Vistas de página en total

domingo, 28 de septiembre de 2025

Siempre el evangelio es camino que nos abre a la sensibilidad y al amor, a nuevas actitudes y a dar nuevo sentido a nuestros encuentros y a una nueva mirada a los que nos rodean

 


Siempre el evangelio es camino que nos abre a la sensibilidad y al amor, a nuevas actitudes y a dar nuevo sentido a nuestros encuentros y a una nueva mirada a los que nos rodean

Amós 6, 1a. 4-7; Salmo 145; 1Timoteo 6, 11-16; Lucas 16, 19-31

¿Quiénes son los que tienen nombre en la sociedad donde vivimos? Los pobres y los que nada tienen  no ocupan páginas en los medios de comunicación, no son noticia. Recuerdo aquellos tiempos en que el ‘don’ como tratamiento de respeto a la persona solo se ponía delante del nombre de los personajes importantes por su influencia, su poder económico o su riqueza, su rango en una sociedad muy jerarquizada en razón de sus títulos, o su presencia como hombre fuerte e influyente de la sociedad por sus dominios o posesiones; a un pobre nunca se le llamaba por ejemplo ‘don José’, era simplemente el que vivía en tal sitio, o José o Pepe en el trato con sus iguales.

Pero es curioso que en este texto que nos ofrece hoy el evangelio, en esta parábola de Jesús no sea el rico el que tiene nombre sino el pobre, el pobre Lázaro, un mendigo a la puerta del rico pero que era ignorado por el personaje poderoso. ¿Será un signo del contraste que nos quiere proponer Jesús con la transformación que por el Reino de Dios se ha de realizar en nuestro mundo?

La parábola nos quiere enseñar muchas cosas, quiere reflejar muchas actitudes o posturas en las que nosotros podemos caer en la vida. Es fuerte el contraste entre la vida de aquel rico opulento que se lo pasaba banqueteando cada día, pero que era insensible a lo que pasaba a su puerta con aquel mendigo al que parece que únicamente la presta atención un perrito que le lame sus heridas. No es la condena de la riqueza en sí misma lo que pretende decirnos el evangelio sino las actitudes que tenemos en la vida y en consecuencia el uso que hacemos de aquellos medios que tenemos en nuestras manos.

Aquellos bienes que conseguimos a través de nuestro trabajo honrado no son en sí mismo malos, pues ya Dios puso toda la creación en la manos del hombre para que la trabajase y desarrollase. Pero es el camino que hacemos que lo convertimos en un camino de insensibilidad, como aquel hombre que no se daba por enterado de lo que sucedía a su puerta. Cuántas veces nosotros también cerramos los ojos para no ver o volvemos la mirada para otro lado para no sentirnos heridos en la sensibilidad que nos quede en el corazón; cuantas veces ensimismados en nosotros mismos no nos enteramos de lo que sucede a nuestro lado, no queremos ahondar en esos rostros que se cruzan con nosotros en la vida sino que seguimos caminando con nuestros prejuicios y prevenciones y no somos capaces de vislumbrar lo que hay detrás de esos rostros.

Apagamos la televisión o cambiamos de canal para no ver los desastres que asolan nuestro mundo con tantas violencias y tantas guerras; criticamos y juzgamos a quienes llegan a las puertas de nuestra sociedad calificándonos tantas veces de tan mala manera pero no vemos lo que hay detrás, las familias llenas de dolor y de miseria que quizás quedaron en su tierra para que estos como emigrantes lleguen hasta nosotros buscando una vida mejor, ¿habremos pensado en la tragedia que han vivido cuando han dejado su tierra arriesgándose a cruzar un mar, por ejemplo hablo de los que llegan a las costas de nuestras islas, que no saben si terminarán su travesía con vida mientras allá han quedado unas familias llenas de angustia?

La parábola que escuchamos hoy sigue haciéndonos pensar en muchas cosas. Pensemos en el vacío en que ha caído aquel rico, en esa imagen en que lo contemplamos en el abismo, en el que clama por un dedo mojado en agua que refresque su garganta, o porque vayan a anunciar a sus hermanos lo que a ellos les puede suceder siguiendo el mismo camino. Parece un abismo infranqueable, una situación de la que no se puede salir, unas soluciones que parece que no se encuentran tan fácilmente. Pero el evangelio siempre tiene un faro de esperanza para el hombre, el evangelio siempre es buena nueva, buena noticia de esperanza y salvación.

No es el camino la aparición de los muertos para tratar de convertirnos, como algunas veces nosotros pedimos también, sino que tiene que ser una apertura de la vida, una apertura de los oídos del corazón para escuchar la Palabra de Dios. Como se nos dice en la parábola, tienen a Moisés y los profetas que nosotros tenemos que saber interpretar bien.

Escuchemos el evangelio, dejémonos sorprender por esa buena noticia que nos anuncia esperanza y salvación, dejémonos transformar para que en verdad cambiemos nuestras actitudes y no vivamos ya solo pensando en nosotros mismos que es la tentación fácil que nos aparece, no vivamos encerrados en nuestra insensibilidad y nuestra insolidaridad sino que seamos capaces de darnos cuenta que cuanto tenemos no es solo en beneficio propio sino que tenemos que pensar en el bien de ese mundo y en el bien de cuantos caminan a nuestro lado.

No es un evangelio para sentirnos abrumados porque quizás hayamos tenido momentos en que no hayamos sabido hacer uso de la vida y cuanto somos y tenemos para caer el vacío de un sin sentido, sino para abrir puertas, para abrir nuestros oídos, para abrir nuestra vida a nuevas actitudes, a un verdadero encuentro sin prejuicios a cuantos caminan con nosotros en la vida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario