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martes, 28 de octubre de 2014

La celebración de la fiesta de los apóstoles nos hace sentirnos ciudadanos del pueblo de Dios y miembros de la familia de Dios

La celebración de la fiesta de los apóstoles, san Simón y san Judas, nos hace sentirnos ciudadanos del pueblo de Dios y miembros de la familia de Dios

Ef. 2, 19-22; Sal.18; Lc. 6, 12-19
‘A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos. Te ensalza el glorioso coro de los Apóstoles’. Así proclamamos en el himno de acción de gracias del ‘Te Deum’, y tomando de ahí estas palabras las hemos proclamado con el aleluya del Evangelio en esta fiesta de los santos apóstoles san Simón y san Judas.
En el evangelio hemos escuchado una vez más el relato de la elección de los Doce. ‘Jesús pasó la noche orando a Dios y cuando se hizo de día llamó a sus discípulos, escogió a Doce de ellos, y los nombró Apóstoles’. A continuación el evangelista nos da la relación de los Doce, con relaciones familiares y hasta con los apodos con que eran conocidos. Detalles del Evangelio. ‘Los nombró Apóstoles’; iban a ser sus enviados - que eso significa como sabemos la palabra apóstol -, pero ahora los iba a tener junto a sí, y a ellos de manera especial les iría revelando todo lo referente al Reino de Dios.
 La celebración de la fiesta de los apóstoles que vamos haciendo a lo largo del año litúrgico en fechas determinadas según las tradiciones de las diversas Iglesias tiene un profundo sentido eclesial. Es una característica fundamental de la fe que tenemos en Jesús, que recibimos de la Iglesia y que en la Iglesia vivimos y celebramos, al tiempo que desde la Iglesia la anunciamos y proclamamos al mundo. Una fe eclesial enraizada en los apóstoles, como  nos decía san Pablo en la carta a los Efesios ‘estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas y el mismo Cristo Jesús es la piedra fundamental’, la piedra angular.
San Pablo nos ofrece tres imágenes para hablarnos de esa comunión eclesial. Nos habla de una ciudadanía, ciudadanos del pueblo de Dios; nos habla de una familia, porque somos ‘miembros de la familia de Dios’; y nos habla de un edificio, como ya hemos comentado ‘edificado sobre el cimiento de los apóstoles’. Todo nos habla de unidad y de comunión. Porque todo esto nos está llamando a vivir en esa comunión que crea en nosotros y entre nosotros la fe y el amor cristiano. 
Como nos dice no nos sentimos ni extranjeros ni forasteros, porque todos formamos parte de esa nueva ciudadanía del pueblo de Dios. Ya no somos ni de aquí ni de allá, somos un solo pueblo en el que nadie se ha de sentir distinto ni extraño, porque ese nuevo pueblo no es ajeno a nosotros sino que nosotros formamos parte, somos miembros de pleno derecho de ese pueblo. Cuando uno visita un pueblo que no es el suyo, bien porque vaya a otro lugar, a otra región o vayamos al extranjero, en principio nos sentiríamos extraños, porque no es nuestro pueblo, aquello son otras gentes, allí hay otras costumbres, nos podemos sentir distintos.
Pero en la Iglesia, en el pueblo de Dios nadie se siente extraño, porque todos nos sentimos uno en  la misma fe que profesamos y en el amor mutuo que vivimos. Somos una familia, que es la otra imagen que nos ofrece san Pablo, y en la familia nos sentimos todos iguales porque hay unos lazos de la sangre y del amor que nos hace sentirnos unidos y querernos. Así tiene que ser en la Iglesia.
Sería triste que viviéramos esa experiencia negativa en nuestra Iglesia, porque creáramos distancias y distinciones entre nosotros. No tendría ningún sentido. Por eso tenemos que profundizar en ese sentido de comunión, profundizar en ese amor que entre todos hemos de tenernos, crear esos lazos de amor cristiano entre nosotros, sentirnos ‘ensamblados en el mismo edificio’, empleando palabras del apóstol en la carta a los efesios.
No puede haber barreras entre nosotros porque somos hermanos, porque somos una familia, la familia de los hijos de Dios. Para eso ha venido Cristo derribando el muro que nos separaba, el odio, con su sangre derramada en la cruz. Si siguiéramos con barreras, con esas distinciones y distanciamientos entre nosotros, haríamos infructuosa en nosotros la sangre que Cristo en su pasión derramó por nosotros.
Que la fiesta de los santos Apóstoles nos haga crecer en comunión y en unidad; que nos sintamos verdaderamente Iglesia, una familia, la familia de los hijos de Dios, donde todos nos queremos y nos aceptamos, donde unidos caminamos juntos en la espera de la plenitud del Reino de Dios que un día en el cielo con los ángeles y santos podremos vivir. 

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