sábado, 29 de agosto de 2020

Un testimonio de fidelidad que hace resplandecer la verdad, el bien, la justicia, la solidaridad, el amor

 


Un testimonio de fidelidad que hace resplandecer la verdad, el bien, la justicia, la solidaridad, el amor

1Corintios 1, 26-31; Sal 32; Marcos 6, 17-29

No podemos confundir la fidelidad con la cabezonería nacida del orgullo o del amor propio pero que no sabe descubrir la rectitud de lo que hacemos. Hoy lo vemos claramente contrapuestos en los dos personajes del evangelio, Juan el Bautista, y el rey Herodes.

Brilla la fidelidad del Bautista en el anuncio profético que con su palabra y con su vida cuando anuncia la llegada del Mesías e invita a las gentes a preparar los caminos del Señor va señalando a cada uno cuales son los caminos que ha de enderezar señalando como siempre habrá que obrar en rectitud y justicia anteponiendo por encima de todo el amor. Su palabra es clara, sus gestos son proféticos, la denuncia del mal y de la injusticia están bien presentes en su palabra profética y el testimonio de fidelidad a esa Palabra de Dios que quiere trasmitir hasta el final. Todo quedará rubricado con su sangre al ser decapitado en su martirio, pues es testigo de la verdad y de la justicia hasta derramar su sangre por ello.

Enfrente, Herodes con su vida disoluta y llena de vicios. Aunque siente en su corazón la verdad de la palabra del Bautista y hasta se dice que le agradaba escucharle, el vicio y la pasión lo ciegan para hacerse sordo ante el profeta e instigado por quien es causa también de su ciega pasión tener encerrado en la mazmorra al Bautista porque no le agradaba la denuncia que había de su mal en sus palabras proféticas.

Cuando nos cegamos y caemos en las redes de la pasión todo es una pendiente peligrosa en la que parece que no podemos parar y como en una terrible espiral crece y crece el mal en el corazón. Es lo que le sucedió en aquella fiesta en el que la lujuria de todo tipo se había adueñado de sus corazones y ante la sensualidad del baile de la hija de Herodías promete y promete regalar hasta la mitad de su reino si así se lo piden. Aquella palabra y promesa insensata de la que no sabe volverse atrás aunque comprenda la maldad y crueldad de lo que le piden, por aquello de la fidelidad a una palabra dada y por miedo a perder el prestigio ante sus invitados, llevará a la muerte del bautista.

Ya decíamos que no podemos confundir la auténtica fidelidad con la cabezonería del orgullo y la pasión cuando incluso está en juego la vida de una persona. No se puede llamar fidelidad ese permanecer en una palabra dada cuando eso conduce a obrar el mal y la injusticia. La pasión nos ciega tantas veces, la cobardía nos encierra en nosotros mismos y nos hace temerosos, los prestigios del mundo nos llenan de vanidades que al final son vacíos para el alma y todo terminará volviéndose oscuro en nuestro interior y en nuestra vida toda.

Creo que este testimonio que hoy nos ofrece la Palabra de Dios en el martirio del Bautista nos tiene que llevar a hondas reflexiones para nuestra vida. Queremos quedar bien, mantener nuestros prestigios, dar una apariencia de persona buena y complaciente, tratar de agradar a todos y a todos complacer, pero cuidado nos veamos envueltos en esas vanidades que terminarán llevándonos a la ruina. Son pendientes resbaladizas y peligrosas.

Nuestro testimonio verdadero tiene que ser el de una vida recta y honrada, que busca el bien y la justicia, que hace resplandecer la generosidad y la solidaridad en un amor auténtico y que no se deja cautivar por respetos humanos ni por la adulación, y que si mantenemos nuestra fidelidad hasta el final es porque sabemos muy bien de quien nos hemos fiado.

viernes, 28 de agosto de 2020

Cuidado estemos llegando tarde para iluminar la sala del banquete de la vida porque nos hemos dormido y encima no tengamos el aceite del evangelio

 


Cuidado estemos llegando tarde para iluminar la sala del banquete de la vida porque nos hemos dormido y encima no tengamos el aceite del evangelio

1Corintios 1, 17-25; Sal 32; Mateo 25, 1-13

Señales de responsabilidad y de madurez humana que hemos de ir dando en la vida es tomarnos en serio lo que traemos entre manos, asumiendo con seriedad lo que son nuestras obligaciones y haciendo las previsiones necesarias ante lo que puede suceder para estar siempre preparados y saber asumir en cada momento nuestra responsabilidad. No podemos hacer dejación de nuestra responsabilidad pensando que ya eso lo resolveremos cuando se presente y buscaremos remedio a última hora. Nuestra responsabilidad no nos permite actitudes y posturas así que parecen muy cómodas.

