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miércoles, 30 de abril de 2025

El juicio de Dios siempre es el del amor, porque así nos amó que nos entregó a su propio hijo no para condenar sino para salvar al mundo

 


El juicio de Dios siempre es el del amor, porque así nos amó que nos entregó a su propio hijo no para condenar sino para salvar al mundo

Hechos, 5, 17-26; Sal. 33; Juan 3, 16-21

El camino de las relaciones de los hijos con los padres nunca puede ser el del temor sino el del amor; cuando nos metemos de verdad en el carril del amor nuestro rostro es el de la felicidad porque nos sentimos amados, porque descubrimos que todo aquello que nos diga o nos haga nuestro padre estará guiado siempre por el amor; por eso ante el padre que nos ama no nos escondemos, aunque a veces podamos equivocarnos y cometer errores, porque sabemos que nuestro madre no tiene la pesa o el metro en sus manos para medir cuanto hacemos y si nos pasamos o no llegamos a la medida porque El está ahí para animarnos y alentarnos, para guiarnos pero también para ser luz para que nosotros podamos también ver con claridad cuales han de ser nuestros caminos; con el padre no andamos tampoco con mezquindades si lo amamos de verdad midiendo hasta donde llegamos, pesando como para llevar una contabilidad de lo que hacemos, ni exigiendo porque nos sintamos con derechos a recompensas; la mas hermosa recompensa es la de amar y sentirnos amados.

Algunas veces, es cierto, esto no lo vemos con total claridad ni lo realizamos así, porque manchamos de miserias nuestro amor y ya no es tan autentico, pero aunque no lo veamos sabemos que el padre siempre estará esperando para darnos el abrazo de su amor. Y esto que estamos diciendo tiene también su reflejo en lo que es nuestra relación con Dios. Es el Padre que nos ama y nos ama con un amor tan infinito que es eterno, un amor tan fiel que por muchas que sean nuestras infidelidades siempre nos estará ofreciendo ese abrazo de perdón, siempre estará saliendo a nuestro paso para buscarnos y hacer que retornemos a esos caminos del amor.

Es el mensaje tan bonito que nos ofrece hoy el evangelio. Con toda rotundidad y con toda también solemnidad nos está hablando de ese amor de Dios. Lo hemos escuchado muchas veces pero no terminamos de saborearlo en toda su riqueza. Hay palabras ante las que no es necesario comenzar a hacer muchos comentarios, sino simplemente contemplarlas desde el corazón, rumiarlas repitiéndonoslas una y mil veces para hacerlas en verdad vida de nuestra vida.

Tanto amo Dios al mundo, tanto nos amó Dios porque es un amor muy personal y muy concreto donde también tendríamos que decir, tanto me amó Dios, que entregó a su Hijo Unigénito, no paraba de buscar lo mejor que podía ofrecernos, nos había regalado la vida, nos había puesto en este mundo que había puesto en nuestras manos, nos había acompañado en nuestra historia y nuestro camino, pero no se quedó ahí, desde toda la eternidad había decidido entregarnos a su Hijo, para que todo el que cree en El no perezca sino que tenga vida eterna. ¿Podíamos esperar más? En ese pensamiento nos podríamos quedar, ante ese amor tenemos que responder, desde ese amor hemos de emprender el camino, camino que tiene que ser igualmente de amor.

Pero el Hijo viene con amor. Enviado del Padre por amor es para nosotros la muestra más hermosa del amor. Y será amor lo que nos enseña, será amor lo que es su vida, será amor que nos llena de vida. No para la muerte sino para la vida, no para hacernos perecer aunque muchas veces no nos merezcamos tanto amor, sino para seguir ofreciendo siempre vida, y no una vida cualquiera, vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por El.

El juicio de Dios será siempre el del amor, el de la compasión, el de la misericordia. No viene para pillarnos en nuestros errores y en nuestras infidelidades sino para siempre ofrecernos su corazón compasivo y misericordioso. Estoy pensando en la mirada de amor de Jesús a Pedro momentos después de su negación. Pedro, es cierto, lloraría amargas lágrimas de dolor pero Pedro aprendió a seguir ofreciendo amor, porque en aquella mirada estaba la comprensión y la misericordia de Dios. Por eso no podrá responder de otra manera en aquel examen de amor a orillas del Tiberíades. ¡Tú, Señor, lo sabes todo, tú sabes que te amo!

 

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