Oramos
y pedimos con la confianza de los hijos que se saben amados y sentirán siempre
al Padre a su lado como estímulo y fortaleza para el crecimiento de su vida
Ester 4, 17k. l-z; Salmo 137; Mateo 7, 7-12
Afrontando la vida con realismo y
sinceridad nos damos cuenta que en el mundo en que vivimos estamos llamados a
interrelacionarnos los unos con los otros, porque mutuamente nos necesitamos
empezando para comunicarnos pero también por la ayuda que nos podemos dar los
unos a los otros en las mismas necesidades vitales con que nos encontramos.
Surge, pues, esa relación y esa
intercomunicación, ese pedir ayuda en multitud de ocasiones y aceptar lo que
los demás puedan ofrecernos. Orgullosos somos en ocasiones para no querer o no
atrevernos a pedir a los demás eso que necesitamos, aunque haya otros que viven
en una dependencia total de los demás porque tampoco son capaces de hacer nada
por si mismos.
Hoy Jesús en el evangelio está enseñándonos
esa relación de humildad pero también de confianza que nosotros hemos de tener
con Dios. Es la confianza de los hijos que se sienten amados por sus padres y a
ellos llegarán con toda confianza con lo que es su vida porque sabe que siempre
serán escuchados y comprendidos y siempre van a encontrar el apoyo que
necesitan para desarrollar su propia vida.
El padre en su amor hará siempre todo
lo que pueda por su hijo porque lo ama, pero también dejará crecer al hijo,
estará a su lado como apoyo que le sostiene en ese enfrentarse con los
problemas de la vida; no es mejor padre el que se convierte es un insustituible
en la vida del hijo haciéndolo todo por él, sino el que mejor estimula,
acompaña y ayuda a crecer haciéndole sentir la fuerza que necesita para hacer también
todo lo que es capaz.
Hoy nos dice ‘Pedid y se os dará, buscad
y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien
busca encuentra y al que llama se le abre’, y no es para que nos sintamos
incapaces y que nos lo den todo hecho sino para que tengamos la confianza de
que somos escuchado, que se nos dará lo que necesitemos, se nos responderá a
nuestras súplicas o en aquellas angustias que podamos pasar en los momentos
tormentosos de la vida, vamos a tener la seguridad de quien está a nuestro lado
y será nuestra fortaleza. ‘Quien busca encuentro y al que llama se le abre’,
nos dirá Jesús.
Algunas veces le hemos dado una
literalidad a estas palabras de Jesús que vemos a Dios solo como el
solucionador de problemas o ese paternalismo de quien nos da las cosas hechas
sin que nosotros pongamos nada de nuestra parte. Así muchas veces vamos en
nuestra oración a Dios, como al solucionador de problemas o la tómbola que nos
regala las cosas en función de la suerte o la lotería que reparte premios,
vamos al que nos va a sacar las castañas del fuego para que nosotros no nos
quememos.
La presencia de Dios en nuestra vida es
mucho más que todo eso. Es, sí, nuestro refugio y nuestra fortaleza, pero es también
la luz que nos guía, la Palabra que nos pone en camino, la Sabiduría que
ilumina nuestro espíritu en las decisiones que hemos de tomar, y el viático que
nos acompaña para hacer que nos sintamos fuertes en nuestras luchas y en la
consecución de nuestros mejores deseos. Otra tiene que ser la forma de nuestra oración.
Una imagen preciosa de una hermosa oración
la tenemos en el ejemplo de la reina Esther. Era ella la que tenía que
presentarse ante el rey para suplicar por su pueblo que se veía oprimido y
humillado; acude ella en su oración a Dios antes de enfrentarse a aquella
situación para sentir esa presencia y esa fortaleza del Señor para hacer lo que
tenía que hacer. ‘Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no tengo
a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon en mis
labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus ojos….’ Se
siente sola y desamparada, incapaz de pronunciar palabra, pero pide la ayuda
del Señor que ponga en sus labios la palabra oportuna. Y con esa confianza da
el paso adelante para realizar su tarea.
Tenemos que quemarnos en la vida, tenemos
que afrontar nuestras tareas y responsabilidades, tenemos que luchar contra el
mal, tenemos que hacer el camino, pero lo hacemos con la confianza de que Dios
está con nosotros, Dios inspirará lo que hemos de hacer o lo que hemos de
decir, será nuestra fortaleza para superar nuestros decaimientos y para
levantarnos de donde nos hundimos.
Es la confianza con que hacemos el
camino, porque somos escuchados, encontraremos esa luz o esa fuerza, sentiremos
ese regalo de la presencia del Señor en nuestro camino. Oramos y pedimos con la
confianza de los hijos que se saben amados.
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