No es que vivamos con agobio y ansiedad angustiándonos ante el futuro que no conocemos, no es que vivamos obsesionados acumulando y acumulando cosas por si un día las podemos necesitar; son cosas que suceden y personas que viven así y entonces nunca tienen paz y sosiego, siempre andan preocupadas, viven en un agobio permanente que también se les hace difícil tolerar a los que están a su lado. Pero la responsabilidad, la previsión necesaria, la preparación es algo que tampoco podemos dejar de lado. Ahí está la sabiduría de vivir estas situaciones y siempre con paz en el espíritu.

Hoy nos habla Jesús en el evangelio de esa responsabilidad y de esa necesaria vigilancia. No nos podemos dejar dormir en la vida. Y no es solo aquello del refrán (al menos en mi tierra) de ‘camarón que se duerme se lo lleva la marea’. Es el saber asumir bien nuestras responsabilidades. Nos propone una parábola a partir de lo que eran las costumbres de la época para las bodas. El novio vendría que con sus amigos a buscar a la novia para casarse, pero las amigas de la novia en deferencia habían de salir al camino para esperar la llegada del novio. Habían de ir provistas de unas lámparas, que por una parte iban a iluminar el camino de la llegada del novio sobre todo si era en la noche por cualquier motivo, y que luego servirían para iluminar la sala del banquete y de la fiesta nupcial.

Diez fueron las jóvenes encargadas de esa misión. Pero el esposo tardó y hasta se durmieron en la espera. Cuando se escucha la voz de la llegada del novio se prestaron a aderezar sus lámparas, pero las lámparas se apagaban por falta de aceite. Y aquí viene la lección, algunas fueron previsoras y tenían suficiente aceite de repuesto, pero la mitad de ellas se vieron con las lámparas apagadas y sin aceite con que realimentarlas. No les quedaba otra que ir a buscar aceite, pero entre una cosa y otra el esposo llegó, y con las que estaban preparadas entraron a la sala del banquete cerrándose luego la puerta. Cuando llegaron las que fueron a reponer el aceite la puerta estaba cerrada y no se abrió para ellas.

Muchas veces hemos meditado este pasaje del evangelio. Muchas veces nos hemos preguntado por ese aceite y si en verdad nosotros tenemos el suficiente para que se mantenga encendida la lámpara en nuestras manos. Muchas veces hemos recordado nuestro bautismo y ese momento en que se puso también en nuestras manos una vela encendida en la luz de Cristo resucitado. Y nos hemos hecho muchas consideraciones. Seguro que cada uno mientras hemos ido escuchando este pasaje y meditando sobre él ya nos hemos estado preguntando sobre nuestra responsabilidad y vigilancia.

Pensemos si acaso los cristianos hemos dejado de reflejar la luz de Jesús para nuestro mundo; acaso hayamos enturbiado la luz y no brille con la misma fuerza y no ilumine con el mismo ardor esos caminos oscuros de nuestro mundo. Pensemos si acaso no nos habremos dormido pensando que la luz estaba segura, que ya estaba todo hecho, que por sí misma la Iglesia está haciendo resplandecer esa luz, pero esa luz la hemos enturbiado, el testimonio que estamos dando no es el verdadero, quizá nos hayamos contaminado con las luces de nuestro mundo, acaso podamos estar creando confusión porque ya no resplandece con el mismo ardor el evangelio de Jesús.

