Hacernos como niños en la simplicidad y en la generosidad, en la ausencia de malicia y en el deseo de crecimiento interior, camino para vivir el Reino de Dios
Nehemías 8, 1-4ª. 5-6. 7b-12; Salmo 18; Mateo 18, 1-5. 10
Nadie quiere aparecer como pequeño e insignificante. Es una tentación que sentimos, aunque al final tengamos que reconocer que no somos tan importantes, al menos entre los que nos rodean queremos hacernos notar; nos puede suceder a todos, buscamos influir, que se nos tenga en cuenta, no queremos quedarnos atrás, nuestro deseo es sobresalir. Y sucede en todos los ámbitos, muchas veces nos quedamos relegados a un ámbito más cercano, pero vemos que en esa escala ascendente de los que se sienten poderosos continuamente andamos en esa carrera por ostentar el poder, por creernos superiores o mejores que los demás; cuántas vanidades de ese tipo contemplamos en la vida social, en la política o en los círculos de influencia en nuestra sociedad; verdadera guerras sordas por conseguir esos lugares de apariencia o de poder.
Frente a esa experiencia de la vida cada vez más frecuente, aunque siempre ha habido quien se ha andado con esas insuflas de grandeza, hoy nos habla Jesús en el evangelio de que en su reino hemos de hacernos como niños. Palabras de Jesús que en el tiempo y momento en que fueron pronunciadas tenían como una connotación especial, por la poca importancia que en aquella sociedad se les daba a los niños. Hasta que no llegaran a una cierta edad en que ya se consideraran mayores no se les tenia en cuenta, se les dejaba a un lado.
Y ahí en medio de esa connotación de la sociedad Jesús nos viene a decir que seamos como niños; ¿con su inocencia? ¿Con su ingenuidad? ¿Con esa falta de malicia? ¿Con esa curiosidad de su espíritu que les hace preguntar y preguntar porque quieren saber, porque quieren entender? ¿Con esa simplicidad del niño que corre libremente de una lado para otro parece que es ajeno a todas las preocupaciones? ¿Con esa espontaneidad que se convertía en una generosidad natural siempre dispuestos a ser los primeros en hacer las cosas?
Podrían parecer valores muy infantiles, cosas de niños que nos decimos. Pero ¿realmente son valores infantiles o pueden convertirse en valores muy fundamentales para entender lo que ha de significar el Reino de Dios para nosotros?
Ojalá tuviéramos esa inocencia para quitar la malicia y desconfianza a nuestros actos, a lo que hacemos, a lo que son nuestras relaciones con los demás. Ojalá tuviéramos siempre esa hambre de aprender y de crecer, supiéramos acelerar ese motor de búsqueda interior que nos hace encontrarnos con nosotros mismos o con lo que es la verdad de la vida y de las cosas que vivimos. Ojalá tuviéramos esa disponibilidad que nos hace generosos haciendo que pensemos menos en nosotros mismos que en el bien que podemos hacer a los demás. Ojalá supiéramos entrar en esa órbita en la solo buscamos poner nuestra parte, nuestro granito de arena, sin buscar coronas de oropeles, sin querer estar imponiéndonos sino sabiendo colaborar poniendo cada uno su saber y su capacidad de actuar.
No son cosas tan infantiles, sino que serán cosas que nos harán profundizar más en nuestra vida para buscar lo que verdaderamente es fundamental y así abandonáramos esas ínfulas de vanidad que tantas veces nos envuelven para hacernos un mundo de fantasías y de superficialidad.
El evangelio de hoy nos ha querido hablar de esa sencillez con que hemos de tomarnos la vida, de esa alegría de vivir simplemente porque somos generosos, porque somos capaces de compartir con los demás lo que somos, porque estamos deseando estar siempre en esa actitud de servicio.
Claro que si hoy se nos ofrece este evangelio, en esta fiesta de los Santos Ángeles Custodios, es por aquello que se nos dice al final de que tengamos ‘cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial’.
Nos quiere recordar este texto el sentido de la celebración de este día y es el pensar en esos Ángeles de Dios que están a nuestro lado, que serán inspiración celestial para nosotros y signos de esa presencia de Dios en nuestras vidas para insuflar en nosotros también esa fortaleza de gracia para el camino de nuestra vida. No nos sentiremos nunca abandonados de Dios que nos hace sentir su presencia en el signo de los ángeles del cielo y que son también una invitación para que nos unamos siempre, como decimos en la liturgia, al coro de los ángeles que canta la gloria del Señor.
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