Abrámonos a los caminos nuevos del amor tapizados por la comprensión y el perdón y sea la humildad y el amor los que nos lleven a los pies de Jesús
1Timoteo 4, 12-16; Salmo 110; Lucas 7, 36-50
Aunque hoy decimos que nos damos de muy liberales y que nadie nos tiene que imponer lo que tenemos que hacer, sin embargo nuestra sociedad está llena de unos protocolos que marcan nuestras relaciones, muchos actos de la misma vida social y que aunque no lo confesemos muy claramente sin embargo de alguna manera nos sometemos y los convertimos hasta en normas de conducta. No solo son las cuestiones de buena urbanidad y de mutuo respeto que nos hemos de tener los unos a los otros, sino que en nuestros círculos no siempre aceptamos aquellos que nos parecen diferentes, con no todo el mundo queremos mezclarnos para que no digan de nosotros y vamos creando una serie de discriminaciones en función de los trabajos o cargos que desempeñen, los lugares de origen, lo que llamamos legalidad para permanecer en un lugar con todos sus derechos humanos y así podríamos pensar en muchas cosas; no admitimos a nuestra mesa a cualquiera, cuidamos muchos a quienes vamos a invitar a algún tipo de celebración, y hasta entre vecinos creamos distanciamientos y diferencias. Quienes tengan mala fama o de los que se sospeche o hayan cometido ciertos delitos ya los marcaremos para siempre queriendo crear un círculo de aislamiento.
En el tiempo del que nos habla el evangelio fuertes eran esas discriminaciones, las barreras que se interponen entre unos y otros y no eran solamente los leprosos los que eran aislados para evitar el contagio sino que eran muchas más las trabas impuesta en la sociedad de entonces; las mujeres no contaban para nada, los que se consideraban pecadores eran excluidos del trato de aquellos que se consideran puros y cumplidores, muchos escalones dentro de aquella sociedad que vemos hoy en el pasaje que contemplamos cómo Jesús se los salta porque era algo nuevo lo que Él quería ofrecernos. Hacía falta, como diría en otra ocasión, unas vasijas nuevas para el vino nuevo que Él venía a ofrecernos en el anuncio del evangelio.
Unos protocolos de acogida, una separación y distanciamiento entre los que asistían al banquete que aquel fariseo le había ofrecido a Jesús, unas actitudes nuevas y un nuevo sentido de vida venían a ofrecernos Jesús. Un banquete en el que solo participaban hombres y que demás se consideraban unos puritanos; pero una mujer que se introduce saltándose todos los permisos, podríamos decir, que se introduce en la sala del banquete; un juicio y prejuicio que se va apoderando del corazón de quienes están sentados a la mesa, empezando por quien había hecho la invitación, porque además aquella mujer era considerada una mujer pecadora.
Además aquella mujer estaba ahora realizando lo que no se había hecho en virtud de las normas de la hospitalidad, cuando lava los pies de Jesús con sus lágrimas y los besa con todo su amor, mientras el perfume de nardo puro envuelve a todos los comensales al ungir los pies de Jesús. Parecería que aquello era algo intolerable, pero Jesús se deja hacer, permitiendo que aquella mujer pecadora unja y perfume sus pies. Pero ahí están las palabras de Jesús en aquella pequeña parábola que propone. ¿Quién crees que amó más tras el perdón que habían recibido por su deuda? Palabras que van a conducir a Jesús a su momento culminante, el perdón generoso ofrecido por Jesús a aquella mujer que tanta amaba a Jesús a pesar de su condición de pecadora.
Saltan por los aires todas las prevenciones que aquellos hombres tenían ante aquella situación que se está viviendo con la presencia de aquella mujer pecadora. Pero, ‘¿Quién puede perdonar pecados sino Dios?’ Aquello era considerado una blasfemia porque Jesús se estaba atribuyendo el perdón de Dios. No lo podían comprender como nunca llegarán a comprender el sentido de la muerte de Jesús. Solo los que se pusieran humildes ante Dios, pero con un corazón cargado de amor lo podrían entender.
Es que solo los humildes, los sencillos que ansiaban y deseaban tener limpio el corazón podían comprender aquel misterio de lo que es el amor de Dios y el perdón que nos regala. Solo un hombre que se sintió empequeñecido ante el milagro de amor que contemplaba, como fue aquel centurión del calvario, podía reconocer la inocencia y la grandeza de Jesús. Un centurión también con humildad se había acercado un día, aunque se sabía no merecedor de la gracia que pedía, se había también atrevido a acercarse a Jesús y recibiría la mejor alabanza de Jesús. ‘No he encontrado en nadie tanta fe en todo Israel’.
Es el camino nuevo en que viene a ponernos Jesús. Han de saltar por el aire todas las prevenciones, porque cuando vivimos con la vida encorsetada por los protocolos del hombre viejo no podremos sentir el gozo de la libertad que nos ofrece Jesús con su vida nueva. Rompamos barreras y saltemos por encima de los abismos, que sea la humildad y el amor los que nos lleven a los pies de Jesús. Abrámonos a los caminos nuevos del amor que tienen que estar tapizados por la comprensión y el perdón, porque será así cómo podremos disfrutar del perdón que viene a traernos Jesús con su muerte redentora y su salvación.
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