¿Estaremos llegando tarde porque nos hemos dormido? ¿estaremos nosotros mismos creando confusión porque habíamos abandonado la vigilancia y porque no nos hemos preparado debidamente llenando nuestros depósitos con el aceite del evangelio y ahora a última hora vamos a buscar lo que sea y donde sea, pero ya no es el evangelio de Jesús? ¿Nos habremos dormido tanto que ahora nos dejamos arrastrar por cualquier corriente olvidándonos del evangelio de Jesús? ¿Cuáles son las verdaderas prioridades en sintonía con el evangelio del Reino de Dios? Triste sería que ya nuestras luces no nos valgan para iluminar la sala del banquete de la vida porque incluso para nosotros se nos hayan cerrado las puertas.

jueves, 27 de agosto de 2020

Hay muchos signos de la presencia del Señor en cuanto nos sucede que nos invitan a la vigilancia y avivan la esperanza

 


Hay muchos signos de la presencia del Señor en cuanto nos sucede que nos invitan a la vigilancia y avivan la esperanza

1Corintios 1, 1-9; Sal 144; Mateo 24, 42-51

Vigilantes… porque esperan algo y se preparan para su llegada; es el familiar que se espera después de larga ausencia y estamos ansiosos de su encuentro; es el amigo que nos ha prometido una visita y nos preparamos para cómo mejor agasajarle. Vigilante el que por seguridad tiene que cuidar de un edificio, de una institución; vigilante el que cuida del orden público para evitar desórdenes y atropellos; pero vigilante está el padre o la madre en el cuidado de sus hijos a los que ve crecer y que no quiere que les pase nada malo, como vigilante está el médico o la enfermera ante el paciente que está hospitalizado esperando su curación pero poniendo todo de su parte para buscar los mejores remedios.

Podíamos seguir describiendo situaciones y tendríamos que decir que todos nos sentimos vigilantes de alguna manera, de nuestra propia vida, de nuestras posesiones o en la espera de un futuro mejor. Y nuestra vigilancia que se fundamenta en la esperanza sin embargo nunca puede ser algo pasivo, sino que nos exigirá atención como nos pedirá el esfuerzo de no caer en un sopor pasivo porque nos puede sorprender aquello que esperamos.

Y esa vigilancia no la reducimos a la atención a lo que nos viene de fuera sino que parte del interior de nosotros mismos y atentos estamos a lo que nos sucede de manera personal, pero a lo que nos va sorprendiendo también en nuestro interior para aprovechar lo buenos y las posibilidades que nos surgen, pero también para no perder el equilibrio y el dominio de nosotros mismos en las diversas situaciones con que nos vamos encontrando que algunas veces pueden ser incluso desagradables. Esa vigilancia es también ese deseo de superación interior que nos haga madurar de verdad para que nunca ni nuestras actitudes ni nuestras posturas o nuestros actos puedan dañarnos a nosotros mismos ni dañar a los demás.

De todo esto nos está hablando Jesús hoy en el evangelio. Y nos habla del dueño de casa que vigila cuidadosamente para que el ladrón no se introduzca en la casa y produzca estragos; y nos habla del criado fiel y vigilante que espera la llegada de su amo a la hora que sea para abrir la puerta pero para estar dispuesto para el servicio; y nos habla del que tiene especiales responsabilidades que no puede hacer dejación de su funciones ni aprovecharse de su autoridad para tratar mal a los demás. Habla Jesús de cosas muy concretas en el estilo de vida de entonces y era lo que sucedía en su entorno, pero que tiene rabiosa actualidad en lo que son nuestras responsabilidades hoy en la vida.

Pero Jesús quiere darle aun mayor trascendencia a sus palabras, porque habla de la venida del Señor, y en el fondo nos está hablando también de ese final de nuestra vida donde vamos a ir al encuentro con el Señor de manera ya definitiva, pero que nunca sabemos cuando será el momento. Son tantos los momentos en los que el Señor nos va saliendo al encuentro en la vida en las circunstancias, en los acontecimientos y en las mismas personas con las que nos vamos encontrando. Y es donde tienen que estar abiertos los ojos de la vigilancia, los ojos de la fe para descubrir al Señor que llega a nosotros, a nuestra vida y muchas veces somos tan cegatos que no somos capaces de descubrirlo.

