Tenemos
que aprender a vivir la Pascua, ese paso por la muerte de todo aquello de lo
que hemos de arrancarnos para poder vivir la vida nueva de Jesús y realizar su
misión
Hechos de los apóstoles 20, 28-38; Sal 67;
Juan 17, 11b-19
No sé qué
experiencias de despedidas habremos tenido en la vida, bien porque tenemos que
dar por concluida una misión, porque hay una ruptura en lo que realizamos y
tenemos que dejarlo en manos de quien nos sustituya y se espera que pueda
realizarlo quizás mejor, porque tenemos que marchar a otro lugar, porque hay un
relevo y tenemos que dejar en manos de otro lo que nosotros estábamos
realizando, o más drásticamente, porque la vida se nos termina, una enfermedad
grave, por ejemplo, nos afecta que podría ser el final, pero los momentos son
siempre duros, nos cuesta arrancarnos del lugar o de lo que estábamos haciendo,
quizás por alguna circunstancia nos sentimos rotos por dentro, y desearíamos
dejarlo todo atado y bien atado para que se mantenga al menos la continuidad o
se siga realizando aquello en lo que habíamos puesto tanto empeño.
¿Cómo eran
los momentos que se estaban viviendo en el final de aquella cena pascual? Vamos
a contemplar lo que iba sucediendo en el corazón de Cristo en aquellos
momentos. Todo había venido sonando a despedida en lo que allí se había ido
sucediendo, en los signos que Jesús había realizado, en las propias palabras de
Jesús. Ahora todo aquello se convierte en oración al Padre salida desde lo más
hondo del corazón de Cristo. Sabía Jesús que había llegado su hora, por eso
todos aquellos signos que habían acompañado la cena; ya incluso el traidor
había marchado para hacer sus propios preparativos y realizar sus consignas;
quedan los once con Jesús donde El sabía que había de haber una continuidad,
aunque sabía también que los momentos iban a ser difíciles para ellos. Surge la
oración de Jesús.
Los había
cuidado, los había preparado, a ellos de manera especial se les había revelado,
aunque no siempre lo entendieran porque hasta el ultimo momento todavía seguían
con sus viejos pensamientos. Se iban a ver encontrados con el mundo que les
rodeaba que a ellos también les odiaba, porque no eran como ellos. Jesús no los
quiere sacar de ese mundo porque en ese mundo han de continuar la misión. Por
eso ora al Padre, que un día se los había
confiado, y en cuyas manos El los deja en este momento. ‘No ruego que los retires del mundo, sino
que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo… Santifícalos
en la verdad…’ Ora Jesús.
Serán ahora ellos los enviados. Como
Jesús era el enviado del Padre. Y la obra de Jesús había de seguir realizándose.
Como tú me enviaste al mundo, así
yo los envío también al mundo. En las manos de ellos quedaba, aunque todavía tuvieran
que pasar por momentos de crisis, en que ni ellos mismos sabrían como salir
adelante. Pero Jesús les ha prometido su asistencia, la fuerza de su Espíritu,
y la tendrían. Habría antes que realizarse el paso de la pascua; y ese paso era
de muerte a vida, lo cual lo haría difícil y doloroso. Pero cuando llegase la
Pascua llegaría la alegría, se despertarían de nuevo las ilusiones y las
esperanzas, ellos sentirían una manera nueva de estar Jesús con ellos y la misión
continuaría.
Pero son los momentos duros por los que
hemos de pasar también nosotros en muchas ocasiones. Tenemos que aprender a
vivir la Pascua. No terminamos de entenderla y nos cuesta ese paso por la
muerte, por todo aquello de lo que hemos de morir, de lo que hemos de
arrancarnos para poder vivir la vida nueva de Jesús. También habrá rupturas en
nuestros corazones, también habrá momentos en que tenemos que realizar un
cambio, que dejar lo que hacemos en manos de otros, son momentos de pascua, que
tenemos que ir aprendiendo a vivir. También nos encontramos envueltos en un
mundo adverso y difícil y sonará que parece que nosotros no somos de ese mundo,
pero en ese mundo hemos de estar porque es ahí donde tenemos que seguir
llevando el mensaje, la buena nueva del Evangelio de Jesús.
Tenemos una certeza y es que Jesús nos
ha dicho que estará siempre con nosotros hasta la consumación de los tiempos.
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