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martes, 19 de junio de 2018

Dejémonos transformar por el amor para arrancar de nosotros esas amarguras que tanto daño nos hacen cuando no nos sabemos aceptar mutuamente


Dejémonos transformar por el amor para arrancar de nosotros esas amarguras que tanto daño nos hacen cuando no nos sabemos aceptar mutuamente

1Reyes 21, 17-29; Sal 50; Mateo 5, 43-48

Esa persona me cae mal, no la aguanto, cuando la veo se me revuelven las tripas (¡!), con todo lo que me hizo, lo que habló de mi, el daño que me hizo; por eso, si puedo, la evito, ella por su camino que yo voy por el mío y que no se tropiece conmigo.
Cosas así escuchamos demasiadas veces en nuestro entorno; cosas así podemos en algún momento nosotros sentir por dentro. Podríamos pensar en muchas cosas concretas en ese sentido; y nos encontramos con vecinos que aunque viviendo puerta con puerta no se hablan, personas que pasan indiferentes ante aquellos que un día les hicieron algo – aunque no se si tan indiferentes o con muchos sentimientos encontrados en su interior -, familiares que se han dejado de hablar porque en un momento determinado tuvieron sus diferencias, cosas que no se olvidan y se recuerdan aunque pasen los años.
Pero hemos de reconocer que todo eso produce muchas amarguras en tantos corazones, porque aunque se diga que cada uno viva su vida y cada cual aguante el palo de su vela, sin embargo en el interior no nos sentimos quizá con tanta paz. Y es triste que vivamos con los corazones rotos, que se hayan roto tantas relaciones familiares o de amistad o vecindad que en un momento quizá fueron maravillosas, porque seguimos con nuestros orgullos en nuestro interior. Y hay quien se pregunta que puede hacer, cómo resolverlo, cómo olvidar, cómo restaurar cariños o amistades perdidas. Es difícil.
Hoy Jesús nos propone tres acciones a la hora de situarnos frente a situaciones así. Jesús nos habla de cosas muy concretas; Jesús tiene en cuenta eso que son nuestros dramas interiores y lo que quiere es que encontremos la paz. Son cosas muy sencillas las que Jesús nos propone, aunque nos puedan parecer difíciles. ‘Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, rezad por quienes os persiguen’. Tres acciones derivadas lógicamente del estilo del amor que quiere para nuestras vidas.
¿Son enemigos? ¿Por qué razón? ¿Por qué piensan distinto, tienen otra manera de concebir las cosas? ¿Porque quizá luchan contra nosotros y en esas luchas podrían hacernos daño? ¿O los consideramos enemigos porque un día hicieron algo que no nos agradó o contra nosotros o contra lo nuestro?
Pues Jesús nos dice que pongamos amor. Sí, es difícil, pero nos está pidiendo que seamos capaces de ponerlos en nuestro corazón. Y una forma de ponerlos en nuestro corazón es rezando por ellos. Simplemente desde nuestro corazón ponerlos en la presencia de Dios en nuestra oración. Y cuando seamos capaces de rezar por ellos – que es una forma ya de hacerles el bien – seguro que seguirlos haciendo el bien a esas personas en muchas cosas, estaremos poniéndolas en nuestro amor.
Cuando seamos capaces de hacer eso por quienes nos hayan dañado, nos hayan perseguido, por aquellos a los consideramos o ellos se consideran nuestros enemigos, estaremos comenzando a alejar de nuestro corazón el odio, el rencor, los resentimientos, la ira, la violencia, los deseos de venganza. Era la reacción primaria a cuanto pudieran habernos hecho, pero lo estamos transformando por la fuerza del amor, y podremos comenzar a tener paz en nuestro corazón, y se estarán alejando las amarguras que tanto daño nos hacían, y estaremos comenzando a olvidar y a perdonar.
Y Jesús nos da unas razones y motivaciones. Somos hijos de nuestro Padre del cielo, el Padre del cielo que a todos ama. ¿Vamos nosotros a enmendarle la plana a Dios diciendo que esas personas no merecen ser amadas de Dios? Si nos decimos que somos hijos de Dios y creemos en El, ¿en que nos vamos a diferenciar de los demás? Amar a los que los aman o hacer el bien a quien te haya hecho el bien, eso lo hace cualquiera. Pero un hijo de Dios que ha experimentado su amor en su vida en algo tendrá que diferenciarse. ‘Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo’, nos dice Jesús.

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