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sábado, 13 de septiembre de 2025

Unas raíces dañadas o que se quedan en la superficie no tendrán la fuerza para alimentar y sostener el árbol y hacer que dé buenos frutos ¿será así nuestra vida?

 


Unas raíces dañadas o que se quedan en la superficie no tendrán la fuerza para alimentar y sostener el árbol y hacer que dé buenos frutos ¿será así nuestra vida?

1Timoteo 1,15-17; Salmo 112; Lucas 6, 43-49

Cada mañana en mi paseo de cada día paso junto a una huerta que está en las cercanías de mi casa; está dedicada a cultivos menores, tiene algunos árboles frutales y unas vides, que casi tendría que ser su cultivo principal; pero he venido observando que ni son aprovechables los frutos de esos árboles ni pueden tener una cosecha beneficiosa de las uvas que cultivan; las plantas y los árboles están, podíamos decir, enfermos por las plagas que les afectan y los frutos no son nada aprovechables, más bien los vemos por los suelos e inservibles.  No entro en juicio por respeto sobre lo que dichos agricultores realizan con su campo, pero es cierto que el cuidado no es el mejor, donde podría haber hermosos frutos, todo casi se convierte en árboles y plantas dañadas y todo es inservible.

Me fijo en estas cosas y pienso en lo que hago o como cuido mi vida, mirando también mucho de lo que sucede alrededor. No es solo vivir, porque, por decirlo así, respiramos. Necesitamos una prevención y un cuidado para que el mal no nos dañe, para que finalmente los frutos de nuestra vida sean buenos. En principio Dios nos ha creado para que seamos árbol bueno; bien lo dice la Biblia cuando nos habla de la creación donde cada cosa que va saliendo de las manos de Dios, nos dice ‘y vio Dios que era bueno’. El maligno ya inoculó su veneno en el corazón de Eva y de Adán despertando la ambición y el orgullo, y como decimos, así entró el mal en el mundo. Es la tentación que nosotros seguimos teniendo y el mal también se va metiendo en nuestro corazón.

Es hermoso lo que hoy nos dice Jesús en el evangelio. ‘No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos’. Y añade. ‘El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa del corazón lo habla la boca’.

¿Qué sale de nuestro corazón? Es importante que lo consideremos y analicemos nuestras actitudes, nuestras posturas, nuestra manera de actuar. Nos metemos muchas veces en una pendiente muy resbaladiza, y nos dejamos arrastrar. Es necesario detenernos y descubrir lo que está dañado en nosotros para curarlo; descubrir que es lo que vamos guardando en nuestro corazón, cuales son nuestros recuerdos por ejemplo de lo vivido y la reacción de nuestros sentimientos ante lo que nos va sucediendo; acumulamos muchas veces demasiadas tensiones y la cuerda tensa se puede romper; mantenemos muchas heridas abiertas en nuestro corazón por los roces que vamos teniendo en la vida y no nos preocupamos de curarlas, y una herida mal curada hará que la enfermedad se vaya extendiendo, los sentimientos negativos sigan permaneciendo en nosotros y se irá dañando nuestro espíritu; cuántos malos humores que tenemos muchas veces que nos hace reaccionar mal con todo el mundo son consecuencia de esas heridas mal curadas.

Tenemos que buscar una solidez para nuestra vida y por eso es importante tener una vida sana, pero tener sano el corazón. Un cimiento con un cemento corroído no tendrá la suficiente fortaleza para sostener el edificio. Nos habla hoy Jesús del edificio edificado sobre roca, que aguantará vientos y tempestades. 

¿Dónde habremos buscado nosotros esa fortaleza del espíritu? ¿Cuál es el fondo de nuestra espiritualidad? ¿Nos estaremos quedando en la superficialidad? Las raíces que no se ahondan en la tierra, sino que se quedan en la tierra superficial no tendrán la fuerza necesaria para alimentar y para sostener el árbol. ¿Estaremos haciendo eso con nuestra vida?

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