Es también en esos momentos dolorosos, de dificultades y problemas, de contratiempos que podemos tener con los demás donde hemos de escuchar esa voz del Señor que nos habla y que nos llama. Todas aquellas esperas de las que hablábamos al principio como situaciones humanas en las que nos encontramos o podemos encontrar  pueden convertirse para nosotros en signos de esa presencia del Señor.

Es ahí donde tenemos también que hacer crecer nuestra fe para derrumbarnos en las dificultades, aunque muchas veces nos sintamos rotos por dentro. Pero si sabemos descubrir esa presencia del Señor no perderemos la paz, todo nos servirá para crecer, y de todo podemos aprender para dar gloria siempre al Señor.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Nuestra palabra y nuestra vida siempre tiene que ser una palabra profética, un testimonio verdaderamente profético aunque no levanten mausoleos en nuestro honor


 

Nuestra palabra y nuestra vida siempre tiene que ser una palabra profética, un testimonio verdaderamente profético aunque no levanten mausoleos en nuestro honor

2Tesalonicenses 3, 6-10. 16-18; Sal 127; Mateo 23, 27-32

‘¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justo…!’ Estas palabras de Jesús en que recrimina a los fariseos y a los maestros de la ley de su tiempo la hipocresía con que vivían sus vidas me hace pensar en cosas parecidas que hoy también suceden.

También vivimos la hipocresía de los homenajes; quizá en vida no eran personas tenidas en cuenta, más bien en ocasiones y un poco según también lo que fuera la dedicación de esos homenajeados a posteriori se les tomaba por locos, no era precisamente un apoyo lo que recibían en las acciones, pongamos por caso, humanitarias que realizasen, no se les perdonaba cualquier error que cometieran, pero después de muertos todo eran alabanzas y reconocimientos, homenajes y dedicatorias. Como decía alguien, medio en broma medio en serio, a mí los homenajes que me los hagan en vida.

En referencia a ese comentario de Jesús hemos de reconocer que nunca los profetas fueron muy tenidos en cuenta, más bien sufrieron acoso por parte de quienes ostentaban el poder en la sociedad de su tiempo, el pueblo muchas veces les volvía la espalda, y terminaban sufriendo persecuciones violentas e incluso la muerte. Por pensar en algunos tendríamos que recordar lo dura que fue la vida del profeta Jeremías que incluso lo echaron en una cisterna para hacerlo morir allí de hambre desde las manipulaciones de los poderosos de su tiempo a quienes les costaba aceptar las palabras del profeta; a Amós podemos recordar como el sacerdote de Betel le decía que se fuera a profetizar en su tierra pero que no fuera una impertinencia en el Santuario de Dios; a Elías lo vemos huir a las montañas del encono de la reina Jezabel que pretendía suplantar el culto al Dios verdadero por el culto a los baales; y así podemos seguir haciendo un recorrido por todos los profetas hasta Juan Bautista encerrado en Maqueronte, odiado por Herodías, hecho decapitar por Herodes.

Todo esto es una lección para nosotros para que aprendamos a hacer una lectura del hoy de nuestra vida iluminada por la palabra de Dios que siempre es palabra de vida en todos los tiempos y para todos los hombres. ¿De alguna manera no es lo que sigue sucediendo hoy? La Iglesia, los cristianos que tenemos que dar un testimonio de nuestra fe y del evangelio que queremos vivir y con el que queremos iluminar nuestro mundo tenemos el peligro de dejarnos seducir en muchas ocasiones por los halagos del mundo.

Si la Palabra que anunciamos y el testimonio que damos son una palabra y un testimonio edulcorado, donde queremos acomodarnos a lo que la gente quiere escuchar, y andamos con paños calientes seguro que recibiremos muchas alabanzas de los que nos rodean. Entonces sí que somos buenos, según ellos la iglesia está realizando muy bien su función y hasta pueden llegar esos reconocimientos públicos que tanto nos halagan. Cuidado caigamos en esas redes que son muy sutiles. Tendríamos que preguntarnos con toda sinceridad si acaso la Iglesia no pueda estar cayendo en esas redes.

