A
nosotros nos toca seguirle, liberados de pesos muertos, porque así es la
ascensión de nuestra vida cristiana
Ezequiel 24, 15-24; Dt 32, 18-19. 20. 21;
Mateo 19, 16-22
Nos la damos de generosos pero siempre
andamos buscando reglas y medidas para ver hasta donde tengo que llegar, pero
sin sobrepasarme, para dar por cumplidos esos protocolos que me pondrían ya en
la lista de las personas buenas. Sí, porque no necesitamos hacer más de lo mínimo
que se me exige, porque yo tampoco quiero ir de ‘superhombre’, con que me quede
dentro de los límites me contento. Porque, bueno, yo ya cumplo.
¿Serán esos los raquitismos con que
andamos por la vida? Aunque nos demos de generosos y cumplidores. ¿Es esa la
medida de la intensidad con que vivimos nuestra vida cristiana? Cuántas veces
habremos estado contando los rosarios que hemos rezado, o las veces que hemos
venido a la Iglesia, quizás aun sigamos sintiendo pesar en el corazón porque un
día nos propasamos a la hora de dar una limosna. No estoy exagerando, porque
son pensamientos y tentaciones que nos asaltan, son cosas que también he
escuchado muchas veces. Es lo que realmente le está planteando aquel joven a
Jesús.
Parecía venir con buenas intenciones y
no lo dudamos; parecía ser una persona buena y con inquietud, y ahí estaban
esos deseos de vida eterna; no era de los que habían vivido una vida
desordenada, porque había sido muy cumplidor, nos dice que él desde su niñez
siempre ha cumplido los mandamientos. Y podemos ver la mirada de Jesús hacia
aquel joven que prometía luchar por altas metas en su vida.
Pero el camino es una ascensión continua
que no puede detenerse. Jesús ve en aquel joven posibilidades de cosas grandes.
Tras ese primer diálogo donde se va viendo esa buena actitud en principio de
aquel joven, Jesús propone algo más. La ascensión no se debería detener. Las
reglas y medidas han de romperse y saltar por los aires cuando hay algo mejor.
Nosotros también tenemos miedo muchas veces, si acaso el paso siguiente que
vamos a dar nos va a comprometer mucho, y ya nos ponemos a ver hasta donde
podemos llegar, cuanto podemos dar de nosotros mismos. Porque, claro, siempre
habría que reservarse algo para uno mismo, por si acaso un día faltara, por si acaso
se pueden volver las tornas y al final nos vamos a quedar ‘compuestos y sin
novia’, como dice el refrán.
‘¿Qué me falta?’ se sigue preguntando el joven. ‘Si quieres ser
perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un
tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme’, le dice Jesús.
Así en directo, como quiere hablarnos
Jesús al corazón. Ya no es ver hasta donde llego, cuanto me queda para mí, lo
de ser previsor por lo que pueda pasar. Ahora se trata de todo. Ya no son
cumplimientos, ya no son cosas que vamos acumulando para irnos haciendo una reserva
allá en el cielo. ‘Vende tus bienes, da el dinero a los pobres y luego ven y
sígueme’.
Ya nos dirá en otro momento que el Hijo
del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza, ya nos dice que no podemos andar
mirando atrás lo que hemos dejado dejando que salgan a flote de nuevo las
añoranzas de lo que tuvimos o de lo que vivimos, ya nos dice que su camino es
un camino de vida y no de muerte, aunque tengamos que morir a nosotros mismos,
ya nos dirá que no vamos buscando prebendas como los poderosos de este mundo
para sentarnos por encima de todos, ya nos dirá que tenemos que hacernos los
últimos y los servidores de todos. Y aquí no caben reglas, ni medidas, ni
protocolos que cumplir; aquí se trata de una vida que dar, como lo hizo El que
va delante de nosotros.
A nosotros nos toca seguirle, pero
liberados de pesos muertos, porque con esos apegos que nos arrastran no podemos
hacer camino de ascensión. Para subir a la montaña de la Pascua tenemos que
estar liberados de todo. ‘Tú, ven y sígueme’. Es el camino que nos hace
cristianos de verdad identificándonos del todo con Cristo.
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