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martes, 10 de junio de 2025

No podemos perder los cristianos la luminosidad y el sabor del evangelio con que tenemos que iluminar y contagiar a nuestro mundo

 


No podemos perder los cristianos la luminosidad y el sabor del evangelio con que tenemos que iluminar y contagiar a nuestro mundo

2Corintios 1, 18-22; Salmo 118;  Mateo 5, 13-16

¿Puede la sal dejar de dar sabor? Parece algo imposible, pero si así sucediera se convierte en una arena, por decirlo de alguna manera, inservible. Para que la pisotee la gente, para echarla en nuestras carreteras en las heladas y después ni a la tierra de cultivo podríamos echarla porque llenaría la tierra de una salinidad que la haría improductiva.

De eso nos está hablando Jesús en el evangelio cuando nos dice que quien le sigue, quien ha asumido el evangelio como opción de su vida tiene que ser sal que dé sabor a la vida; es la sabiduría del evangelio del que nos hemos empapado para luego ser sabiduría para los demás. No es una cuestión baladí la que Jesús nos está planteando con estas imágenes que se nos ofrecen en este texto de hoy. Y ya nos tendría que llevar a preguntarnos ¿qué sabor le estamos dando los cristianos a nuestro mundo, a nuestra sociedad?

Hoy el evangelio está lleno de imágenes. Jesús las hablaba a las gentes con imágenes para que captaran el hondo sentido de sus palabras. Porque son cosas que vemos en la vida de cada día; tenemos la sal para nuestras comidas, tenemos la luz para iluminarnos. Por eso hoy está diciendo que no encendemos la luz para ocultarla. Como nos dice, si queremos que ilumine no la podemos esconder debajo de un celemín, sino ponerla en alto. Sabemos que el celemín es como una medida por ejemplo para nuestros cereales, un cajón con un determinado tamaño que nos da una cantidad, el celemín aunque sean medidas que hoy no son usadas habitualmente. Y Jesús nos está diciendo que la luz tenemos que ponerla en alto, en un lugar estratégico para que sus rayos luminosos puedan abarcar el mayor espacio posible y todos nos podamos beneficiar.

La imagen de la luz se nos repite en el evangelio de muchas maneras; desde las que tienen que salir con las lámparas encendidas para iluminar el camino del novio que viene al encuentro con su esposa, como luego colocadas estratégicamente en la sala del banquete para que podemos disfrutar de la comida y de la fiesta. Pero será imagen que se utiliza al principio del evangelio de san Juan para de alguna manera describirnos lo que era la misión de Jesús y lo que tiene que significar nuestra fe. Luz va repartiendo Jesús en todos aquellos a los que saca de su ceguera, que se convierte en imagen de lo que significa encontrarnos con Jesús y su evangelio, porque quien le encuentra no andará en tinieblas. Gritará Jesús en un momento determinado para que vayamos a El y en El encontremos luz.

Pero hoy la imagen de la luz va en el camino de lo que somos nosotros con nuestra fe y lo que tenemos que ser con nuestra vida. Es el testimonio de luz que tenemos que dar. ‘Sois la luz del mundo’, nos dirá y no podemos ocultar esa luz, no podemos ocultar esa fe que ha iluminado nuestra vida. Tenemos que resplandecer quienes estamos llenos de luz. Y nos dice que igual que la luz no se oculta bajo el celemín, nos dice que la ciudad puesta en lo alto de la montaña no se puede ocultar. Y somos nosotros esa ciudad que tenemos que convertirnos en medio del mundo en ese faro que ilumine y que oriente - ¿qué hace el faro en la orilla del mar sino iluminar, orientar, decir lo cerca que estamos de puerto seguro, o prevenirnos de los peligros de las rocas que podamos encontrar en medio del mar? -, es lo que nosotros tenemos que ser.

Terminará diciéndonos Jesús que así ilumine nuestra luz la vida de los hombres para que todos puedan dar gloria a Dios. Todo se convierte en un interrogante, en una pregunta seria que tenemos que hacernos en lo más hondo de nosotros mismos. ¿Seremos esa luz? ¿Seremos esa sal? ¿Habremos ido perdiendo esa luminosidad y ese sabor de evangelio que tiene que desprenderse de nuestras vidas? A pesar de que somos tantos los que nos decimos cristianos, ¿cómo es que aun no hemos contagiado de ese sabor al mundo que nos rodea? ¿Estaremos los cristianos confundiendo a los demás porque no sabemos estar en el sitio y el momento adecuado para dar testimonio de esa luz?

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