Recuerdo una anécdota del diálogo de un obispo y un sacerdote que vino a visitarle; al preguntarle el obispo si estaba contento en la parroquia que le habían encomendado y si la gente estaba contenta, el sacerdote se apresuró a decir que todo el mundo estaba muy contento con él, que toda la gente lo quería y por ahí se explayaba el sacerdote con un orgullo muy grande en su corazón porque todo el mundo lo quería. Malo, le dijo el obispo, si todo el mundo te quiere es que no estás predicando el evangelio en toda su radicalidad, tu vida sacerdotal no está dando el testimonio que tiene que dar; si así fuera, siempre aparecerían enemigos, gente que estaría en tu contra porque la Palabra que les dices no les puede contentar a todos por igual.

No olvidemos que tenemos que ser profetas en medio de nuestro mundo. Por eso no podemos buscar ni el halago ni las alabanzas de los que nos rodean. No podemos acomodarnos ni seguir simplemente los criterios del mundo. Es una tentación que está ahí muy patente y que con valentía tenemos que superar. Vivamos de manera auténtica el evangelio y sus valores aunque muchas veces nos cueste ir a contracorriente. No nos dejemos emborrachar por los cánticos de alabanza y reconocimientos que el mundo pueda hacernos. Nuestra palabra y nuestra vida siempre tienen que ser una palabra profética, con nuestra vida tenemos que dar un testimonio verdaderamente profético. Con nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor, no buscamos la fuerza del espíritu del mundo.

 

martes, 25 de agosto de 2020

Autenticidad, sinceridad y verdad es lo que tiene que resplandecer en nosotros para hacer brillar la profunda espiritualidad que anima nuestra vida

 

Autenticidad, sinceridad y verdad es lo que tiene que resplandecer en nosotros para hacer brillar la profunda espiritualidad que anima nuestra vida

2Tesalonicenses 2, 1-3a. 14-17; Sal 95; Mateo 23, 23-26

Hoy cuidamos mucho la apariencia. Para eso tenemos hasta asesores de imagen; quien nos va a decir cómo tenemos que ponernos, la sonrisa que llevemos en nuestros labios, el lado mejor de la cara que nos va a dar mejor imagen; cualquier figura pública que se precie tiene a su alrededor esos asesores que le van a decir hasta el más mínimo detalle con el que han de manifestarse si quieren conseguir las metas que se proponen, ya sea un lugar destacado en la sociedad, un cargo o lugar público de influencia en esa sociedad, o el camino del poder que poco menos que los haga amos del mundo.

Pero y detrás de todo eso ¿qué queda? ¿Dónde están las ideas y los pensamientos? ¿Dónde queda la personalidad del individuo? ¿Qué es lo que hay en el fondo que define de verdad a la persona? ¿Todo es fachada y apariencia? Como las tramoyas de cartón piedra que nos querían reflejar el mundo antiguo y los grandes monumentos en las ‘películas de romanos’ que veíamos en otros tiempos. Claro que todo sigue siendo tramoya y escenificación, todo siguen siendo efectos especiales que nos transportan a otro mundo y nos alejan de la realidad.

Pero ni venimos a hablar de películas, ni venimos a hablar de esos personajes públicos que necesitan esos asesores de imagen. Pero nos vale la imagen y la comparación que estamos proponiendo para esa tramoya de falsedad e hipocresía sobre la que construimos muchas veces nuestra vida. Jesús es duro hoy en el evangelio con los fariseos a los que llama hipócritas, pero acaso tenemos que pensar si no seguimos hoy en nuestra vida con esas mismas hipocresías. Nos presentamos con minucias y superficialidades cuando quizá nuestro corazón está vacío. Es en lo que tenemos que pensar seriamente.

No podemos ocultarnos tras unos ropajes con que cubramos nuestra vida de apariencia de cosas buenas cuando seguimos siendo ruines en nuestro corazón. Es cierto que queremos tener buena voluntad, pero muchas veces nos cuesta superar tanto lastre de egoísmo y orgullo que llevamos dentro de nosotros. Somos débiles tenemos que reconocerlo, porque es la manera de comenzar a salir y a vencer esa debilidad.

Pero al mismo tiempo tenemos que cultivar nuestro espíritu, que se construye es cierto desde esas cosas pequeñas de cada día, pero donde tenemos que saber darle profundidad para que eso que realizamos no nos encorsete, sino que nos dé esa libertad de espíritu que nos haga crecer, que nos haga madurar en la vida, que en verdad en lo que hacemos estemos reflejando esa profundidad de nuestro corazón, esa profunda espiritualidad sobre la que construimos nuestra vida.

