Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o
desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?
Cuantas veces, en un momento de fervor
quizás, habremos dicho cosas así, si yo hubiera estado en aquellos tiempos –
cualquier episodio que nos cuente el evangelio – hubiera actuado de otra manera
y no habría sido tan duro de entendederas como vemos tantas veces a los
apóstoles, o pensamos también, si ahora lo viéramos caminar entre nosotros y
hablarnos le seguiría sin más como nadie lo ha hecho.
Nos olvidamos de una cosa, del
evangelio de hoy. ‘¿Cuándo te vimos enfermo y no te atendimos? ¿Cuándo te
vimos hambriento y no te dimos de comer? O ¿cuándo te vimos desnudo y te
vestimos?’ Eran las preguntas que le hacían a Jesús tanto los de la derecha
como los de la izquierda ante lo que Jesús les estaba diciendo en el juicio
final. ‘Cuando lo hicisteis… cuando no lo hicisteis con uno de estos
hermanos pequeños… a mi no me lo hicisteis… conmigo lo hicisteis…’
Es claro Jesús en el evangelio. No nos
va a preguntar Jesús si robamos o matamos a alguien, nos va a preguntar por lo
que hicimos en positivo o por lo que dejamos de hacer, aunque no le hayamos
robado, aunque no los hayamos matado. No significa que eso no lo tengamos en
cuenta. No podemos olvidar a ninguno de los mandamientos, porque Jesús no ha
venido a abolir la ley sino a darle plenitud. Y recordamos cuando aquel joven
le pregunta qué ha de hacer para heredar la vida eterna, lo primero que le
responde Jesús es que cumpla los mandamientos. Luego será cuando Jesús pida dar
un paso más para compartir lo que somos, para despojarnos de lo que tenemos
porque el tesoro mejor guardado es lo que hagamos con los demás.
Y lo que hacemos a los demás es como si
se lo hiciéramos a Jesús. Se identifica con el pobre y con el hambriento, con
el que está solo en su soledad o vive triste y sin consuelo en la vida, con el
que se siente abandonado por todos o es discriminado por su condición o por las
circunstancias que condicionen su vida. ‘A mi me lo hicisteis’, nos dirá
Jesús.
Por eso nuestro amor no es un amor
cualquiera. No es amar solamente a los que me aman, ser amigo solo de los que
son amigos y a lo más amigos de mis amigos, como tantas veces decimos; no es
saludar solo a los que me saludan, sino ir por la vida con mi semblante
sonriente para regalar mi saludo a todo el que encuentro a mi paso, no es
ayudar solo a los que un día me echaron una mano, sino también sentar a mi mesa
a aquel que no podrá corresponderme invitándome también, no es solo preocuparme
de los que están más cercanos a mi y quizás me manifiestan sus problemas, sino
tender mi mirada más allá para detectar allí donde hay una necesidad o está
alguien esperando entrar a la piscina sin que nadie le ayude.
Es lo que vemos hacer a Jesús en el
evangelio. Lavará Jesús los pies a los discípulos siendo el maestro y el Señor
para que nosotros también lo hagamos; perdonará a los que están clavándolo a la
madera, pidiendo incluso disculpas por ellos porque no saben lo que hacen.
Aunque eso algunas veces nos sea pesado como una cruz que tengamos que cargar,
pero cuando las cosas se hacen desde el amor no hay peso que se nos resista, no
hay nada que tengamos que dejar de hacer.
Por eso, dejémonos envolver por el
amor, un amor como el de Jesús, para que podamos amar como El ama; y su amor es
incondicional, su amor es generoso y universal, su amor no tiene límites porque
ya nos dirá que el amor más grande es dar la vida por aquellos a los que ama.
El lo hizo ¿seremos capaces nosotros de hacerlo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario