Vistas de página en total

miércoles, 10 de marzo de 2010

Guarda los mandatos y preceptos que te doy que son tu sabiduría y tu prudencia

Deut. 4, 1.5-9;
Sal. 147;
Mt. 5, 17-19

‘Escucha los mandatos y decretos que yo os enseño a cumplir; así viviréis, entraréis y tomaréis posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar’. Así hablaba Moisés al pueblo antes de entrar en la tierra prometida.
Nosotros en este camino cuaresmal que estamos haciendo y que nos conduce a la Pascua así también escuchamos esta Palabra del Señor como una invitación a la vida, a vivir y a vivir en plenitud. Jesús nos lo corrobora hoy en el evangelio donde nos dice que no va a suprimir el mandamiento de Dios sino, todo lo contrario, a darle plenitud. ‘No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir sino a dar plenitud’.
Con los salmos más de una vez hemos cantado ‘tu palabra me da vida, confío en ti, Señor; tu palabra es eterna, en ella esperaré’. Palabra de vida, palabra que da vida; palabra en la que ponemos toda nuestra confianza, que nos llena de esperanza, que nos conduce a la plenitud.
‘Guardarlos y cumplidlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra prudencia ante los demás pueblos’, nos decía el libro del Deuteronomio. Tenemos que convencernos de la verdad de estas palabras, nuestra sabiduría y nuestra prudencia. Moisés le dice al pueblo que los otros pueblos se van a admirar de la sabiduría que contiene la ley del Señor, y que precisamente en ella van a descubrir como el Señor está en medio de su pueblo. ‘Dirán: cierto que es un pueblo sabio y prudente… porque ¿cuál de las grandes naciones tiene unos dioses tan cercanos¿ ¿y cuál de las naciones tiene unos mandatos y decretos tan justos como toda la ley que hoy os voy a promulgar?’
Los hombres pareciera que queremos enmendarle la plana a Dios y pensamos que con nuestras leyes humanas vamos a conseguir algo mejor para el hombre que lo que nos pide y enseña la ley del Señor. Algunas veces hasta los cristianos pareciera que estuviéramos acomplejados. Las gentes del mundo nos dicen que quieren promulgar leyes mas justas y que los principios y normas nacidas de la religión no tienen que ser las que se impongan a la sociedad que tiene que hacerse sus propias leyes. y quieren demostrarnos su verdad desde su manera de entender las cosas.
Pero ¿es que acaso la ley del Señor, la ley evangélica, en algún momento va a ir en contra de la persona o buscar el daño o la muerte del hombre o de la mujer? Ninguno de los mandamientos de Dios irá contra el hombre, contra la persona. La ley del Señor es siempre ley de vida y lo que quiere la vida. Los hombres nos cegamos y con que facilidad dejamos meter la muerte en medio de nosotros y hasta la permitimos en nombre de no sé qué principios o derechos humanos, como sucede en leyes promulgadas recientemente en nuestra tierra como lo es la nueva ley del aborto. ¿Es que puede haber algo más sublime y más justo que todo lo envolvamos y empapemos en el mandamiento del amor que Jesús nos dará como plenitud de toda la ley de Dios?
Sintamos el orgullo de querer vivir en la ley del Señor; que sea en verdad la norma y el cauce de nuestra vida; que sea nuestra sabiduría y nuestra prudencia, como nos decía el Deuteronomio. Hundamos de verdad las raíces de nuestra vida en el mandamiento del Señor queriendo que sea el sentido de nuestra vida. Busquemos y amemos en todo momento lo que es la ley del Señor.
Y como se nos decía el final de la lectura del Deuteronomio ‘cuidado, guárdate muy bien de olvidar los hechos que presenciaron tus ojos, que no se aparten de tu memoria mientras te dure la vida’. Que no olvidemos nunca las acciones del Señor, como hemos cantado en más de una ocasión con los salmos; que no olvidemos el maravilloso amor que el Señor nos tiene y que de tantas maneras lo hemos experimentado a lo largo de nuestra vida. Dios ha estado con nosotros, se ha hecho presente en nuestra vida y su ley es la expresión del amor grande que nos tiene que buscará siempre lo mejor para el hombre que ha creado y que ha redimido haciéndolo hijo. ¿Cómo no obedecer la ley del Señor después de tanto amor que el Señor nos tiene?

No hay comentarios:

Publicar un comentario