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viernes, 11 de abril de 2025

La congruencia entre nuestra fe y nuestra vida nos pide que allí donde estemos los cristianos tenemos que ser fermento desde esa fe que profesamos de una sociedad nueva

 


La congruencia entre nuestra fe y nuestra vida nos pide que allí donde estemos los cristianos tenemos que ser fermento desde esa fe que profesamos de una sociedad nueva

Jeremías 20, 10-13; Salmo 17; Juan 10, 31-42

A fuer de sinceros muchas veces nos encontramos con muchas incongruencias en la vida, porque da la impresión que no están muy acordes las cosas que pensamos o que decimos con lo que luego realmente hacemos. Somos buenos para establecer principios y reglas pero a la hora de la verdad cuando llega el momento de ver lo que vivimos parece que hay mucha distancia entre eso que establecemos y lo que luego haremos. Nos escudamos quizás en nuestras propias debilidades, nos decimos que tampoco que tenemos que ir a rajatabla con lo que tenemos que hacer ni tenemos que ser tan radicales, nos procuramos algunas rebajas de manera que descafeinamos tanto el café que al final no será café, descafeinamos tanto nuestra vida religiosa y cristiana que al final se parece poco al evangelio. Aparecen las incongruencias, como decíamos.

En la hora en que Jesús les repartió pan para que pudieran comer todos en abundancia allá en el descampado cuando se habían acabado las provisiones, todos estaban entusiasmados queriendo proclamarlo rey; cuando daba la vista a los ciegos o curaba a los leprosos decían que Dios había visitado a su pueblo; cuando curaba a los que llamaban endemoniados o hacia caminar a los tullidos el poder de Dios estaba con El y todos se entusiasmaban porque era para ellos una señal de la venida del Mesías; pero cuando Jesús les decía que eran otras cosas las que tenían que pedir o buscar, que no todo estaba en el milagro fácil sino que había que comenzar a actuar de una manera nueva en las mutuas relaciones o en su relación con Dios, ya eso costaba entenderlo porque aquel estilo nuevo de vivir podía echar abajo muchas cosas que había que transformar, signo de ello fue la expulsión de los vendedores del templo.

Cuando Jesús en sus palabras y en su actuar estaba manifestando claramente el rostro de Dios que era algo muy distinto de lo que habían imaginado, como Jesús se presentaba como el enviado del Padre, se atrevía a llamar Padre a Dios además de enseñarnos que esa era la nueva relación que con Dios habíamos de tener porque El era el Hijo de Dios y porque a nosotros nos quería hacer también hijos de Dios, entonces ya Jesús eran un blasfemo al que había que apedrear.

Es lo que se nos presenta hoy en el evangelio. ‘Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?’ les pregunta Jesús. ‘No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios’, le dicen. No había terminado de conocer a Jesús, no habían querido entender sus palabras. ‘Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre’, les vuelve a insistir Jesús. Palabras solemnes de Jesús que nos vienen a manifestar claramente que es el Hijo de Dios. Como dirá en otro momento ‘el Padre y yo somos uno’.

Se escabulló de sus manos, porque aun seguían queriendo detenerlo y se fue a la otra orilla del Jordán, allá donde Juan había estado bautizando.  ‘Y muchos creyeron en El allí’, nos dice el evangelista.

Estamos ya a las puertas de la semana de Pasión que culminará con la celebración de la Pascua para lo que hemos venido preparándonos durante todo el camino cuaresmal. Momento ha sido todo este recorrido para repasar muchas cosas de nuestra vida, de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Jesús, de la autenticidad que tiene que haber en nuestra vida y de la necesaria renovación que hemos de hacer. Hoy se nos está preguntando por la congruencia de nuestra fe y nuestra vida.

¿Creemos para una procesión o para hacer grandes manifestaciones religiosas cargadas de mucha pomposidad o creemos como verdadero alimento de nuestra vida, como motor de una transformación de nuestras costumbres, como fermento de un nuevo sentido de iglesia que hemos de vivir, como un compromiso que tenemos también con la vida y con la sociedad que estamos construyendo?

¿Se notará allí donde estamos, donde desarrollamos nuestra vida diaria que en nosotros hay una fe y hay unos valores distintos aunque tengamos que ir a contracorriente del mundo y la sociedad en la que vivimos? ¿En qué se nota que hay unos cristianos que son fermento de una sociedad nueva?

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