Vistas de página en total

Mostrando entradas con la etiqueta testimonio del amor. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta testimonio del amor. Mostrar todas las entradas

sábado, 12 de julio de 2025

‘No tengáis miedo’, nos dice, porque nos ha garantizado la fuerza y presencia del Espíritu que será nuestra fortaleza

 


‘No tengáis miedo’, nos dice, porque nos ha garantizado la fuerza y presencia del Espíritu que será nuestra fortaleza

Génesis 49,29-32; 50,15-26ª; Salmo 104;  Mateo 10,24-33

Algunas veces andamos por la vida acobardados y llenos de miedos; unos miedos que nos coartan a la hora de tomar decisiones, siempre andamos en la duda, la desconfianza, el pensar en el qué dirán, la inseguridad en nosotros mismos; algunas veces muchos actos de valentía aparente que manifestamos quizás hasta llenos de violencia son seguramente fruto de esa inseguridad interior y de esos miedos que persisten en nosotros pero que no queremos reconocer o no queremos que se hagan manifiestos; quizás nuestra inmadurez, la falta de haber fortalecido bien nuestra personalidad nos vuelva tímidos e inseguros, y reflotan nuestros miedos; hay que pensar las cosas y buscar un razonamiento, pero muchas veces las queremos pensar tanto que al final no tomamos ninguna indecisión, precisamente por ese miedo interior que mantenemos.

Hemos venido hablando en un plano meramente humano, pero tendríamos que plantearnos también estas preguntas en nuestra espiritualidad, en el campo de nuestra fe y de nuestro compromiso cristiano. ¿Qué tal somos? ¿Nos habrá faltado una profunda experiencia de índole religiosa, en el campo de nuestra fe y eso también nos vuelve inseguros, indecisos y cobardes? Hemos de masticar bien esas buenas experiencias de índole religiosa que hayamos tenido en la vida, pero que luego no nos sucede que como los discípulos en Getsemaní huyamos también y nos escondamos.

Por tres veces escuchamos en este corto texto del evangelio que hoy se nos ofrece que no tengamos miedo. Ante la tarea que tenemos ante nosotros con lo que Jesús nos ha confiado nos llenamos de miedos. ¿Seremos capaces de enfrentarnos a ese mundo hostil que nos rodea? ¿Tendremos palabras para responder a sus cuestionamientos que muchas veces se puedan convertir en enfrentamientos? Y si como nos dice Jesús que el discípulo no es más que su maestro, y si al maestro le hicieron lo que le hicieron ¿no tendremos miedo también a la cruz que también a nosotros se nos va a ofrecer?

No tengáis miedo’, nos dice Jesús. Tendremos palabras y tendremos fortaleza porque El nos ha garantizado que el Espíritu de Dios estará con nosotros y nunca nos dejará solos. No tengamos miedo a lo que nos puedan decir o a la oposición que podamos encontrar. No tengamos miedo porque Dios no nos deja de su mano, que valemos mucho más que los pajarillos que vuelan en los cielos y Dios cuida con detalle de ellos.

No tengamos miedo a obrar el bien y la justicia, no tengamos miedo a la verdad y mostrémonos con autenticidad y congruencia, no tengamos miedo a la entrega y al compromiso por una causa buena, no tengamos miedo a hablar del amor gratuito y generosos de Dios que hemos experimentado en nuestra y cuya experiencia hemos de saber compartir con los demás.

El mundo quizás nos está gritando de desconfianzas porque son muchas las incongruencias que encontramos, la vanidad y la falsedad con que se llenan las vidas, donde parece que ya no podemos creer en nadie, pero ante ese mundo nos mostramos con valentía porque tenemos que ser testimonio ante ese mundo de lo que es la verdad, de lo que es el verdadero amor, de lo que vale la sinceridad y la congruencia en la vida. Sin miedos, con valentía tenemos que dar nuestro testimonio, porque no hablamos de oídas, sino de lo que nosotros mismos hemos experimentado en nuestras vidas.

Pero no tengamos miedo a otras cosas que necesitamos y que algunas veces olvidamos en la vida. No tengamos miedo al silencio que nos hace bucear en nuestro interior, no tengamos miedo a esos momentos de soledad porque hacemos silencio de los ruidos que nos rodean pero porque queremos sintonizar con Dios para escucharle interiormente y para sentir y experimentar su fuerza; no tengamos miedo de ir a encontrarnos con su Palabra con la mente bien abierta, como abierto llevamos el corazón para escuchar lo que Dios quiere decirnos, lo que Dios quiera confiarnos. No tengamos miedo de sentirnos débiles ante Dios porque en El es en quien vamos a encontrar nuestra fortaleza, y le diremos que no nos deje caer en la tentación, que nos libre de todo mal, pero que nos libere también de nuestras autosuficiencias y vanidades, de nuestros orgullos y de nuestro amor propio, pero dejarnos purificar el corazón.

