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martes, 11 de marzo de 2025

No hacen falta muchas palabras para orar, solo nos hace falta una, saborear el poder llamar Padre a Dios

 


No hacen falta muchas palabras para orar, solo nos hace falta una, saborear el poder llamar Padre a Dios

 Isaías 55, 10-11; Salmo 33; Mateo 6, 7-15

En ese deambular por la vida, que es la vida misma con lo que hacemos, en lo que nos relacionamos con los demás, en lo que vamos encontrando o en los pensamientos o que van surgiendo dentro de nosotros o en las ideas que otros nos proponen, quizá en un momento determinado descubrimos algo que nos llama la atención, que nos sorprende, que nos deja llenos de admiración de manera que queremos poseerlo, queremos llegar a ese lugar si de un espacio se tratara, o queremos vivirlo; y nos ponemos en camino para conseguirlo, para tenerlo, para vivirlo y luego nos sentiremos como transformados por esa felicidad y de ninguna manera queremos perderlo; ya buscaremos medios, formas de poder seguir disfrutándolo.

Podemos estar pensando en cosas materiales, en cosas que nos darían una riqueza, podemos pensar en un lugar paradisíaco, podíamos pensar en un estado de vida. ¡Cómo nos gustaría conseguirlo, disfrutarlo!

Pues os voy a decir que lo tenemos a nuestro alcance. Leamos con atención de nuevo el texto del evangelio de hoy. De entrada decimos es la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, la oración que nos enseña a nosotros. Ahí lo tenemos. Está bien descrito. Es lo maravilloso de sentirnos en Dios, del encuentro con Dios, de la presencia de Dios en nosotros, en nuestra vida y que tenemos que hacer que sea también en nuestro mundo.

En tres palabras quiero resumir hoy lo que es la oración del padrenuestro, que Jesús nos ha enseñado: contemplación, camino, compromiso.

¿Qué es lo primero que nos llena de admiración cuando comenzamos a rezar el padrenuestro? Qué podamos llamar Padre a Dios. Como nos dirá san Juan en sus cartas es una maravilla que podamos llamarnos hijos de Dios, y nos dice, pues en verdad lo somos. Es para quedarse extasiado. Dios que nos ama, porque es nuestro Padre, que nos llama sus hijos, que quiere que vivamos como hijos. Los hijos no son esclavos, los hijos viven la libertad de su condición, de su filiación; como tal nos trata, como tal nos ama. Por eso no podemos hacer otra cosa que bendecir a Dios, bendecir su nombre, sentirnos dichosos con su amor que es sentirnos bendecidos por Dios. Es una contemplación esta primera parte de nuestra oración. No podemos pasar de largo, no lo podemos hacer a la carrera, tenemos que detenernos para contemplar, para alabar, para dar gracias, para santificar el nombre de Dios en el que nos sentimos santificados.

Como decíamos antes, eso tan bello y hermoso lo queremos poseer; nos ponemos en camino para conseguirlo. Por eso nos abrimos a Dios, a su Palabra que queremos que se plante en nosotros, que se cumpla en nosotros esa palabra del Señor, como pedía y quería María en la anunciación. Queremos hacer la voluntad de Dios; no nos queda otra, es la voluntad del Padre, y a los padres se les obedece, a los padres les somos fieles u leales, a los padres queremos agradarles con nuestro amor y se lo manifestamos haciendo su voluntad. Un camino que hemos de recorrer en esa búsqueda de la voluntad de Dios.

Un camino que se hace compromiso porque ahora veremos las cosas de otra manera; un camino en el que sentimos su presencia junto a nosotros y teniéndole a El, nada nos faltará; un camino que nos lleva a una nueva comunión con los que nos rodean, porque de ellos también Dios es Padre, ¿no decíamos al principio padre nuestro? No es solo mío sino de todos, todos entonces tenemos que sentirnos hermanos, entre todos ha de haber una nueva comunión, a todos tenemos que aceptar y comprender; y nos amamos y nos perdonamos, porque así es la garantía de que seguiremos sintiendo el amor de Dios sobre nosotros a pesar de nuestros errores y debilidades. Con Dios a nuestro lado, nos sentiremos fuertes para no dejarnos arrastrar por el mal, para sentir la fortaleza que nos lleve a hacer siempre el bien.

Una oración para saborear, como siempre tiene que ser nuestro encuentro con Dios, ante el que muchas veces nos quedaremos mudos sin saber qué decir, nos quedamos en silencio, dejando que nuestra mente contemple ese misterio de Dios, pero nuestro corazón se derrita en ese amor de Dios que se está derramando en nosotros. No hacen falta muchas palabras, nos decía Jesús; sólo nos es necesaria una, saborear el poder llamar a Dios Padre.

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