Confiados
porque esperamos, confiados porque tenemos esperanza, es el signo de esperanza
que tenemos que ser para los demás en la vida
Sabiduría 18, 6-9; Salmo 32; Hebreos 11,
1-2. 8-19; Lucas 12, 32-48
Mira que eres confiado, nos habrá dicho
alguien cuando nos ha visto esperando y esperando aunque no haya señales de
llegada de quien estábamos esperando o no hay señales de que se realice aquello
que quizás nos prometieron; nos pidieron quizás que guardáramos algo que
teníamos que entregar a quien había de venir, y nosotros seguimos guardando y
aguardando, porque cuidamos aquello que nos han confiado y mantenemos la tensión
y la atención ante la llegada de quien nos prometieron.
Confiados porque esperamos, confiados
porque tenemos esperanza. Podría parecer que eso no son cosas que se lleven
hoy, porque hemos perdido toda la confianza, porque ya no creemos en las
promesas, porque pasamos de todo y ya no nos creemos nada de lo que nos
anuncian o nos prometen; hay desencanto, porque hemos perdido la esperanza, porque
hemos perdido la confianza, porque ya nos cuesta creer. Lo palpamos alrededor y
podemos sentirnos también contagiados de esos cansancios y esas desesperanzas.
Nos puede hacer perder el sentido y el valor de la vida, nos podemos por otra
parte como que nos metemos en una coraza y ya no tenemos sensibilidad, ya no
nos importa nada y vivimos la vida sin trascendencia.
Pero si decimos que es algo que
palpamos en el mundo que nos rodea, en la manera de vivir de tantos en nuestro
entorno - ¿Dónde han puesto muchos sus esperanzas? ¿Qué es lo que ahora andan
buscando? Con cuantas cosas, cuantos sustitutivos queremos camuflar nuestras
desesperanzas y perdida de sentido – pero sin embargo es una virtud y un valor
fundamental para nosotros los cristianos. No es la frase socorrida que decimos
muchas veces de que la esperanza es lo último que se pierde. Esa esperanza que hemos de manifestar en
nuestra vida es un signo de esa búsqueda y esa vivencia que queremos hacer del
Reino de Dios. Es alimento de nuestra vida. Es sentido de nuestra vida.
De eso nos está hablando Jesús en el
evangelio cuando por otra parte nos está invitando a la vigilancia. Como el
dueño de casa que no sabe a qué hora viene el ladrón, como las doncellas que
esperan la llegada del novio para participar en el cortejo nupcial con sus
lámparas encendidas, como el sirviente que espera la llegada de su amo para
abrirle la puerta apenas llegue. Es la vigilancia de nuestra vida para vivirla
en plenitud, también en el aquí y en el ahora. No solo pensamos en esa
vigilancia porque nos puede llegar la hora de la muerte cuando menos pensemos y
estemos dispuestos para presentarnos al juicio de Dios.
Es que eso lo prepararemos en ese día a
día vigilante en nuestras tareas y responsabilidades, en ese trato humano que
tengamos con los demás, en ese compromiso que todos tenemos de hacer que
nuestro mundo sea mejor, en ese esfuerzo que hacemos cada día por superarnos y
mejorar en nuestra vida, por crecer interiormente, por compartir lo que somos
con los demás. ¿No nos ha hablado del administrador que tiene que repartir su ración
a cada uno en su hora oportuna? Y si se descuida y no lo hace, si se aprovecha
de su situación sintiéndose superior a los demás, si obra de una manera
injusta, tendrá que dar cuentas. ¿No es lo que tenemos que hacer en nuestra
vida de cada día? Somos administradores de esa vida que Dios ha puesto en
nuestras manos con todos sus dones y cualidades; tenemos que ser esos buenos
administradores.
Y eso es una manifestación de nuestra
confianza y nuestra esperanza. Porque sabemos que en esa tarea no estamos
solos, que Dios es nuestra fortaleza, que El nos regala la luz de Espíritu para
que podamos discernir lo bueno en cada momento. Aunque haya momentos oscuros,
noches oscuras, sabemos siempre que el Señor está ahí. Su promesa no nos falla,
su presencia y la fuerza de su Espíritu es permanente en nuestra vida.
Confiamos, esperamos. Y seguimos realizando nuestra tarea, seguiremos
afrontando las dificultades de la vida, no podemos dejar llenar nuestro corazón
de angustia como si estuviéramos solos, porque con nosotros está el Señor,
aunque a veces no lo veamos, pero si abrimos nuestro espíritu lo sentiremos en
nuestro corazón.
Es el signo de esperanza que tenemos
que ser en medio de los que nos rodean, para que de nuevo comencemos a confiar,
de nuevo todos comencemos a poner nuestra mano en el arado para transformar de
verdad nuestro mundo. La esperanza es nuestra fuerza y nos dará sentido a
nuestra vida.
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