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miércoles, 25 de marzo de 2020

La sorpresa del misterio de la Encarnación nos tiene que hacer descubrir el rostro de Dios en los mismos acontecimientos en que hoy nos vemos envueltos


La sorpresa del misterio de la Encarnación nos tiene que hacer descubrir el rostro de Dios en los mismos acontecimientos en que hoy nos vemos envueltos

Isaías 7, 10-14; 8, 10b; Sal 39; Hebreos 10, 4-10; Lucas 1, 26-38
¿Habremos perdido la capacidad de asombro, de ser capaces de dejarse sorprender? Malo es acostumbrarse a todo, verlo todo como tan natural, no descubrir que hay cosas maravillosas con las que nos tenemos que dejarnos sorprender. Quizá buscamos cosas extraordinarias y grandiosas y no somos capaces de admirar algo tan pequeño y tan sencillo como una flor. Y es que quien no sabe dejarse sorprender por la belleza de una flor que quizá hasta puede pasar desapercibido en la orilla del camino, no será capaz de admirar las cosas grandes.
Hoy es un día para dejarse sorprender. Aparentemente no hay algo más normal que una mujer quede embarazada y espere un hijo en sus entrañas. Es algo maravilloso el misterio de la vida que así se desarrolla y crece en el seno de una mujer. Pero lo que hoy contemplamos además es que va lleno de misterio de tal manera que nos manifiesta la grandeza y maravilla de Dios y de su amor por nosotros.
Una sencilla muchachita en una pequeña aldea, aunque luego la llamemos ciudad, una pequeña aldea de la que nunca se había hablado ni en ella se había desarrollado ningún acontecimiento importante en la historia del pueblo, que recibe la visita de un ángel que le anuncia que va a ser la Madre de Dios. Sí, es el misterio de la vida engendrada en el seno de aquella mujer, pero que nos descubre la maravilla de Dios que quiere tomar nuestra carne para hacerse hombre y nacer entre nosotros. Cuidado que nos hemos acostumbrado a hablar de Anunciación o de Encarnación y no nos dejemos sorprender por el misterio de Dios que ahí se hace presente.
Ya conocemos el relato que nos hace san Lucas que tantas veces habremos leído y escuchado, tantas veces hemos meditado. Pero dejémonos sorprender por cuanto allí se nos relata. Algo nuevo e inesperado va a suceder y de lo que se trata ahora es descubrir lo que Dios quiere transmitir. Sorprendida María por la visita del ángel, todo en ella es oído abierto para escuchar lo que el ángel tiene que decirle.
Y es que desde los primeros renglones de ese relato ya se nos habla de asombro y de sorpresa. Es el asombro de María, es la sorpresa de María al recibir la visita del ángel. La contemplamos anonada balbuceando sus palabras que tímidamente expresan lo que siente y sorprendida por cuanto en ella va a suceder. Pone sus objeciones y dificultades pero el ángel la va convenciendo porque le hace ver la presencia de Dios, lo que es la voluntad de Dios y ella está siempre para hacer su voluntad.
Escuchando al ángel y dejándose llevar y llenar por el misterio al final le parece fácil o al menos en ella está la disponibilidad de un corazón puro y generoso. Si para Dios nada es imposible y hasta su prima allá en la montaña va a ser madre, ¿qué es lo que puede decir María, qué objeciones más podrá poner? Ella está disponible para Dios y parece que se siente fortalecida en su generosidad con la presencia del ángel.  Aquí está la que está disponible para Dios, aquí está la que es la servidora de Dios, aquí está la humilde esclava del Señor. Que se cumpla, que se realice, que se haga su voluntad, que sea en ella tal como le anuncia la Palabra que viene de Dios en la boca del ángel.
Un nuevo camino lleno de misterio, del misterio inescrutable de Dios, se abre ante María. Sorprendida se encuentra ante todo lo que se le revelado y manifestado. Ha sido el impulso generoso de corazón joven lo que le ha llevado a dar el Sí, pero ahora se encuentra sola ante ese misterio que en ella comienza a realizar y que no va a ser precisamente un camino de rosas. O camino de rosas si en la belleza de sus pétalos, pero también de espinas que siempre acompañarán a la fragancia y belleza de la flor. No hay rosa sin espinas. Y ese va a ser el camino de María.
Ahora en cierto modo parece que sentía arropada por la presencia del ángel, pero cuando todo ese misterio se le ha revelado y cuando ha brotado el sí generoso de su corazón el ángel la dejó, que nos dice el evangelista. No volverá a aparecer la fortaleza de Gabriel para acompañarla en su camino, sino que ha de ser un camino que ha de hacer María manteniéndose en la confianza que tiene en Dios. Ni estará el ángel en el duro camino hasta Belén, ni en el destierro de Egipto, ni en tantos y tantos otros momentos en que la duda y la angustia dolorosa podrán aparecer en el alma de María.
No estará el ángel cuando tenga que buscarle hasta hallarle en el templo, ni cuando Jesús abandone Nazaret para ir a anunciar el Reino de Dios. Soledades de María, pero soledades vividas en un corazón lleno de amor, de fe y de generosidad. Será la soledad de la calle de la amargura, donde no vendrá ningún ángel del cielo para limpiarle su sudor de sangre en el dolor de su corazón, ni al pie de la cruz donde estará sola acompañada por aquel pequeño resto de los que aun creen y esperan en Jesús.
Pero María en todo momento seguirá con los ojos del alma abiertos ante la sorpresa de cuanto Dios le va pidiendo pero con el corazón lleno de fe y de confianza porque nunca decaerá en la generosidad de su amor. La sorpresa de Dios que no era solo para Maria sino que era y es la sorpresa de Dios para nosotros a quienes quiere manifestarse y a quienes nos quiere señalar caminos que también con generosidad nosotros hemos de recorrer.
¿En qué podemos pensar? ¿Qué tenemos que aprender a descubrir? Todo el misterio que hoy celebramos es el misterio del Dios que se encarna y se hace hombre y camina entre nosotros los hombres. Es lo que tenemos que aprender a descubrir en los propios acontecimientos que se van sucediendo en el hoy de nuestra vida que en cierto modo nos sorprenden y hasta nos asustan porque no vislumbramos hasta donde vamos a llegar.
Pero ¿por qué, aunque se nos haga difícil, no vemos el rostro de Dios de todo eso que nos sucede? No es un rostro severo y de castigo, como algunos quizá quieran interpretar, sino que es la mirada de Dios que nos hace mirar a nosotros con mirada nueva y ver como entre todas esas espinas de sufrimiento va surgiendo, va brotando la fragancia de solidaridad, de amor, de cercanía y nueva preocupación de los unos por los otros, de parón en nuestras carreras para descubrir las cosas que son verdaderamente importantes, esas cosas que nos parecían invisibles pero con un corazón nuevo se están haciendo visibles y palpables en tantos hombres y mujeres a nuestro lado.
Intentemos tener una mirada nueva hacia cuanto nos sucede; abramos los oídos y dejémonos sorprender por la voz de Dios que nos habla a través de esos acontecimientos y demos respuesta generosa a su llamada siendo capaces de ponernos en camino aunque nos parezca que vamos solos, pero sabemos muy bien que Dios está con nosotros.

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