Constructores
y signos de paz allí donde estamos con nuestra manera de ser y estar, sintiéndonos
acogidos pero ofreciendo la solidaridad de nuestro corazón
Job 19, 21-27; Salmo 26; Lucas 10, 1-12
Seguramente que todos andamos con la
misma preocupación en estos días; se oyen muchos tambores de guerra que nos
aceleran el corazón. Las noticias que continuamente vamos escuchando no son
nada alentadoras y sentimos cómo la paz se está resquebrajando más y más. Nos
sentimos quizás impotentes porque nos parece que no está en nuestras manos
detener esa carrera loca, pero al mismo tiempo nos sentimos con la
responsabilidad, porque realmente el mundo está en nuestras manos, de que algo
tenemos y podemos hacer.
Como creyentes elevamos nuestra mirada
y nuestra oración al cielo para pedir por la paz, es lo menos que podemos
hacer, para que se muevan los corazones de quienes tienen en sus manos detener
esta loca carrera, y que el Señor mueva los corazones en búsqueda de esa paz.
Pedimos por esos lugares en guerra o que se ven amenazados y por tanto
sufrimiento que se ve generando en derredor de esas situaciones.
Pero creo que no es solo eso lo que
podemos hacer; son también nuestros corazones los que no sólo tienen que
conmoverse, sino moverse para que seamos capaces también de dar nosotros pasos
en la construcción de esa paz. Alguno podrá decirme y ¿qué puedo hacer yo, una
insignificante persona escondida en el último rincón del mundo – vamos a
decirlo así – para lograr esa paz para nuestro mundo que tanto necesitamos?
Un edificio, pongo un ejemplo, lo vemos
en su conjunto, como podemos ver el mundo en su conjunto, y nos fijamos en las
cosas más llamativas, como nos puede suceder ahora en la situación en que nos
encontramos. Pero ese edificio está hecho de muchas, de múltiples y quizás
pequeñas cosas y detalles que harán que ese conjunto tenga su fortaleza y su
belleza; como solemos decir son los pequeños granos de arena que han ido construyéndolo,
estarán sus cimientos, sus paredes y portales, sus herrajes y sus forjados, su
puertas y ventanas, y así en pensemos, por ejemplo en nuestra propia casa, cuántas
cosas ha necesitado para su construcción e incluso luego su mantenimiento; cada
una de esas cosas, en su lugar, han sido importantes, porque son una parte de
ese conjunto y sin las cuales no lo tendríamos.
Así nuestro mundo y nuestra vida, así
el conjunto de la sociedad de la que somos parte y, aunque parezcamos pequeños,
parte importante e insustituible, como aquel lugar donde convivimos o
realizamos nuestras tareas, donde hacemos nuestra vida al lado de los que también
caminan a nuestro lado. Pues, es lo que te quiero decir, ahí donde estás tienes
que ser constructor de esa paz. Esa paz que tú construyas ahí donde estás va a
ser raíz importante de la paz de ese mundo en el que vivimos. Ese tiene que ser
nuestro compromiso. Ahí donde estamos no dejemos que suenen nunca tambores de
guerra con nuestras violencias o nuestros malos modos. ¡Cuánto podemos hacer!
Y no me estoy alejando del evangelio
que hoy se nos proclama, porque es a eso a lo que nos envía Jesús cuando nos
envía a anunciar el Reino de Dios. Hemos escuchado que Jesús ha escogido a sus discípulos
y apóstoles y los pone en camino para anunciar el Reino de Dios. Fijémonos en
lo que les dice, en el encargo que les hace. En alguna ocasión nos hemos fijado
como Jesús los envía sin nada, que no busquen esos apoyos materiales para hacer
el anuncio, porque el anuncio que tenemos que hacer trasciende esos medios
materiales.
¿Qué nos está diciendo Jesús? ‘Cuando
entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Y si allí hay gente de
paz, descansará sobre ellos vuestra paz… Quedaos en la misma casa, comiendo y
bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis
cambiando de casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os
pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: El reino de Dios ha
llegado a vosotros’.
Un anuncio de paz, unos gestos de paz, dejándonos
ser acogidos, compartiendo lo que nos ofrezcan, queriendo dejar siempre un
gesto de paz en lo que ofrecemos o en la manera de estar; nuestra presencia,
nuestra manera de estar tiene que ser ya en si mismo un anuncio de paz, un
anuncio del reino de Dios. Es lo que tiene que reflejar nuestra vida, nuestras
actitudes, nuestra acogida y nuestro dejarnos querer que es también importante,
porque significa la humildad y la sencillez con que nos presentamos. Nada de
arrogancias ni de orgullos, nada de vanidad ni autosuficiencia para poder
sentirnos pobres con los pobres y cercanos y verdaderamente solidarios con
todos los que sufren.
¿Será esa en verdad la señal que damos
con nuestra vida los cristianos? ¿Será esa la imagen que da la Iglesia en medio
de nuestro mundo? Muchas actitudes, muchas posturas, muchas cosas tenemos que
revisar y transformar para que seamos en verdad señales del Reino de Dios en
medio del mundo.
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