Que
nuestra fachada nunca engañe sino que exprese lo que en verdad somos con un
corazón lleno de bondad y buenos deseos
1Tesalonicenses 2, 1-8; Sal 138; Mateo 23, 23-26
Imaginemos que llegamos a una casa que
contemplamos en su exterior bellamente cuidada, en el enlucido lleno de
colorido de sus paredes, en la belleza de puertas y ventanas, en los jardines
que embellecen su entrada y que traspasado su umbral nos encontraremos esa
primera habitación que nos recibe también en su apariencia bellamente acicalada
y todo muy bien ordenado, sin embargo cuando vamos damos pasos en su interior
comenzamos a ver que el orden aparente no es tal orden sino que oculta un
desorden y desorganización muy grande donde contemplaremos cosas escondidas
tras los muebles de primer plano, basuras por los rincones y algo muy distinto
a la aparente belleza de la fachada.
Nos quedaremos cuando menos
estupefactos y asombrados por lo que ahora estamos viendo donde ya todo no es
belleza sino basuras y caótico desorden. ¿Qué podemos pensar? No tendremos que
imaginar mucho para hacer nuestros juicios negativos hacia quienes habitan ese
lugar y viven tras engañosas apariencias.
¿Será así nuestra vida y la forma que
tenemos de presentarnos a nosotros mismos engañando también con apariencias?
Cuántas veces la vanidad de la vida nos lleva por esos derroteros. Cuanta
apariencia de personas buenas podemos dar haciendo muchas cosas para la galería,
mientras nuestro interior está realmente lleno de corrupción y de maldad. De
dentro del corazón del hombre, nos dirá Jesús en otra ocasión, brotan las
malquerencias y todos los malos deseos.
Tras una sonrisa falsa podemos estar
ocultando nuestras traiciones o nuestros recelos que van poniendo verdaderas
vallas entre nosotros y los demás. Una apariencia de bondad pero quizá anide en
el interior la maldad que nos lleva a la puñalada trapacera porque con nuestras
apariencias buscamos nuestros intereses o nuestras ganancias y realmente poco
nos preocupa lo que puedan estar pasando los demás; bonitas palabras pero
corazones llenos de maldad.
De todo esto quiere prevenirnos hoy
Jesús. No es que todos actuemos siempre de esta manera, pero con frecuencia
surge la duda y la desconfianza, surgen los recelos y los distanciamientos,
surge la tentación que aviva nuestros orgullos y nuestro amor propio, haciendo
que surja ese mundo de vanidad y de apariencia que tanto daño nos hace aunque
no queramos reconocerlo, porque solo nos parece que estamos ganando prestigios
y pedestales realmente con sus bases bien llenas de polilla o de corrupción.

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