Necesitamos
nosotros irnos ‘de paseo’ con Jesús, tener un tiempo para estar a solas con El,
escuchar sus confidencias y desahogarnos con El
Génesis 9,1-13; Salmo 101; Marcos 8,27-33
Seguro que más de una vez o lo hemos
hecho o nos ha sucedido, un amigo tenía ganas de hablar con nosotros, o
igualmente éramos nosotros los que teníamos ganas de estar con esa persona y
charlar y hemos dicho vamos a dar un paseo; una ocasión para una conversación
distendida, para compartir cosas que nos suceden, para sacar de nuestros
pensamientos lo que quizás no hablamos con todo el mundo, oportunidad para un
desahogo, decir algo que teníamos ganas de soltar desde hacía tiempo y no
sabíamos como; nos sentamos bajo un árbol, alrededor de un café en una mesa, en
una piedra del camino, o simplemente caminamos, pero hablamos.
Es la composición de lugar que me hago
al escuchar el pasaje del evangelio que se nos ofrece hoy. Jesús se lleva a sus
discípulos a ‘un paseo’ bastante largo, porque casi se salen de las fronteras
de Palestina llegando a Cesarea de Filipo; ya en otras ocasiones vemos que
Jesús hace lo mismo, porque se los lleva a lugares descampados, o sube con
algunos a alguna montaña alta en medio de las llanuras y valles de Galilea.
Una oportunidad para las confidencias y
los desahogos, un poco también para analizar de alguna manera la reacción que
la gente está teniendo ante la predicación de Jesús, de ahí las preguntas que
surgen, ‘¿qué dice la gente del Hijo del Hombre?’ y los discípulos se
van expresando; pero Jesús quiere llegar más hondo en el compartir, no es solo
lo que la gente piensa sino lo que ellos piensan. ‘Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo?’.
Preguntas con las que se queda uno callado sin saber qué responder, porque es necesario expresar lo que sentimos,
lo que de verdad pensamos. Poniendo imaginación me veo a los discípulos
mirándose unos a otros a ver quién es el que comienza a hablar. No se trata ya
de lo que dice la gente, sino de lo que dicen ellos. Y vemos que será Pedro el
primero que salte con palabras, como le dirá Jesús, que salen de su corazón,
pero que es el Padre del cielo el que las ha puesto en su corazón. Pedro está
hablando con el corazón en la mano, dejándose llevar por el amor que siente por
Jesús, como en otro momento también manifestará, pero dejándose llevar sobre
todo por el Espíritu de Dios.
Una hermosa confesión de fe, pero que
dará pie para que Jesús les quiera hacer comprender de verdad lo que significan
esas palabras que ha pronunciado Pedro; y les habla de cuánto le va a suceder,
les está anunciando su pasión aunque ellos no lo quieren comprender y ya Pedro también
tratará de convencer a Jesús que eso no le puede suceder a El.
¿No necesitaríamos nosotros también
irnos ‘de paseo’ con Jesús? ¿No necesitaremos tener un tiempo para estar a
solas con El? Ese tiempo de intimidad y de confidencias, ese tiempo para abrir
el corazón y expresar todo lo que llevamos dentro, pero también para escuchar
la confidencia de Jesús, lo que Jesús también nos quiere confiar, decir,
explicar para abrirnos caminos, para hacernos ver la grandeza de nuestra fe,
para que aprendamos a mirar alrededor, para que nos dejemos llenar también por
el Espíritu de Dios, para que al final también nosotros digamos como los discípulos
de Emaús cómo nos ardía el corazón mientras nos explicaba las Escrituras.
Quizás algunas veces no lleguemos a
comprender todo lo que quiere decirnos, nos puede asustar de algún modo las
sugerencias que nos hace, estaremos también tentado a replicarle que esas cosas
no pueden pasar, como le replicaba Pedro, que solo en la confianza de la
intimidad podemos hacer, pero finalmente nos dejaremos llevar por Jesús y su
Palabra y aceptaremos también el camino que nos ofrece aunque nos cueste.
Tenemos la certeza de que estando con El también nos vibrará nuestro corazón y
podremos luego sacar lo mejor de nosotros mismos. Alguna vez habremos pasado
por esa experiencia, pero al final hemos sentido su paz en nuestro corazón.
Vayamos a estar con Jesús que El también quiere estar con nosotros.
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