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martes, 3 de junio de 2025

No nos olvidemos que somos testigos de la vida eterna, y los testigos no se pueden ocultar, proclamando con nuestra vida nuestra fe en Jesús para la vida eterna

 


No nos olvidemos que somos testigos de la vida eterna, y los testigos no se pueden ocultar, proclamando con nuestra vida nuestra fe en Jesús para la vida eterna

Hechos 20, 17-27; Salmo 67; Juan 17, 1-11a

Siempre las despedidas parece que tienen que estar llenas de tristeza. Las tomamos como un desgarro del corazón,  alguien a quien apreciamos que parece que cuando se despide porque va a haber una distancia física tiene que haber como un desgarro; por eso nos duelen las despedidas. Pero bien sabemos que quienes se aman de verdad en las despedidas se suelen tener palabras que reflejan una hermosa promesa; te llevaré siempre en mi corazón, solemos decir.

¿No será esto lo que nos está diciendo Jesús desde el amor que El nos tiene y desde la actitud que quiere despertar en nosotros? ‘Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’, nos dirá en otra ocasión en la víspera de la Ascensión. Pero además nos ha dejado múltiples signos de su presencia, porque siempre le hemos de tener en nuestro recuerdo, es más, siempre le hemos de sentir junto a nosotros, para eso nos deja la presencia de su Espíritu.

¿Qué son los sacramentos sino esos signos de su presencia en cada situación de nuestra vida? ‘Haced esto en conmemoración mía’, nos dice cuando tenemos que repetir la cena pascual para que aquel pan y aquel vino sea en verdad para nosotros nuestro alimento, nuestro Pan de vida, realmente su Cuerpo y su Sangre para que tengamos vida eterna.  Y en el momento del dolor y de la enfermedad estará junto a nosotros siendo nuestra fortaleza y nuestra salud; cuando nos sentimos abrumados por nuestros errores o porque aquello donde no hemos vivido con toda la intensidad necesaria su amor, se hace para nosotros perdón y salvación; en la vida de nuestro amor y de nuestra entrega nos estará diciendo que nuestro amor y la amistad que vivamos entre nosotros han de ser siempre signo del amor que El siente por su Iglesia, porque es a su manera como nosotros hemos de amar.

Pero hoy además nos dice algo muy hermoso. Nos habla de su glorificación, la hora de su gloria, la hora de la gloria de Dios. ¿En qué ha de consistir? Su gloria ha sido darnos a conocer a Dios. ‘Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo’.

La hora de la gloria de Dios que se nos manifiesta en Jesús que ha venido a traernos la vida eterna. Y ‘Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo’. Es lo que nos ha comunicado Jesús. ‘Yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado’.

Es el camino por donde hemos de andar nosotros ahora. Pero no estamos solos, Cristo no nos deja, El siempre está presente en nosotros, nos da la fuerza de su Espíritu. Es lo que tenemos que vivir. Es lo que tenemos que saber trasmitir a los demás. No vamos llevando anuncios de nosotros mismos, con el testimonio de nuestra vida, de nuestra nueva forma de vivir la vida estamos queriendo llevar a los demás también a esa gloria de Dios. Que todos puedan conocer esa vida eterna, que todos puedan llegar a conocer a Dios. Y no valen solo palabras, son los hechos de nuestra vida los que han de manifestar ese conocimiento que Dios tenemos, ese camino que nos enseña Jesús, esa vida nueva, esta vida eterna, que hay en nosotros.

¿Estaremos en verdad dando testimonio de nuestra fe? Con lo que hacemos y con lo que vivimos ¿los demás podrán llegar a entender esa vida eterna que en Jesús nosotros hemos encontrado? ¿Nuestra vida se hace creíble? No olvidemos que somos testigos y los testigos no se pueden ocultar.

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