¿No tenemos motivos suficientes para creer el reconocer cada día el amor que el Señor nos tiene?
Génesis
4,1-15.25; Sal
49; Marcos 8, 11-13
‘Los fariseos se
pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del
cielo…’ Siempre
estamos pidiendo signos, señales, milagros; no solo fueron entonces los
fariseos y en general todos los que acudían a Jesús, somos también nosotros los
que en nuestras dudas, nuestros agobios o nuestras preocupaciones estamos
haciendo lo mismo. No es solo la gente que acude corriendo allá donde nos dicen
que sucedes cosas extraordinarias, muy proclives a apariciones y señales del
cielo, sino que allá en nuestro interior cuando pedimos con intensidad alguna
cosa al Señor desde nuestras necesidades de alguna manera parece como si le
quisiéramos hacer chantaje.
¿No tenemos motivos suficientes para creer el reconocer
cada día el amor que el Señor nos tiene y que se nos manifiesta en la misma
vida que nos da? ¿No tendríamos que aprender a reconocer la paz que tantas veces
sentimos en nuestro corazón y que es una muestra clara de que el Señor está con
nosotros? ¿No tendríamos que aprender a agradecer la Palabra del Señor que cada
día se nos proclama o tenemos la oportunidad de escuchar allá en lo hondo del
corazón si con atención y con fe cogemos la Biblia en nuestras manos y nos
ponemos a meditarla?
‘¿Por qué esta
generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta
generación’,
escuchamos hoy decir a Jesús en el evangelio. Muchas señales les había ido
dejando Jesús; muchos milagros, por ejemplo, contemplamos en el Evangelio. Pero
es más, esa cercanía de Jesús, esa atención y escucha a cuantos acudían a El,
esa Palabra que continuamente iba proclamándoles era la señal clara que tenían
ante sus ojos. Y la gran prueba, la gran señal sería su entrega hasta la
muerte, sería su pasión y muerte de Cruz, sería su Pascua.
Y eso nosotros no lo podemos olvidar. Cada día podemos
vivirlo; cada día tenemos la oportunidad de vivirlo cuando celebramos la
Eucaristía. Ahí está el gran milagro de amor de Jesús, porque cada vez que
celebramos la Eucaristía estamos proclamando, anunciando, viviendo su muerte y
su resurrección, su Pascua. Con verdadera fe, con verdadero sentido tenemos que
vivir nosotros la Eucaristía y sentir y gozarnos en esa presencia de gracia y
de vida, en esa presencia de Jesús que nos ama y por nosotros se entrega.
Aprendamos a descubrir cada día en nuestra vida tantos
milagros de amor de Dios para nosotros y nuestra fe no decaerá, nuestra fe se
mantendrá siempre firme. Demos gracias a Dios por su presencia de amor.
Asi es el señor Nunca nos abandona, su amor está en todo momento, a veces no nos damos cuenta, por el trajinar de nuestras vidas, pero el siempre esta en su inmensa misericordia. ALABADO SEA EL SEÑOR, PARA SIEMPRE!!
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