Dejemos
que Jesús nos libere desde lo más hondo y nos levante de nuestras camillas para
mantener viva nuestra esperanza siendo camilleros de la esperanza para los
demás
Isaías 35, 1-10; Salmo 84; Lucas 5, 17-26
Qué terrible es perder la esperanza;
cuando parece que todos los problemas se acumulan sobre tu cabeza nos sentimos
como paralizados y no hay manera de que seamos capaces de ver un rayo de luz,
una salida. Puede parecer exagerado pero nos sucede muchas veces en la vida; no
sabemos qué hacer; o nos resignamos o nos llenamos de amargura y arremetemos
contra todo y contra todos. Una enfermedad que nos sobreviene y que parece
grave nos paraliza y nos hace temer lo peor; no son ya las imposibilidades físicas
que nos vayan apareciendo, es que humanamente nos sentimos hundidos y
fracasados, espiritualmente perdemos todo norte en la vida. Son los problemas
personales o son los problemas que nos van surgiendo en la familia, son tantas
cosas… Decimos, son las depresiones que nos sobrevienen, pero es algo muy hondo
el no tener esperanza.
Y muchas veces no es porque nos sucedan
personalmente cosas graves, sino que nos sucede contemplando los derroteros de
la vida, de la sociedad, la pobreza o la miseria que hay a nuestro alrededor
mientras al tiempo contemplamos otras cosas escandalosas en quienes tendrían
que solucionar problemas en la sociedad. Creo que todos entendemos que muchas
veces la gente ande sin esperanzas, sin ilusiones, sin poner ya sus esfuerzos
por hacer que las cosas sean de otra manera. ¿No andará un poco así nuestra
sociedad, nuestro mundo? ¿Y qué respuesta podemos dar a todo eso? ¿Este camino
de adviento que estamos recorriendo podrá ayudarnos?
Os confieso que yo también estoy
buscando. Estas reflexiones que me hago y comparto van surgiendo también de lo
que llevo en mi interior y de mis búsquedas. Por eso me hago estas reflexiones
previas que quieren partir de lo que es el camino de la vida. Quiero encontrar
en la Buena Noticia que tiene que ser el evangelio para mí y para todos hoy esa
luz que me ilumine y ayude en ese camino de búsqueda de esperanza, de deseos de
despertar esperanzas.
El evangelio nos presenta a Jesús
rodeado de gente que le escucha; allí están también fariseos y maestros de la
ley venidos de todos los rincones; unos hombres portan en una camilla a un
hombre paralítico para que Jesús lo cure. Sentirse paralítico sin poder valerse
por sí mismo es algo muy duro; difícilmente hay recuperación, y menos en
aquellos tiempos, con lo que las esperanzas tenían que estar por el suelo.
Parecía que un rayo de luz se encendía con la buena voluntad de aquellos que lo
portaban hasta Jesús porque por sí mismo nunca hubiera podido, pero de nuevo se
encuentran con un muro en toda aquella gente que se agolpa a la puerta e
impiden el paso pareciendo que de nuevo las sombras se cernían sobre su
discapacidad.
El evangelista nos dirá luego que Jesús
se fijó en la fe de aquellos hombres. Y no era para menos. Se las habían
ingeniado para desde el techo, corriendo las tejas, poder descolgarlo hasta los
pies de Jesús.
Un mundo de barreras que no son solo
las barreras físicas, un mundo de imposibles que no siempre encuentra
colaboración en los demás, un mundo de impotencias cuando no sabemos qué hacer
o cómo hacer, un mundo de egoísmos e injusticias, un mundo de desigualdades
donde no todos tienen la misma oportunidad, un mundo de manipulaciones donde
solo nos guiamos por nuestros intereses particulares, un mundo de
incomprensiones en que no sabemos ponernos en el lugar del otro… aquel
paralítico y su situación puede estar haciéndonos mirar todas esas cosas que en
la vida de cada día nos merman o quitan las esperanzas.
Pero creo que ya es buena noticia para
nosotros, evangelio la actitud de aquellos hombres que se las ingeniaron para
encontrar soluciones. ¿Estarían ellos ya comprendiendo y también viviendo
aquellos valores que nos enseña Jesús en el evangelio? ‘Viendo la fe de
aquellos hombres’, nos dice el evangelio. Ellos estaban dando ya la señal
de que hay que levantarse de esas camillas en que nos postramos y encerramos
tantas veces.
Y Jesús viene a decirnos que nos es
necesario que nos liberemos desde lo más hondo de nosotros mismos de esas cosas
que nos paralizan, que nos acobardan, que nos encierran dentro de nosotros
mismos; Jesús viene a decirnos que El quiere liberarnos de lo peor que tengamos
dentro de nosotros. ‘Tus pecados son perdonados’, le dice Jesús a aquel
paralítico antes incluso de levantarlo de la camilla, porque lo que quiere
Jesús es que nos levantemos espiritualmente.
¿Será eso lo que nosotros estamos
necesitando? Y vaya que El sí puede hacerlo, para eso ha venido, para eso se
entregará por nosotros, para eso nos ofrecerá su sangre redentora. ¿Dejaremos
que Jesús nos libere desde lo más hondo o pondremos reticencias como aquellos
que estaban allí al acecho de lo que hiciera Jesús? ¿Tendremos motivos para
hacer despertar la esperanza en nuestra vida? ¿Seremos capaces de ser esos
camilleros de la esperanza en un mundo de tantas parálisis?
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