Y eso nos exige una purificación interior para ir reconduciendo todas esas pasiones que llevamos dentro de nosotros, pero para arrancar esas malas hierbas de esas vanidades, esos orgullos y esas apariencias que tienen el peligro de enraizarse en nuestro corazón. Recordemos aquello que en otro momento nos dirá Jesús de que lo que nos hace impuros son las maldades que salen de dentro de nosotros, que salen del corazón, no las cosas que nos entren de fuera. Son esas malas raíces que tenemos que arrancar de nosotros y así manifestamos con claridad y brillante resplandor toda esa bondad y toda esa generosidad en la que tiene que abundar nuestro corazón.

Jesús es para nosotros mucho más que un asesor de imagen, porque lo que nos está pidiendo esa autenticidad de nuestra vida, esa sinceridad y esa verdad con la que haremos resplandecer nuestro amor.

lunes, 24 de agosto de 2020

Cuando Natanael se acercó a Jesús empujado por el ardor de Felipe aún llevaba en su interior las sombras oscuras de la duda pero que en el encuentro se disiparon

 

Cuando Natanael se acercó a Jesús empujado por el ardor de Felipe aún llevaba en su interior las sombras oscuras de la duda pero que en el encuentro se disiparon

Apocalipsis 21, 9b-14; Sal 144; Juan 1, 45-51

Las noticias no corren sino que vuelan; algo así solemos decir porque sabemos cómo las noticias de aquellos acontecimientos que pasan corren de boca en boca y se van trasmitiendo de unos a otros. Aunque hoy digamos que tenemos los grandes medios de comunicación que nos permiten estar al tanto de cuanto sucede al minuto aunque pase al otro lado del mundo, sin embargo siendo camino eficaz de comunicación ese boca a boca que vamos trasmitiendo en nuestro encuentro con los demás.

Las noticias no son noticias, podríamos decir, mientras están estáticas en aquel lugar donde hayan acaecido los hechos sino que han de entrar en esa dinámica de trasmisión desde el encuentro, por el medio que sea, de los unos con los otros. En esa trasmisión cercana surge el comentario que enriquece, aunque también puede dañar, la noticia, pero es importante el hecho también de que lo realizamos en ese encuentro que provocamos con los demás. Una dinámica que no podemos dejar en el olvido en su sentido más profundo desde ese enriquecimiento personal que vamos teniendo con nuestros encuentros.

Así se trasmitió la buena noticia del evangelio tal como vemos hoy también en el texto sagrado. Felipe se había encontrado Jesús quien le había invitado a seguirlo, pero aquello que fue para él motivo de gozo grande pronto se convirtió en noticia que había que trasmitir. Por eso tan pronto se encuentra con su amigo ese es el comentario que trasmite, esa es la buena noticia que lleva al amigo Natanael, pero que a pesar de las reticencias que pone quien ha recibido la noticia culminará cuando Felipe termine convenciendo a su amigo de que hay que ir al encuentro con Jesús. ‘Ven y verás’, le dice cuando después de decirle que han encontrado a Aquel de quien hablan las Escrituras y que es Jesús de Nazaret, Natanael con aquellas rivalidades propias de pueblos vecino dirá que de Nazaret no puede salir nada bueno.

Se van sucediendo los encuentros y la trasmisión de las noticias que tendrá su culminación cuando Natanael llegue a los pies de Jesús que alaba y reconoce en él a un israelita de verdad. Por entremedio ha habido otro encuentro desconocido porque mientras Natanael estaba debajo de la higuera Jesús le estará viendo y serán ahora en la comunicación del hecho motivo de la fe que se despierte en Natanael.

Comunicación, trasmisión de noticias, encuentros que se suceden serán las cosas que nos tendrán que hacer pensar en esta fiesta del Apóstol san Bartolomé. No podremos tener noticia de la Buena Nueva de la Salvación si no hay quien nos trasmita esa noticia; pero la transmisión de esa noticia no podrán ser solamente frías palabras sino el testimonio y convencimiento de quien antes se ha encontrado también con esa Buena Nueva de Salvación.

