Anónimos
y desconocidos tenemos que aprender a valorar a tantos que en silencio a
nuestro lado por su fidelidad y su amor están haciendo anuncio del evangelio
1Timoteo 6,3-12; Salmo 48; Lucas 8,1-3
Darle plenitud y valor a la vida no
significa que siempre tengamos que estar haciendo cosas extraordinarias;
tenemos que aprender a valorar las cosas pequeñas y sencillas de cada día, que
nos pueden parecer una rutina repetida porque nos parece que siempre estamos
haciendo lo mismo. No tenemos que afanarnos por hacer cosas extraordinarias,
sino que nuestra preocupación ha de estar más bien en hacer extraordinariamente
bien esas pequeñas cosas de cada día. Ahí está la vida, lo que en cada momento
vivimos, que es donde tenemos que dejar nuestra mejor huella. Será la que en
verdad cautivará los corazones, será esa semilla plantada en silencio en lo que
nos parece un campo cualquiera, pero que si la cuidamos bien nos dará una
hermosa planta y generosos frutos.
Esto creo que tenemos que pensarlo en
lo que es nuestra vida ordinaria, que serán nuestros trabajos o nuestra vida
familiar, ese salir cada mañana al encuentro de los demás y esos gestos
sencillos con que nos saludamos o nos preocupamos mutuamente los unos por los
otros. Pero ha de ser también la pauta para lo que significa nuestro compromiso
dentro de la comunidad o en el seno de la Iglesia. No son milagros que tengamos
que ir haciendo a cada paso, sino en esa sencillez de nuestra vida y en esas
cosas que hacemos cada día vamos dejando la impronta de nuestra fe, el perfume
del evangelio.
Quizás algunas veces, sobre todo cuando
ya vamos teniendo nuestros años, nos ponemos a mirar hacia atrás en el camino
que hemos hecho en la vida y puede que podamos sentir el desaliento de que no
hemos hecho grandes cosas. Seguro que una mirada atenta a esas cosas ordinarias
que íbamos haciendo cada día nos hará descubrir muchas buenas huellas que
hayamos dejado, aunque no hayamos hecho nada extraordinario, pero esa fidelidad
de cada día, esas cosas que quizás repetimos una y otra vez con las que
queríamos mostrar nuestro compromiso, nuestra fidelidad, o simplemente hacer
sentir nuestra presencia pueden ser señales de esas obras maravillosas, que no
nosotros, pero que Dios ha obrado a través de nosotros. Porque esto es
importante, saber descubrir y sentir ese actuar de Dios que solo podremos
apreciar desde la fe. No tiene que haber desaliento en nosotros ni por otra
parte hacer resaltar nuestros orgullos y vanidades, sino humildad para saber
dar gracias a Dios.
Hoy nos encontramos con una página del
evangelio que parece que no nos dice nada, pero es una página de un día
ordinario de la vida de Jesús. En este caminar de una lado para otro en
aquellos caminos de Galilea visitando los diferentes lugares hoy no nos muestra
nada extraordinario; solo habla de que iba de un lugar para otro haciendo el
anuncio del Evangelio, menciona quienes le acompañaban, aparte de aquel pequeño
grupo de discípulos a los que constituiría un día apóstoles con una llamada
especial, simplemente nos dice que le acompañaba un grupo de mujeres, se
mencionan algunas, pero quiere expresar ese grupo más grande de las que quieren
ser fieles y estar siempre con Jesús, fidelidad que les llevará a compartir
incluso sus bienes en ese actuar de Jesús.
¿Nos sentiremos nosotros quizás
anónimos en ese grupo de los que siguen a Jesús? Pasaremos incluso por
desconocidos y nuestro nombre no saldrá en ningún noticiario, pero ahí estamos
con nuestra fidelidad, con nuestros deseos de estar con Jesús y seguirle,
ofreciendo lo que somos y también compartiendo nuestra vida. No será nada
extraordinario pero será sobre todo anuncio ante el mundo que nos rodea de la
buena nueva de Jesús que vamos plasmando en la sencillez y humildad de nuestra
vida.
¿Seremos capaces de valorar también a
tantos que de forma anónima quizás o sin aparentar, desde su sencillez y su
humildad están siendo también anuncio de esa buena nueva de Jesús a nuestro
mundo? Tenemos que aprender a valorar a tantos que quizás nos pasan
desapercibidos pero que están haciendo una gran labor en la Iglesia desde su
silencio, pero desde su amor y su entrega.
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