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martes, 18 de abril de 2023

Vayamos a estar con Jesús, como Nicodemo de noche, para bebernos cada palabra y cada gesto, para escucharle en lo hondo, para llenarnos del sentido de Jesús

 


Vayamos a estar con Jesús, como Nicodemo de noche, para bebernos cada palabra y cada gesto, para escucharle en lo hondo, para llenarnos del sentido de Jesús

Hechos de los apóstoles 4, 32-37; Sal 92; Juan 3, 7b-15

Se le hace difícil a Nicodemo entender las palabras de Jesús. Como nos cuesta a nosotros también tantas veces. Es necesario, por así decirlo, estar en la onda, tener como una sintonía especial, porque tampoco podemos hacer nuestras interpretaciones a nuestra manera.

Pasa tantas veces con las interpretaciones que nos hacemos de tantas cosas. Sin ir más lejos, son los juicios y prejuicios que nos hacemos los unos de los otros. Vemos algo y le damos nuestra interpretación, vemos el actuar de alguien, y sobre todo cuando no son personas o cosas de nuestro gusto, hacemos nuestra interpretación que muchas veces se hace maliciosa, prejuzgando a la persona sin saber las circunstancias en las que se encuentra, los problemas que puede haber detrás y que nosotros no conocemos, las frustraciones que esa persona ha tenido anteriormente y ahora le hace actuar de determinada manera. Por eso, cuidemos nuestros juicios. Lo digo como ejemplo, pero también constatando realidades de los juicios en cierto modo injustos que tantas veces nos hacemos de los demás.

Y en esto de las interpretaciones que nos hacemos del evangelio, del actuar de la Iglesia en determinados momentos y cosas así también nos encontramos con una variopinta diversidad de opiniones. Se habla de la Iglesia y lo hacemos desde nuestros parámetros humanos y muchas veces hasta políticos, creando una confusión; miramos a la Iglesia como si fuera una sociedad cualquiera y la despojamos de su elemento religioso y sobrenatural, porque quizá de eso no entendemos ni queremos entender, y vienen los juicios y los prejuicios, las condenas fáciles, las intenciones torcidas e interesadas que queremos ver por todas partes, las ansias de poder que vivimos en nuestra sociedad mundana la trasladamos al seno de la Iglesia, olvidando el espíritu de servicio que hay detrás, por ejemplo, de toda autoridad.

 Cuando no hemos descubierto un verdadero sentido cristiano, no entendemos el sentido de la Iglesia, cuando nos dejamos arrastrar por los criterios del mundo donde todo es cambiante, muchas veces según los intereses de cada uno o la capacidad de encauzar sus propias pasiones, venimos en que tenemos que hacernos una moral a medida y que la Iglesia no tiene que ser tan rígida y que hay muchas cosas que cambiar en torno al sentido de moralidad de la vida, por ejemplo.

No estamos en la onda del sentido cristiano de la vida a partir del evangelio de Jesús, y para adaptarnos al mundo en que vivimos pues tenemos que cambiar hasta los principios del evangelio. Es lo que muchas veces escuchamos en nuestro entorno, es lo que se le pide a la Iglesia. Es quizás la tentación que también sentimos dentro de nosotros mismos.

Hablábamos de que a Nicodemo le costaba entender a Jesús, como le costó a tantos, como vemos a lo largo del evangelio, y como nos sigue costando hoy. Pero Nicodemo buscaba, quería ser discípulo de Jesús, hoy lo vemos que acude a Jesús y se deja enseñar por Jesús. Quería entrar en la honda de Jesús, aunque le costara. Como nos cuesta a nosotros. Pero tenemos también la actitud de búsqueda de Nicodemo.

Irnos muchas veces en la noche a hablar con Jesús, pero no solo a contarle nuestras cuitas, nuestras penas, nuestras preocupaciones, aunque sea eso siempre lo que vamos a tener muy presente, pero tenemos que saber ir para escuchar a Jesús, para estar con Jesús, para luego ir nosotros rumiando toda esa Palabra de Jesús, porque rumiándola es como la asimilamos y la hacemos en verdad alimento de nuestra vida.

Podemos entonces reconocerlo cuando sea levantado en lo alto, como hoy nos habla. Verlo en lo alto del madero no será para nosotros motivo de escándalo y de salir corriendo a escondernos en otras cosas, sino será quedarnos quietos contemplando, descifrando cada palabra y cada gesto, cada suspiro y cada minuto, podremos reconocer al que viene de Dios, como hizo Nicodemo, podemos reconocer al hombre justo e inocente que tenía que ser el hijo de Dios, como reconocía también el centurión del calvario.

 


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