Esto nos tiene que hacer pensar en esa misión que como cristianos todos tenemos. Todos estamos llamados a ser mensajeros del evangelio, evangelizadores con nuestras palabras convincentes porque han de nacer siempre de aquello que hemos convertido en vida nuestra, y convincentes con el testimonio que hemos de dar de aquello en lo que creemos y estamos plenamente convencidos.

Pero necesitamos nosotros haber tenido ese encuentro vivo y profundo con Jesús, a pesar de las reticencias que llevemos en el corazón o las oscuridades que nos acompañan en la vida. Cuando Natanael se acercó por primera vez a Jesús empujado por el ardor de Felipe aun llevaba en su interior las sombras oscuras de la duda que se vinieron a disipar totalmente en ese encuentro.

Aunque tengamos sombras en nuestro interior - ¿y quien no las tiene en sus dudas, pero también en las debilidades que se nos acumulan en la vida? – no temamos dejarnos convencer para acercarnos a Jesús; dejémonos conducir por esos Ángeles buenos de quienes nos hablan o nos presentan el testimonio de sus vidas y que nos plantean interrogantes en nuestro interior; en Cristo nuestro interior se va a ver iluminado y las sombras comenzarán a disiparse y así podremos llegar a escuchar hondamente en nosotros esa noticia de la Buena Nueva de la Salvación.

El testimonio de Natanael, de san Bartolomé, a eso nos está impulsando. También a nosotros se nos está diciendo ‘Ven y verás’. Como nosotros también tenemos que decirle al mundo que nos rodea ‘ven y verás’ para llevarlo hasta Jesús y así se disipen todas las sombras oscuras de la duda y la debilidad.

domingo, 23 de agosto de 2020

Tenemos que quitarnos la careta que nos ponemos para dar una apariencia y mostrarnos tal como creemos y vivimos aunque resultemos incómodos para los demás

 

Tenemos que quitarnos la careta que nos ponemos para dar una apariencia y mostrarnos tal como creemos y vivimos aunque resultemos incómodos para los demás

Isaías 22, 19-23; Sal 137; Romanos 11, 33-36; Mateo 16, 13-20

¿Qué me puedes decir de tu fe? Imaginemos que nos cruzamos con alguien por la calle, se detiene y nos hace detenernos y a boca jarro nos lanza esa pregunta. ¿Cómo responderíamos?

Hace unas semanas participando en la Eucaristía del domingo en mi parroquia, el sacerdote que recién había tomado posesión de la parroquia y un poco queriendo decirnos también cómo sería su estilo al hablarnos en la celebración nos decía que a él le gustaba lanzar preguntas a la gente, como para que la gente participara de forma directa en la reflexión ofreciendo su propias respuestas y pareceres; y os digo que noté en mi entorno una como cierta inquietud por las preguntas que pudiera hacernos el sacerdote y si estaríamos o no a la altura para responder.

Y es que decimos que tenemos mucha fe, no dejamos de participar en la eucaristía dominical, incluso muchas veces tenemos más compromisos en la comunidad, pero eso de hablar de una forma personal de lo que es mi fe, como que nos da miedo, como que no sabemos que responder, como que pensamos que no estamos a la altura y entonces preferimos callarnos.

Pues ese es el interrogante que hoy nos plantea la Palabra de Dios en este texto del evangelio. Porque la pregunta no es solo para lo que pudieran responder los discípulos en aquella ocasión, sino para que seamos cada uno los que tratemos de dar una respuesta no convincente por las razones doctrinales que sustenten esa respuesta, sino por vida desde la que demos esa respuesta.

Y lo estamos de alguna manera diciendo y lo hemos escuchado al proclamársenos el evangelio o leído por nosotros mismos. Jesús nos hace una encuesta. Una doble pregunta. Primero qué dice la gente, luego lo que ellos de manera concreta piensan de Jesús. La primera fácil de responder. Había mucha gente entusiasmada siguiendo a Jesús por todas partes, secándole y acudiendo a El con sus enfermos y con sus necesidades y a todas iba dando respuesta Jesús. Ya lo habían dicho ‘Dios ha visitado a su pueblo’; normal era que pensaran que era un profeta, y hacían sus comparaciones, Elías el gran profeta de la antigüedad, Juan el Bautista más reciente. La respuesta estaba dada.

