Parece que predicamos muchos pero mucho olvidamos también el auténtico sentido del evangelio cuando nos habla de poder y autoridad que no puede ser otra cosa que servicio
Oseas 10, 1-3. 7-8. 12; Salmo 104; Mateo 10, 1-7
¿Qué significa tener poder? La pregunta podría tener diferentes y variadas respuestas según lo que sean las apetencias y los deseos de cada uno. Queremos ser poderosos, no lo ocultemos – bueno algunos no lo ocultan sino que de muchas maneras manifiestan sus deseos de poder – pero para algunos sentirse poderoso será poder disponer de todo lo que apetece, no carecer de nada, y mostrar así su grandeza delante de los demás; tener poder puede significar tener autoridad, lo que significa mandar, disponer no ya sólo de cosas sino incluso de la vida o de la manera de vida de los demás, porque desde mi poder haré y manipularé lo que sea necesario para que se haga lo que yo quiera y como yo lo quiero; poder entonces puede ser dominio que exige sumisión en los demás porque yo soy el que mando y el que digo como tienen que ser las cosas… así podríamos seguir desgranando esas muchas maneras con las que yo me manifestaría poderoso, por encima de los demás, en actitud y postura de dominio.
¿Será ese nuestro estilo y lo que tiene que ser el sentido de nuestra vida? Ya les dirá Jesús en algún momento en que los discípulos andan discutiendo por detrás de Jesús quién será más poderoso, quien va a ocupar los puestos de dominio, que entre ellos no puede ser a la manera de los poderosos de este mundo. Es un camino distinto por el que debemos transitar.
Hoy el evangelio nos habla sin embargo de que Jesús dio poder y autoridad a aquellos que había escogido como apóstoles. ¿Cuál es el sentido de ese poder y de esa autoridad? No les dice jesus que les da poder para que vayan mandando sobre los demás, sino para que puedan ir liberando de todo lo que signifique mal entre aquellos a los que Jesús envía a anunciar la buena noticia del Reino de Dios. No nos confundamos con las palabras.
Claramente nos trasmite el evangelio lo que fueron las palabras y la intención de Jesús. ‘Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia…’ Expulsar los espíritus inmundos y curar todo lo que signifique sufrimiento. No es dominio, no es estar en primer lugar, no es mostrar grandezas a la manera de los poderosos de este mundo que se rodean de personas que les sirvan, es arremangarse para ponerse a curar y a sanar. No es vestirse ropas lujosas que manifiesten poder y grandeza, sino quitarse el manto y ceñirse bien ceñido para coger una jofaina y ponerse a lavar los pies a los demás, como lo hizo en la cena pascual, donde incluso dirá que lo llaman Maestro y Señor y en verdad lo es. ¿Cómo? En el ejemplo del servicio.
No sé, aquí me quedo pensando en mi vida, en mis actitudes y en mis posturas, en mi manera de hacer las cosas y de trabajar con los demás. ¿Estaré yo ciñéndome bien para estar disponible para el trabajo y para el servicio? Incluso cuando voy haciendo el bien muchas veces llevamos dentro de nosotros esos pensamientos y sueños por los que me siento grande porque quizás estoy haciendo cosas buenas.
Me quedo pensando en muchos tramos de mi vida en las que quizás he perdido el tiempo porque ese orgullo que llevamos dentro ha echado a perder muchas cosas buenas que aparentemente estaba haciendo pero que las malograba desde mi interior por mis orgullos y mis sueños.
Me quedo pensando en la Iglesia ¿qué imagen estaremos dando? ¿No habrá demasiados oropeles, no habrá demasiadas vestimentas lujosas, no habrá demasiados signos de grandeza y de poder en lugar de ceñirnos bien para ir a lavar los pies a la humanidad sufriente que nos rodea y que no sea solo por apariencia y espectáculo? Parece que predicamos mucho pero mucho olvidamos también el auténtico sentido del evangelio cuando nos habla de poder y autoridad que no puede ser otra cosa que servicio. Tendríamos que leer muchas veces más este texto que hoy se nos ofrece.
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