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viernes, 30 de julio de 2010

Necesarias actitudes de fe, humildad y acogida ante la Palabra

Jer. 26, 1-9;
Sal. 68;
Mt. 13, 54-58

Siempre es bueno que nos preguntemos y revisemos sobre las actitudes con que venimos a escuchar la Palabra de Dios y la fe que tengamos para aceptarla. Porque nos puede suceder que lo que deseemos sean palabras que nos halaguen o palabras elocuentes y bellas, palabras que satisfagan nuestra vanidad y por contra rehuyamos aquello que nos haga pensar o señale cosas que tendrían una exigencia distinta para nuestra vida. También podríamos tener prejuicios frente a quien nos anuncia la Palabra de Dios y eso haga que nos cueste también el aceptarla por una falta de verdadera humildad delante de Dios que quiere llegar a nosotros.
Sucedía con los profetas como hemos venido escuchando y hoy mismo con el profeta Jeremías, sucedió con Jesús mismo como vemos hoy en su propio pueblo de Nazaret, y nos sigue sucediendo muchas veces hoy.
Una vez más hemos visto que el profeta recibe una Palabra de Dios que tiene que anunciar y no será aceptado. ‘Vino esta palabra del Señor a Jeremías…’ El profeta simplemente trasmite el mensaje que el Señor le dice. ‘Los profetas, los sacerdotes y el pueblo oyeron a Jeremías decir estas palabras. Y cuando terminó Jeremías de decir cuanto el Señor le había mandado decir al pueblo, lo agarraron los sacerdotes y los profetas y el pueblo, diciendo: eres reo de muerte…’ La invitación a la conversión que les hacía el profeta de parte de Dios no les agradaba porque les hacía reconocer su pecado y su impiedad que merecían el castigo del Señor. ‘El pueblo se juntó contra Jeremías en el templo del Señor’.
Sucede con Jesús en la sinagoga de Nazaret. Hemos escuchado muchas veces el relato paralelo en san Lucas. Y aunque la gente se admira de sus milagros y de su sabiduría - ‘¿de dónde saca este esa sabiduría y esos milagros?’ - no terminan de creer en Jesús. Primero orgullo porque allí se había criado, pero luego desconfianza, porque en fin de cuentas era uno de ellos.
¿Por qué esa desconfianza? ¿Quizá esperaban cosas más espectaculares? ¿Quizá deseaban escuchar un personaje venido de otros sitios? Jesús allí se había criado, era el hijo del carpintero, y allí estaban sus parientes. ‘¿De donde saca todo esto? Y desconfiaban de El… y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe’. Así les recordaría el clásico dicho ‘sólo en su tierra y en su patria desprecian a un profeta’.
Como nos planteábamos al principio creo que la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado lo que quiere hacernos es esa revisión de nuestras actitudes, nuestra fe, nuestra humildad ante la Palabra que nos llega, nuestra aceptación. Es una Palabra viva y que nos llena de vida. Puede manifestársenos en cosas muy sencillas, en pensamientos muy elementales quizá, pero siempre tiene la fuerza del Espíritu, la fuerza de la Palabra de Dios, que viene a nosotros como semilla que quiere germinar vida en nosotros, pero que dependerá de la tierra que seamos o de cómo la hayamos preparado. Recordemos las parábolas de la pasada semana.
Siempre hay un mensaje de vida, de salvación, de gracia para nosotros. Pero sepamos detenernos con humildad y con mucha fe ante esa Palabra que escuchamos y encontraremos ese mensaje del Señor para nosotros. Por eso es importante ese silencio de interiorización. No podemos escucharla a la carrera y pronto a otra cosa, sino que como lluvia mansa hemos de dejar que caiga lenta y pausadamente sobre nosotros para que vaya penetrando en nuestra vida y empapándonos de la gracia del Señor. Que no rechacemos nunca lo que el Señor quiere decirnos.

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