El
juicio de Dios siempre es el del amor, porque así nos amó que nos entregó a su
propio hijo no para condenar sino para salvar al mundo
Hechos, 5, 17-26; Sal. 33; Juan 3, 16-21
El camino de las relaciones de los
hijos con los padres nunca puede ser el del temor sino el del amor; cuando nos
metemos de verdad en el carril del amor nuestro rostro es el de la felicidad
porque nos sentimos amados, porque descubrimos que todo aquello que nos diga o
nos haga nuestro padre estará guiado siempre por el amor; por eso ante el padre
que nos ama no nos escondemos, aunque a veces podamos equivocarnos y cometer
errores, porque sabemos que nuestro madre no tiene la pesa o el metro en sus
manos para medir cuanto hacemos y si nos pasamos o no llegamos a la medida
porque El está ahí para animarnos y alentarnos, para guiarnos pero también para
ser luz para que nosotros podamos también ver con claridad cuales han de ser
nuestros caminos; con el padre no andamos tampoco con mezquindades si lo amamos
de verdad midiendo hasta donde llegamos, pesando como para llevar una
contabilidad de lo que hacemos, ni exigiendo porque nos sintamos con derechos a
recompensas; la mas hermosa recompensa es la de amar y sentirnos amados.
Algunas veces, es cierto, esto no lo
vemos con total claridad ni lo realizamos así, porque manchamos de miserias
nuestro amor y ya no es tan autentico, pero aunque no lo veamos sabemos que el
padre siempre estará esperando para darnos el abrazo de su amor. Y esto que
estamos diciendo tiene también su reflejo en lo que es nuestra relación con
Dios. Es el Padre que nos ama y nos ama con un amor tan infinito que es eterno,
un amor tan fiel que por muchas que sean nuestras infidelidades siempre nos
estará ofreciendo ese abrazo de perdón, siempre estará saliendo a nuestro paso
para buscarnos y hacer que retornemos a esos caminos del amor.
Es el mensaje tan bonito que nos ofrece
hoy el evangelio. Con toda rotundidad y con toda también solemnidad nos está
hablando de ese amor de Dios. Lo hemos escuchado muchas veces pero no terminamos
de saborearlo en toda su riqueza. Hay palabras ante las que no es necesario
comenzar a hacer muchos comentarios, sino simplemente contemplarlas desde el corazón,
rumiarlas repitiéndonoslas una y mil veces para hacerlas en verdad vida de
nuestra vida.
Tanto amo Dios al mundo, tanto nos amó Dios porque es un amor muy personal y
muy concreto donde también tendríamos que decir, tanto me amó Dios, que
entregó a su Hijo Unigénito, no paraba de buscar lo mejor que podía
ofrecernos, nos había regalado la vida, nos había puesto en este mundo que
había puesto en nuestras manos, nos había acompañado en nuestra historia y
nuestro camino, pero no se quedó ahí, desde toda la eternidad había decidido
entregarnos a su Hijo, para que todo el que cree en El no perezca sino que
tenga vida eterna. ¿Podíamos esperar más? En ese pensamiento nos podríamos
quedar, ante ese amor tenemos que responder, desde ese amor hemos de emprender
el camino, camino que tiene que ser igualmente de amor.
Pero el Hijo viene con amor. Enviado
del Padre por amor es para nosotros la muestra más hermosa del amor. Y será
amor lo que nos enseña, será amor lo que es su vida, será amor que nos llena de
vida. No para la muerte sino para la vida, no para hacernos perecer aunque
muchas veces no nos merezcamos tanto amor, sino para seguir ofreciendo siempre
vida, y no una vida cualquiera, vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo
al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por El.
El juicio de Dios será siempre el del
amor, el de la compasión, el de la misericordia. No viene para pillarnos en
nuestros errores y en nuestras infidelidades sino para siempre ofrecernos su corazón
compasivo y misericordioso. Estoy pensando en la mirada de amor de Jesús a
Pedro momentos después de su negación. Pedro, es cierto, lloraría amargas
lágrimas de dolor pero Pedro aprendió a seguir ofreciendo amor, porque en
aquella mirada estaba la comprensión y la misericordia de Dios. Por eso no
podrá responder de otra manera en aquel examen de amor a orillas del
Tiberíades. ¡Tú, Señor, lo sabes todo, tú sabes que te amo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario