Tenemos
que dejarnos examinar del amor por Jesús porque solo en esa sintonía del amor
seremos capaces de reconocerle y sentirle vivo y resucitado en nosotros
Hechos 5, 27b-32. 40b-41; Salmo 29;
Apocalipsis 5, 11-14; Juan 21, 1-19
Qué reconfortante cuando en el
desarrollo de nuestras tareas y responsabilidades no nos sentimos solos;
tendremos que realizar nuestras tareas de forma personal y en algunas ocasiones
parece que nos tenemos que valer por nosotros mismos, pues en ese momento cada
uno está en su tarea, pero cuando en ese camino de la vida nos sentimos
queridos y valorados, podemos pensar en nuestra familia, podemos pensar en los
amigos, podemos pensar en la valoración que nos hacen de nosotros mismos
aquellas personas que nos han confiado esa tarea, interiormente nos sentimos
reconfortados, intuimos la presencia de esas personas que nos quieren o nos
valoran y sabemos que nos están dando su apoyo. Tener esa experiencia interior
nos reconforta y nos da fuerza, nos impulsa y nos hace sentir un gozo interior
que no tenemos palabras para expresarlo.
Es cosa de pensar en esto de manera en especial en estos días en que seguimos celebrando la pascua y en el evangelio vemos esas diversas manifestaciones de Cristo resucitado a los discípulos, como es el texto que hoy se nos ofrece. Habitualmente empleamos la palabra ‘apariciones’ como si fuera que Jesús está en otra parte y en un momento determinado viene y se nos hace presente.
Pero la experiencia del resucitado es
mucho más que eso, es algo mucho más hondo, porque confesar que Cristo ha
resucitado es confesar que Cristo vive, pero vive no en un sitio como etéreo y
apartado, sino que sentir que Cristo vive es sentir que Cristo está en nuestra
vida, que Cristo está siempre presente en nosotros y con nosotros. Por eso he
empleado mejor esa palabra manifestación, El está pero en momentos determinados
se nos manifiesta de forma más clara.
Cristo está con nosotros en ese camino de nuestra vida, en cada momento y en cada situación, no siempre quizás sabemos descubrirlo y sentirlo, pero El nos dijo que estaría con nosotros siempre, hasta el final de los tiempos. En aquel irse de pesca el grupo de los apóstoles aquella noche en el lago de Tiberíades estaba Jesús; en la penumbra de la orilla solo parece estar alguien que está interesado por la pesca y si han cogido o no cogido pescado.
Pero es Jesús que está allí, y cuando se dejan
conducir, cuando en verdad escuchan su voz podrán tener una pesca hermosa. Es
lo que comienza a reconocer aquel discípulo amado, ‘¡es el Señor!’ le
dice a Pedro, y ahora será Pedro el que quiere estar con Jesús, el que va a
vivir esa experiencia profunda de su encuentro con Jesús.
Será por los caminos del amor por donde
podrán sentir de verdad la presencia de Jesús en sus vidas; primero el discípulo
amado, luego Pedro respondiendo a aquella triple pregunta de Jesús de si lo
amaba, si había amor en su vida. Y Pedro sentirá de verdad que Jesús está en su
vida, a pesar de sus pasadas dudas y de sus negaciones. Jesús sigue contando
con El, porque en Pedro hay amor.
¿Será la sintonía que nosotros tenemos
que despertar y oír en el corazón? Cuando despertemos a esa sintonía nuestro
camino será distinto porque ya nunca nos vamos a sentir solos; pueden venir las
dificultades y las tentaciones, pueden aparecer dudas en nuestro corazón porque
eso forma parte de nuestra vida, podremos encontrarnos un mundo en contra que
no querrá que nosotros proclamemos el nombre de Jesús, podremos sentirnos
débiles algunas veces porque nos parece que la tarea es inmensa y no vamos a
ser capaces de realizarla, pero por encima de todo eso, más allá de todo eso
tenemos la certeza de que Jesús está en nosotros. ‘Tenemos que obedecer a
Dios antes que a los hombres’, diremos como los apóstoles ante el Sanedrín.
Pero tenemos que dejarnos examinar de amor por Jesús y Jesús se manifestará
claramente en nuestra vida.
Quiero pensar y decir también una
palabra en este momento que estamos viviendo en la Iglesia con la próxima elección
de un nuevo Papa. Me gustaría imaginar que los Cardenales encargados de su elección
pudieran estar sintiendo también en su interior este mismo examen de amor, del
que nos habla hoy el evangelio. Es inmensa la responsabilidad ante Dios y ante
la Iglesia que tienen en sus manos en estos momentos.
Ellos, no queriendo dejarse influir por
ningún tipo de presión que desde todas partes reciben donde cada uno da un
perfil del Papa que deben elegir, tendrán que estar diciéndose en su corazón ‘tenemos
que obedecer a Dios antes que a los hombres’. Escucharán, es cierto, el
gemido del pueblo de Dios, pero al mismo tiempo están escuchando esa Palabra de
Jesús y no solo quien en su momento sea el elegido del Señor sino todos para
poder dejarse guiar por la acción del Espíritu Santo escucharán en sus
corazones ‘¿me amas?... ¿me amas más que estos?’ Porque es una forma de
sentir que Cristo resucitado con la fuerza de su Espíritu está en ellos.
Es la actitud de fe y de esperanza que
tiene que anidar en nuestros corazones en este momento de la Iglesia y lo que
ha de guiar nuestra oración. Es el amor que hemos de poner en nuestra vida para
que cual discípulo amado también decir ‘es el Señor’.
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