ellos mismos algo grande; la experiencia podría parecer que estaba llena de sombras porque todo aquello podía sonarles a fracaso; pero cuando al tercer día se encontraron con El vivo y resucitado todo cambio en su interior.

El evangelio, por expresarlo de alguna manera nos habla de sorpresa y de alegría, pero tuvo que ser algo más porque comenzaron a descubrir el sentido de todo; revivían no solo su muerte sino todo lo que había sido su vida con Jesús y sus hechos y palabras se hacían vida dentro de ellos; las palabras de Jesús se cumplían y lo estaban viendo en aquella experiencia pascual que estaban viviendo; era en verdad pascua para ellos todo aquello porque era un paso grande – pascua significa paso – el que estaban viviendo y los estaba transformando.

Sentían que Jesús estaba ya siempre con ellos; aquello que Jesús les había prometido del Paráclito o Defensor que estaría con ellos y les haría comprender todas las cosas lo estaban experimentando en sus vidas; era el Espíritu divino, el Espíritu Santo prometido que estaba con ellos.

Los textos de la Palabra de Dios nos hablan de dos momentos principales donde van a sentir esa fuerza del Espíritu; la forma de narrarnos las cosas de los evangelistas que tienen que emplear lenguajes humanos nos hablarán de dos tiempos distintos. Es el evangelio de Juan el que nos habla como en aquel primer encuentro con Cristo resucitado se sintieron llenos del Espíritu cuando Jesús les decía que habían de ir por el mundo anunciando el perdón, anunciando una nueva paz. ‘Recibir el Espíritu Santo… a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados…’

Es anuncio y cumplimiento de aquella amnistía, aquel año de gracia del que hablaban los profetas y Jesús anuncia en la sinagoga de Nazaret. Una experiencia que ellos estaban viviendo y que ahora habían de transmitir. El Espíritu que impulsó a Jesús a anunciar aquella Buena Nueva es el que ahora ellos van a sentir en su interior para hacer ese anuncio hasta los confines del mundo.

San Lucas, por su parte, nos dará por así decirlo un plazo de cuarenta días en que con la presencia de Cristo resucitado que ellos estaban continuamente reviviendo fueron como redescubriendo todo el sentido del misterio de Jesús. Experimentarán así esa presencia del Espíritu en su corazones que Lucas nos va a situar en el día del Pentecostés judío – una fiesta que se celebraba a los cincuenta días de la pascua, de ahí su nombre – el momento en que van a sentir esa experiencia del Espíritu, esa fuerza del Espíritu que hará abrirse puertas y ventanas en su vida para salir a anunciar el nombre de Jesús. Es lo que nos describe san Lucas en los Hechos de los Apóstoles y hoy escuchamos.

Es lo que hoy nosotros estamos celebrando. Para nosotros no puede ser solo un recuerdo o una conmemoración; para nosotros tiene que ser el revivir esa experiencia del Espíritu en nosotros que lo hemos recibido desde nuestro Bautismo que nos hizo templos del Espíritu y de forma espacial como un don en nuestra confirmación. No puede ser algo que se quede en el recuerdo de un sacramento que un día recibimos, tiene que ser algo mucho mas hondo en nosotros mismos. Tenemos que abrirnos a la acción del Espíritu, tenemos que dejarnos conducir por la fuerza e inspiración del Espíritu Santo. Tenemos que hacerlo en verdad vida en nosotros.

Muchas veces los cristianos vamos de cansinos por la vida, parece que fuéramos arrastrándonos y haciendo las cosas solo por cumplimiento u obligación. Nos hace falta revigorizar en nosotros la alegría del Espíritu, reavivar esa experiencia en nosotros, que nos despierte a algo nuevo y vivo, que ponga alas en nuestros pies para ir a llevar esa buena noticia de salvación a los demás.

Qué lástima que los cristianos nos manifestemos tan aburridos, con falta de ese vigor y ese empuje que tienen que tener los que están llenos del Espíritu de Dios. Qué lástima que los encuentros de los cristianos sean tan monótonos y aburridos, pareciera que andamos adormilados, nos falta entusiasmo por aquello según decimos en lo que creemos porque no somos capaces de contagiar, de entusiasmar a los que están a nuestro lado.

Pidamos que se derrame abundante el Espíritu en nosotros, en nuestros corazones y en nuestras vidas, para que en verdad podamos hacer en nuestro mundo esa revolución del Evangelio. Si somos tantos cristianos en el mundo – cómo nos llenamos la boca con las cifras - ¿cómo es que en nuestro mundo no haya hecho efecto la levadura del evangelio? Y es que no vivimos esa vida nueva y renovadora del Evangelio; quizás habremos dejado sin efecto la fuerza de esa levadura porque la hemos hecho levadura vieja.

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