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jueves, 8 de febrero de 2018

La vida nos pone a prueba muchas veces también en nuestra fe pero es cuando tenemos que mantenernos fuertes y se ha de manifestar toda nuestra madurez humana y cristiana

La vida nos pone a prueba muchas veces también en nuestra fe pero es cuando tenemos que mantenernos fuertes y se ha de manifestar toda nuestra madurez humana y cristiana

1Reyes 11,4-13; Sal 105; Marcos 7,24-30

A veces decimos que la vida nos pone a prueba. Tenemos ilusiones, queremos sacar las cosas adelante, tratamos de vivir con responsabilidad, pero parece que las cosas se nos tuercen porque cuando parecía que teníamos las cosas en la mano todo se nos vuelve en contra, aparecen mil dificultades, y no logramos aquello que aspirábamos que quizá eran simplemente las cosas normales de la vida de cada día.
No digamos cuando nos aparece la enfermedad en nosotros o en alguno de los miembros de la familia y todo se  nos vuelve oscuro porque quizá no encontramos mejoría tan pronto como quisiéramos o acaso tenemos que abandonar cosas que ya por esa enfermedad no podemos realizar. Luchamos, algunas veces parece que nos desesperamos y buscamos solución por todos los caminos aunque nos parezca que no tenemos salida.
Son pruebas duras de la vida que muchas veces nos hacen entrar en crisis hasta del mismo sentido de la vida. Nos pasa igualmente en el camino de nuestra fe; quizá nos habíamos debilitado en nuestras practicas y experiencias religiosas, o fueron apareciendo como cantos de sirena otras ideas, otras maneras de pensar, otros planteamientos, o quizás esos mismos problemas de la vida nos hacen dudar, ponen a prueba nuestra fe. Un túnel oscuro muchas veces en el que parece que no encontramos ninguna luz, porque ni siquiera parece que Dios quiera escucharnos en nuestras suplicas o darnos respuesta a esas dudas e inquietudes que puedan ir surgiendo en nuestro interior.
Hoy vemos el ejemplo en aquella mujer cananea cuya vida se veía fuertemente perturbada por la enfermedad de su hija para la que no encuentra curación. Cuando se entera que el profeta de Nazaret ha recalado por aquellas tierras acude a El con esperanza de que pueda curar a su hija. A sus oídos, aunque estén lejanos de la tierra de los judíos, han llegado noticias de sus milagros y como la gente es curada de sus enfermedades. Ella no es judía, es gentil y teme que no sea bien recibida por los judíos, pero aun así acude a Jesús gritando tras de El para que la atienda en sus peticiones.
Pero parece que todas las puertas se le cierran. Jesús había querido pasar desapercibido y ahora el silencio de Jesús es la respuesta a aquellas suplicas. El camino sigue siendo oscuro para aquella mujer pero en la que aun a pesar de las dificultades que encuentra va en aumento la fe en Jesús. Cuando parece ser rechazada ella encontrará palabras – es el corazón de una madre que esta sufriendo por su hija la que le hace hablar – para hacer que Jesús la escuche. La perseverancia de aquella mujer logra el milagro de la curación de su hija. ‘Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija. Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama’. Se había curado.
Hermosa lección de fe y de perseverancia. Cuánto lo necesitamos en la vida. En todos esos momentos de crisis y de pruebas por las que tantas veces pasamos. Como decíamos al principio de esta reflexión la vida nos pone a prueba muchas veces y podemos perder la ilusión, el entusiasmo, las ganas de luchar. Pero es cuando tenemos que mantenernos fuertes, cuando se tiene que manifestar toda nuestra madurez.
Es todo un proceso que hemos de ir realizando en la vida, porque bien sabemos que no todo es fácil. Es un posible fallo que podamos tener en nuestros sistemas educativos y que nos pueda suceder en las familias; le ponemos todo tan fácil a los hijos que piensan que todo en la vida va a ser siempre así y cuando llegan los problemas y dificultades no estamos preparados para afrontarlos. Pero tenemos que aprender a madurar, a fortalecernos, a saber enfrentarnos a la vida aunque haya problemas y dificultades.
Y eso también en el camino de nuestra fe, en la realización de nuestros compromisos cristianos que no son siempre fáciles de llegar con ellos hasta el final porque aparecen los cansancios, las desilusiones, los malos ejemplos quizá que pudieran hacernos daño. Pero aunque todo se nos pueda poner oscuro sabemos que nunca nos faltará esa luz que un día va a aparecer claramente en nuestro corazón. Es la esperanza también con la que hemos de saber caminar.


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