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martes, 4 de marzo de 2025

Lo que buscamos será siempre la gloria de Dios, lo demás se dará por añadidura y no importa que algunas veces aparezcan las persecuciones, por encima de todo el amor de Dios

 

Lo que buscamos será siempre la gloria de Dios, lo demás se dará por añadidura y no importa que algunas veces aparezcan las persecuciones, por encima de todo el amor de Dios

Eclesiástico 35, 1-12; Salmo 49; Marcos 10,28-31

Siembra ahora para que un día puedas cosechar. Es cierto, hemos de reconocer. Es lo que sucede en nuestros campos, si no hacemos buena siempre y buen cultivo al final no podemos esperar una buena cosecha; es lo que motiva nuestros esfuerzos y nuestros trabajos, la obtención de unos beneficios, el desarrollo de una idea o de una tarea, lo que podemos hacer para mejorar la vida; es, sí, la tarea de unos padres responsables que educan y hacen todo lo que pueden por sus hijos para que crezcan y maduren, llegan a desarrollar su personalidad y su vida y, como solemos decir, sean unas personas de provecho; es lo que quiere hacer quien trabaja por la sociedad, que lo considera como un servicio para hacer que esa sociedad funcione, que nuestro mundo sea mejor.

Una buena interpretación de lo que decíamos al principio, ‘siembra para que un día puedas cosechar’. Pero bien sabemos que a esa frase o sentencia le damos también otras interpretaciones que muchas veces encierran unos intereses de alguna manera egoístas, como siempre son los intereses. Son, por ejemplo, los que van haciendo favores, pero que un días pretenden cobrar, que nos sintamos eternamente agradecidos por lo que han hecho por nosotros, pero que luego sepamos corresponder; detrás hay una cierta manipulación que podíamos decir que llega a corrupción con lo que pretendemos tener atados a nuestros intereses a aquellas personas a las que un día hicimos un favor.

Reconozcamos que vemos demasiado de esto en la sociedad donde vivimos; no siempre esas cosas buenas que podamos hacer son fruto de la generosidad sino del interés, creando servilismos, un clientelismo – podíamos decir así – en que queremos poco menos que convertir en servidores nuestros a quienes un día hicimos un favor. No aparece la generosidad y el desinterés, no aparece el verdadero amor, lo convertimos todo en un mercantilismo donde siempre queremos estar cobrando aquello que un día hicimos.

¿Será así cómo estamos haciendo con Dios? Pensemos por ejemplo en esas oraciones muchas veces llenas de amargura cuando los problemas nos aparecen por todas partes y nos decimos, nosotros que siempre hemos sido buenos, ¿cómo es que Dios nos castiga? Dios tiene que ayudarme porque yo he hecho tantas cosas buenas por la Iglesia… y hacemos toda una lista – ¿de la compra? – con la que poco menos que queremos chantajear a Dios para que nos ayude. ¿Qué es lo que realmente nos ha motivado? ¿Un amor generoso y desinteresado o realmente le estamos pidiendo cuentas a Dios? Tendríamos que pensar.

En el episodio de hoy del evangelio yo quiero imaginar algo que no nos dice, pero ¿cómo sería la cara de Jesús ante las exigencias de Pedro para ver cuánto iban a recibir ellos que lo habían dejado todo por seguir a Jesús? ¿Seguían a Jesús realmente por amor al Reino de Dios que Jesús anunciaba o pensaban – como tantas veces discutieron – qué lugar iban ellos a ocupar en ese Reino que Jesús proclamaba?

Pero el corazón de Dios no se deja ganar en generosidad, aunque nuestra generosidad vaya algunas veces de alguna manera maleada. Jesús les dice que cien veces más, pero también les dice ‘con persecuciones’, pero les dice también que en la edad futura, la vida eterna. Les recuerda también que ‘los últimos serán los primeros y los primeros los últimos’, para que no olviden donde está su verdadera grandeza y cual es el espíritu de servicio que tiene que guiar sus vidas.

¿Cuál es la cosecha que pretendemos un día obtener de nuestra siembra y de nuestro cultivo? Creo que en la vida tenemos que pensarnos muy bien cual es la cosecha que merece la pena y en la generosidad con que siempre hemos de actuar buscando simplemente el bien y dejándonos llevar por lo que nos dicte el amor.

Esto tiene que hacernos reflexionar mucho también para los que trabajamos en la Iglesia, para los que nos sentimos comprometidos por el evangelio. No lo hagamos nunca buscando compensaciones, buscando agradecimientos y recompensas. Dejemos de ponernos lápidas y plaquitas de reconocimientos de lo que hacemos, esas plaquitas que aparecen tantas veces ‘para eterna memoria’.

Lo que buscamos será siempre la gloria de Dios. Busquemos el Reino de Dios y su justicia que lo demás se dará por añadidura. No importa que algunas veces aparezcan las persecuciones. Por encima de todo el amor de Dios.

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