La respuesta que nosotros diéramos a esa pregunta en estos tiempos tendría una variedad muy grande; un gran hombre de la historia, un revolucionario en su tiempo que sus palabras estaban ahí pero sus seguidores ya no tenían quizá el mismo empuje; un personaje de otro tiempo, que hoy ya dice poco; alguien que cambio la historia e incluso su nacimiento ha marcado la medida de los tiempos. Estarían las respuestas de los que siguen sintiendo admiración por Jesús, las respuestas de los que pasan de la historia y de la religión, las respuestas de los que de alguna manera ponen su fe en El, pero no terminan quizá de verlo claro. Es la realidad, no nos asustemos por su crudeza. Hoy no todos admiran a Jesús de la misma manera.

Pero como hemos visto en el evangelio Jesús quiere algo más concreto. ‘Y vosotros ¿quién decís que soy yo?’ ¿Se haría un silencio embarazoso? ¿Quedarían desconcertados sin saber que responder? ¿Tendrían miedo a unas respuestas que los comprometieron, viendo además como se estaban poniendo las cosas en aquellos que querían quitarlo de en medio? ¿Habría alguien que se atreviera a dar una respuesta valiente, pero no de catecismo, no algo aprendido de memoria, sino que saliera del corazón?

Allí estaba Pedro el que siempre se adelantaba a tomar la palabra, a tener la iniciativa, el que parecía que había ido perdiendo los miedos como cuando lo del lago  - claro que un día los miedos volverían y le traicionarían -, el que se atreviera a hablar más claramente. ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’. Ahí estaban las palabras valientes de Pedro, su respuesta clara y decidida. ¿Era en verdad su fe o solamente se estaba dejando llevar del entusiasmo por el amor que sentía por Jesús como cuando le diría un día que estaría dispuesto a dar la vida por El?

Era algo que le estaba saliendo del corazón. Era, es cierto, algo que quería convertir en su vida aunque sabía que le costaba. Era algo que había sido capaz de decir porque el Padre del cielo estaba hablándole en su corazón. Así se lo diría Jesús. No sabes eso por ti mismo, no hablas así porque estés totalmente convencido que las dudas siguen estando dentro de ti, eres capaz de decir esas cosas tan certeras porque el Padre del cielo te está hablando en tu corazón. Y Pedro se había dejado conducir por el Espíritu divino que lo inspiraba. Y allí, podemos decir, que estaba reflejado todo lo que era su vida.

Pero la pregunta viene para nosotros también. ¿Nos quedaremos en un silencio embarazoso o acaso cobarde? ¿Seguirán habiendo miedos en el corazón buscando palabras con las que responder para no salirnos del catecismo, para no salirnos de lo que consideramos que es lo correcto? ¿Nos moveremos inquietos en nuestro sitio como cuando aquel sacerdote nos decía que nos iba a hacer preguntas? Ante esa persona que se cruza con nosotros ¿qué seremos capaces de decirle?

Esa respuesta tenemos que darla desde la sinceridad de nuestra vida. Esa respuesta tiene que ser algo personal, muy personal porque tiene que ser lo que nos salga de lo más hondo del corazón, de aquello profundo que nosotros estamos viviendo. Aunque nuestra fe cristiana la vivimos en Iglesia, en comunión eclesial pero tiene que ser una respuesta personal; no nos vale decir ‘creemos’, sino ‘yo creo’, porque es lo que yo vivo, lo que es mi fe, lo que transmito con lo que hago, lo que son mis convicciones profundas, pero también lo que es la respuesta de amor que tenemos que dar.

Busquemos esa respuesta. Busquemos lo que es nuestra fe profunda. Expresemos valientemente lo que vivimos, porque ese testimonio coherente que demos será lo que convenza a los demás. Y no siempre somos del todo coherentes. No podemos andar a dos aguas; tenemos que quitarnos la careta que nos ponemos para dar una apariencia y tenemos que mostrarnos tal como creemos y vivimos aunque pueda ser que resultemos incómodos para los demás. Pero ése es nuestro testimonio.