La
celebración del nacimiento de Juan nos tiene que llevar a una búsqueda de
Jesús, verdadera Palabra que nos trae la auténtica Salvación
Isaías 49, 1-6; Salmo 138; Hechos de los
apóstoles 13, 22-26; Lucas 1, 57-66. 80
‘¿Qué va a ser de este niño?’ es la pregunta que se hacen sus vecinos y todas las
gentes de las montañas a las que había llegado la noticia de su nacimiento.
Cuando los vecinos de Isabel se enteraron de la noticia de que estaba esperando
un hijo a pesar de su vejez daban gracias a Dios que se había manifestado
misericordioso con ella. Ahora se estaban sucediendo cosas extraordinarias, el
niño se iba a llamar como su padre sino que la madre había insistido en
llamarle Juan, el padre lo había ratificado escribiéndolo en una tablilla pues había
estado mudo desde lo que había sucedido en el templo, en verdad aquel nombre
venía a significar la misericordia del Señor que se había manifestado en aquel
hogar, como el mismo nombre significaba. Zacarías había recobrado el habla y
había terminando cantando también las misericordias del Señor.
‘¿Qué a ser de este niño?’ se preguntaban y con razón. ¿Sería sacerdote del
templo de Jerusalén como hubiera sido habitual en el hijo de un sacerdote?
¿Quedaría allá en aquel pueblo ignorado y perdido entre las montañas de Judea?
Pero Dios había ido señalando su camino.
‘Tu mujer, Isabel, te dará un hijo’, le había señalado el ángel. Será motivo de
gozo y alegría para muchos… estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre
materno’, le había anunciado el ángel. ‘Y la criatura saltó de gozo en
el seno de su madre’ con la visita de María, la prima, llegada desde la
lejana Galilea. ‘Convertirá a muchos de Israel al Señor, su Dios… porque irá
con el espíritu y el poder de Elías… para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’.
La respuesta a la pregunta estaba en lo
que el ángel le había anunciado a Zacarías y por lo que ahora Zacarías daría
gracias al Altísimo ‘porque ha visitado y redimido a su pueblo suscitándonos
una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo según lo había predicho
desde antiguo por boca de sus santos profetas’.
Si ahora la gente se preguntaba qué iba
a ser de aquel niño, un día allá en el desierto donde Juan estaba realizando
aquella misión para la que había sido elegido desde el seno de su madre, como
habían dicho los profetas, ahora le preguntarían a Juan de la misma manera. ‘¿Tú
quien eres para que podamos responder a los que nos han enviado?’ Y Juan
diría que él no era el profeta, que no era el Mesías, que solo era la voz que
clamaba en el desierto para preparar los caminos del Señor. Sí, sería como
proféticamente había cantado Zacarías ‘el profeta del Altísimo que irá
delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación y
el perdón de los pecados’.
En aquellos momentos tan llenos de confusión
por toda la situación, en cierto modo dramática para el pueblo, que estaban
viviendo Juan era la voz que anunciaba algo nuevo y bien distinto, la voz que
invitaba a la conversión, la voz que preparaba los caminos del Señor. Era la
voz que gritaba en el desierto, pero él quería pasar desapercibido porque no se
anunciaba a si mismo; no le importaba menguar y desaparecer para que quien iba
a venir creciera y se manifestara en verdad como el Salvador. Lo harán
enmudecer porque su palabra resultaba incomoda para los poderosos, de ahí su
martirio en manos de Herodes.
Hoy nosotros estamos celebrando su
nacimiento, que también a todos nos llena de alegría y nos hace hacer fiesta. También
son momentos de confusión donde necesitamos también escuchar una voz profética
que nos conduzca hasta la Palabra, porque es ahí donde vamos a encontrar la
salvación. Incluso hasta la misma celebración del nacimiento de Juan nos pueda
llenar de confusión porque estamos haciendo una mezcla de nuestros elementos
religiosos y cristianos con un nuevo paganismo que se va extendiendo por el
mundo y la sociedad.
Podemos pensar en la descristianización
de nuestra sociedad donde vamos dejando a un lado los valores cristianos y del
evangelio para vivir en una indiferencia muy peligrosa, en un materialismo que
nos desborda y en un sensualismo que preocupa en la manera de vivir de nuestra
sociedad. ¿Habrá una voz profética que nos despierte y haga volver nuestros
corazones a los caminos del Evangelio que aunque nos llamamos cristianos
tenemos tan olvidados? Pero incluso en las mismas formas que se han
reintroducido en la forma de celebrar el nacimiento de Juan está renacimiento
un nuevo paganismo en unos nuevos ritos que quieren ser como los nuevos
sacramentos para nuestra sociedad de hoy. Pensemos en todas las costumbres y
ritos de las que hemos llenado esta noche de san Juan, que quieren mimetizar
los sacramentos de la Iglesia, pero sustituyéndolos por un fuego que llaman
purificador.
¿Quién es el que de verdad nos
purifica? Juan había sido anunciado como el que venía a preparar los caminos
del Señor para la conversión y el perdón de los pecados. ¿Será eso lo que en
verdad nosotros buscamos y queremos celebrar con el nacimiento de Juan?
‘¿Qué va a ser de este niño?’, nos seguiremos preguntando, pero tenemos que hacerlo
en una búsqueda del Evangelio, que tiene que ser siempre una búsqueda de Jesús.
¿Será a Jesús a quien buscamos como nuestro único Salvador?
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