‘No tengáis miedo’, nos dice el Señor. ‘Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’. Confiemos.

miércoles, 9 de julio de 2025

Las credenciales para un anuncio autentico del evangelio del Reino de Dios tienen que ser nuestras obras de amor

 

Las credenciales para un anuncio autentico del evangelio del Reino de Dios tienen que ser nuestras obras de amor

Génesis 41,55-57; 42, 5-7.17-24ª; Salmo 32; Mateo 10,1-7

Cuando se le confía una misión a alguien que ha de realizarla en nombre de quien lo envía, al enviado se le da unas credenciales, un salvoconducto, una especie de certificado o carta de recomendación, un poder para que pueda actuar en nombre de quien lo envía o de quien representa – muchos nombres se le puede dar al asunto según sea la misión y el lugar donde tenga lugar esa representación. Eso, podríamos decir, que forma parte de los protocolos de la vida, algo muy presente en la sociedad regulada con sus leyes y con sus normas.

Aquí viene la pregunta, quienes actúan en nombre de Dios, porque se sienten llamados a una misión, porque adquieren unos compromisos concretos, porque habiendo descubierto la maravilla del mensaje evangélico se sienten, por así decirlo, obligados a trasmitirlo, a comunicarlo, ¿Cuáles son las cartas de presentación con que se presentan? ¿Cuáles van a ser las credenciales que acrediten la misión a la que se sienten llamados? ¿Cuáles son los poderes que les acompañan?

No son preguntas ociosas, no son preguntas que no tengan sentido. No es solo que nos revistamos de unos ornamentos de lo sagrado para decir que somos unos consagrados; no es solo la facilidad de palabra que tengamos o incluso si queremos ponerlo así de crudo los estudios que hayamos realizado, lo que nos va a garantizar la verdad que queremos proclamar, no es solo porque nos tengamos bien estudiado y programado lo que podemos hacer, lo que nos da la veracidad necesaria a la Palabra que vamos a proclamar en nombre de Dios.

Podíamos decir que hay una garantía que lo viene a resumir y fundamentar todo, el amor. Es el amor que vivimos y que reflejamos en nuestras vidas, es el amor que se hace testimonio en las obras que realizamos, es el amor que va a ser la verdadera levadura que va a hacer fermentar la masa del mundo.

Y eso lo estamos encontrando en las mismas palabras con la que Jesús hace el envío de sus discípulos, de sus apóstoles en este caso. Ha elegido Jesús a doce entre todos los discípulos que le siguen, el evangelista con todo detalle nos da incluso sus nombres. Y son los que ahora Jesús envía en medio de aquellas multitudes que le rodeaban a través de aquellos pueblos y aldeas de Galilea que Jesús iba especialmente recorriendo, multitudes, como nos dice, que andaban desorientadas, que daba la impresión que eran ovejas que corrían de un lado para otro porque les faltaba un pastor.

Y es a esos a donde Jesús envía a los doce pero con la posibilidad de que dieron los signos del amor. Algo tenía que ser luz para todas aquellas gentes y la luz vendría de las obras del amor que tenían que ir realizando. Tenían que ir transformando aquel mundo y esa transformación solo se podía hacer desde el amor. El amor que sanaba y daba vida, el amor que caldearía los corazones para arrojar de sus vidas todo lo que no fuera amor. Les dio poder, nos dice el evangelista, para curar enfermos y para arrojar demonios.

Ahí lo dice todo. Esos signos que irían realizando son la garantía de la autenticidad del Reino de Dios que sería anunciado. ‘Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos’. Es el anuncio. Pero para hacer ese anuncio  ‘llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia’. Era lo que tenían que ir realizando, era la autentica carta credencial de la misión que se les había confiado.

Es lo que la Iglesia ha querido ser siempre a través de todos los tiempos; en todas partes ha querido resplandecer por el amor. ¿Con qué obras estaremos dando señales de esa garantía hoy los cristianos de este siglo y en medio del mundo en que vivimos? Muchas son las obras en las que brilla la Iglesia en este sentido hoy, pero ¿nosotros, cada uno como individuo, qué más podríamos o tendríamos que hacer hoy?