viernes, 28 de agosto de 2020

Cuidado estemos llegando tarde para iluminar la sala del banquete de la vida porque nos hemos dormido y encima no tengamos el aceite del evangelio

 


Cuidado estemos llegando tarde para iluminar la sala del banquete de la vida porque nos hemos dormido y encima no tengamos el aceite del evangelio

1Corintios 1, 17-25; Sal 32; Mateo 25, 1-13

Señales de responsabilidad y de madurez humana que hemos de ir dando en la vida es tomarnos en serio lo que traemos entre manos, asumiendo con seriedad lo que son nuestras obligaciones y haciendo las previsiones necesarias ante lo que puede suceder para estar siempre preparados y saber asumir en cada momento nuestra responsabilidad. No podemos hacer dejación de nuestra responsabilidad pensando que ya eso lo resolveremos cuando se presente y buscaremos remedio a última hora. Nuestra responsabilidad no nos permite actitudes y posturas así que parecen muy cómodas.

No es que vivamos con agobio y ansiedad angustiándonos ante el futuro que no conocemos, no es que vivamos obsesionados acumulando y acumulando cosas por si un día las podemos necesitar; son cosas que suceden y personas que viven así y entonces nunca tienen paz y sosiego, siempre andan preocupadas, viven en un agobio permanente que también se les hace difícil tolerar a los que están a su lado. Pero la responsabilidad, la previsión necesaria, la preparación es algo que tampoco podemos dejar de lado. Ahí está la sabiduría de vivir estas situaciones y siempre con paz en el espíritu.

Hoy nos habla Jesús en el evangelio de esa responsabilidad y de esa necesaria vigilancia. No nos podemos dejar dormir en la vida. Y no es solo aquello del refrán (al menos en mi tierra) de ‘camarón que se duerme se lo lleva la marea’. Es el saber asumir bien nuestras responsabilidades. Nos propone una parábola a partir de lo que eran las costumbres de la época para las bodas. El novio vendría que con sus amigos a buscar a la novia para casarse, pero las amigas de la novia en deferencia habían de salir al camino para esperar la llegada del novio. Habían de ir provistas de unas lámparas, que por una parte iban a iluminar el camino de la llegada del novio sobre todo si era en la noche por cualquier motivo, y que luego servirían para iluminar la sala del banquete y de la fiesta nupcial.

Diez fueron las jóvenes encargadas de esa misión. Pero el esposo tardó y hasta se durmieron en la espera. Cuando se escucha la voz de la llegada del novio se prestaron a aderezar sus lámparas, pero las lámparas se apagaban por falta de aceite. Y aquí viene la lección, algunas fueron previsoras y tenían suficiente aceite de repuesto, pero la mitad de ellas se vieron con las lámparas apagadas y sin aceite con que realimentarlas. No les quedaba otra que ir a buscar aceite, pero entre una cosa y otra el esposo llegó, y con las que estaban preparadas entraron a la sala del banquete cerrándose luego la puerta. Cuando llegaron las que fueron a reponer el aceite la puerta estaba cerrada y no se abrió para ellas.

Muchas veces hemos meditado este pasaje del evangelio. Muchas veces nos hemos preguntado por ese aceite y si en verdad nosotros tenemos el suficiente para que se mantenga encendida la lámpara en nuestras manos. Muchas veces hemos recordado nuestro bautismo y ese momento en que se puso también en nuestras manos una vela encendida en la luz de Cristo resucitado. Y nos hemos hecho muchas consideraciones. Seguro que cada uno mientras hemos ido escuchando este pasaje y meditando sobre él ya nos hemos estado preguntando sobre nuestra responsabilidad y vigilancia.

Pensemos si acaso los cristianos hemos dejado de reflejar la luz de Jesús para nuestro mundo; acaso hayamos enturbiado la luz y no brille con la misma fuerza y no ilumine con el mismo ardor esos caminos oscuros de nuestro mundo. Pensemos si acaso no nos habremos dormido pensando que la luz estaba segura, que ya estaba todo hecho, que por sí misma la Iglesia está haciendo resplandecer esa luz, pero esa luz la hemos enturbiado, el testimonio que estamos dando no es el verdadero, quizá nos hayamos contaminado con las luces de nuestro mundo, acaso podamos estar creando confusión porque ya no resplandece con el mismo ardor el evangelio de Jesús.

¿Estaremos llegando tarde porque nos hemos dormido? ¿estaremos nosotros mismos creando confusión porque habíamos abandonado la vigilancia y porque no nos hemos preparado debidamente llenando nuestros depósitos con el aceite del evangelio y ahora a última hora vamos a buscar lo que sea y donde sea, pero ya no es el evangelio de Jesús? ¿Nos habremos dormido tanto que ahora nos dejamos arrastrar por cualquier corriente olvidándonos del evangelio de Jesús? ¿Cuáles son las verdaderas prioridades en sintonía con el evangelio del Reino de Dios? Triste sería que ya nuestras luces no nos valgan para iluminar la sala del banquete de la vida porque incluso para nosotros se nos hayan cerrado las puertas.

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