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miércoles, 12 de agosto de 2015

No caminamos en solitario sino sintiéndonos en comunión los unos con los otros ayudándonos en todo lo que nos haga crecer y ser más felices

No caminamos en solitario sino sintiéndonos en comunión los unos con los otros ayudándonos en todo lo que nos haga crecer y ser más felices

Deuteronomio 34,1-12; Sal 65; Mateo18,15-20
El cristiano nunca camina en solitario; un buen cristiano nunca puede ser individualista ni insolidario; el que sigue a Jesús sabe que su camino lo hace al par de los otros que hacen también el camino de Jesús. Ni se puede sentir solo, ni tiene ningún sentido aislarse de los demás. En el camino que hacemos no cabe de ninguna manera desentenderse de los otros. Sería un contrasentido con lo que nos enseñó Jesús a lo largo del evangelio.
Como señal de ello vemos el mismo camino que hizo Jesús. Buscaba a los demás, quería estar en medio de los hijos de los hombres, formó en torno a sí el grupo de los discípulos, quiso de ellos hacer comunidad. Era lo que plasmaban sus palabras, las actitudes nuevas que les iba enseñando, lo que una y otra vez les iba repitiendo aunque volvieran con las mismas preguntas y planteamientos.
Cuando caminamos juntos nos ayudamos, nos tendemos la mano, incluso sabemos esperarnos pacientemente los unos a los otros. Y es que tenemos que sentir preocupación por los demás, por el camino que van haciendo; no es entrometernos en su vida porque cada uno es libre, pero cuando hemos hecho opción por el camino de Jesús hemos elegido también el caminar junto a los otros y de la misma manera que les ofrezco mi compañía y mi ayuda, también estoy abierto a recibirla y a sentir el gozo de la compañía de los demás.
Y es que lo que nos guía es el amor; contemplamos ante nuestros ojos el amor de Jesús que se ha acercado a nosotros y camina a nuestro lado y que es imagen de lo que es el amor infinito del Padre; pero además Jesús nos lo ha dejado como nuestro distintivo. Y amándonos sentimos también el gozo del amor de los que están a nuestro lado; amándonos queremos formar como una piña, queremos sentirnos unidos, formamos una familia que se ama, una auténtica comunidad en la que todo lo compartimos.
Y esto se ha de traducir en muchas cosas, empezando por la alegría con que vivimos nuestra fe y nuestro amor. Y esto lo traducimos en la corrección fraterna de la que nos habla hoy Jesús en el evangelio. Si nos amamos y caminamos juntos nos ayudamos en ese camino; si vemos piedras en ese camino en las que podemos tropezar nosotros o puedan tropezar los que caminan a nuestro lado, seria inhumano y poca muestra de amor el no quitarlas o no ayudar a los otros a que no tropiecen en ellas. Por eso, tendríamos decir, es tan necesaria la corrección fraterna entre los hermanos, para aceptarnos mutuamente con todo respeto pero también con todo amor queriendo siempre lo mejor.
Muchas más consideraciones nos podríamos hacer al hilo de este mandato del Señor, pero me quiero quedar así en lo sencillo. Asumamos y tengamos muy claro que hemos de saber caminar juntos porque nos amamos y si nos amamos nos ayudamos; la ayuda no tiene que quedarse en lo material sino que la ayuda tenemos que prestarla en aquello que le pueda hacer mejor y en lo que nos haga de verdad crecer como personas y como seguidores de Jesús. Con esto hacemos más felices a los demás y estaremos haciendo mejor nuestro mundo.

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