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viernes, 13 de noviembre de 2009

El cielo proclama la gloria de Dios

Sab. 13, 1-9
Sal. 18
Lc. 17, 26-37


‘El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos… sin que hablen, sin que pronuncien… a toda la tierra alcanza su pregón…’
Así hemos rezado y meditado en el salmo 18 proclamando la gloria del Señor de la que nos hablan todas las criaturas. Como nos enseña san Pablo en la carta a los Romanos ‘desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las obras…’ La creación nos está hablando del Creador. Las criaturas nos están gritando quien es Dios. El hombre debe elevarse al conocimiento del Dios Creador por la contemplación de las realidades visibles.
De esto nos ha hablado el libro de la Sabiduría en el texto proclamado hoy. Aunque lo hace como una lamentación porque ‘eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios y fueron incapaces de conocer al que es partiendo de loas cosas buenas que están a la vista y no reconocieron su Artífice…
Nos hace falta abrir los ojos de la fe. Tener ojos capaces de admirarse ante las maravillas del mundo creado y preguntarnos por la grandeza, el poder, la sabiduría de quien tales cosas creó. ¿Quién no se queda extasiado ante los colores del cielo en un amanecer o en un atardecer? ¿Quién no se maravilla ante la belleza de un paisaje, la profundidad de las montañas, o la inmensidad de un cielo estrellado en la noche? ¿Por qué no nos preguntamos, entonces, quién está detrás de ese belleza, de esa inmensidad o de esa grandiosidad? No podemos menos que pensar en el poder infinito del Creador.
En nuestra confusión porque contemplamos la belleza y la grandeza de las cosas creadas, nos quedamos como obnubilados y cegados para no ver a Dios, sino convertirlas en Dios. Es lo que sucedía en el mundo pagano que así se creaban multitud de dioses cuando veían la belleza, la grandeza o el poder de las criaturas o las fuerzas de la naturaleza.
Pero se pregunta el autor sagrado, el sabio del Antiguo Testamento ‘si, fascinados por su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto los aventaja su Señor, pues los creó el autor de la belleza. Y si los asombró su poder y actividad, calculen cuánto más poderoso es quien lo hizo. Pues por la belleza y la magnitud de las criaturas , se percibe por analogía al que le dio el ser’.
‘Andan extraviados buscando a Dios y queriéndolo encontrar; en efecto, dan vueltas a sus obras , las exploran y su apariencia los subyuga, porque es bueno lo que ven…’
Busquemos a Dios y no nos confundamos. Admirémonos ante las maravillas de la creación pero para reconocer al Creador. Pero cuidemos también de no hacernos o crearnos dioses convirtiendo en ídolos las cosas creadas. Sigue estando en nosotros también ese peligro de la idolatría creándonos ídolos en nuestra propia belleza, saber o poder, en la riqueza o en los afanes placenteros que rodean nuestra vida. No nos creemos ídolos que nos esclavizan.
Adoremos sólo al Dios que nos da la verdadera grandeza y libertad cuando nos ha creado a su imagen y semejanza, nos ha elevado a la dignidad de hijos y nos ha inundado con su amor para que nosotros le amemos a El y amemos a los demás de la misma manera.

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