miércoles, 26 de agosto de 2020

Nuestra palabra y nuestra vida siempre tiene que ser una palabra profética, un testimonio verdaderamente profético aunque no levanten mausoleos en nuestro honor


 

Nuestra palabra y nuestra vida siempre tiene que ser una palabra profética, un testimonio verdaderamente profético aunque no levanten mausoleos en nuestro honor

2Tesalonicenses 3, 6-10. 16-18; Sal 127; Mateo 23, 27-32

‘¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justo…!’ Estas palabras de Jesús en que recrimina a los fariseos y a los maestros de la ley de su tiempo la hipocresía con que vivían sus vidas me hace pensar en cosas parecidas que hoy también suceden.

También vivimos la hipocresía de los homenajes; quizá en vida no eran personas tenidas en cuenta, más bien en ocasiones y un poco según también lo que fuera la dedicación de esos homenajeados a posteriori se les tomaba por locos, no era precisamente un apoyo lo que recibían en las acciones, pongamos por caso, humanitarias que realizasen, no se les perdonaba cualquier error que cometieran, pero después de muertos todo eran alabanzas y reconocimientos, homenajes y dedicatorias. Como decía alguien, medio en broma medio en serio, a mí los homenajes que me los hagan en vida.

En referencia a ese comentario de Jesús hemos de reconocer que nunca los profetas fueron muy tenidos en cuenta, más bien sufrieron acoso por parte de quienes ostentaban el poder en la sociedad de su tiempo, el pueblo muchas veces les volvía la espalda, y terminaban sufriendo persecuciones violentas e incluso la muerte. Por pensar en algunos tendríamos que recordar lo dura que fue la vida del profeta Jeremías que incluso lo echaron en una cisterna para hacerlo morir allí de hambre desde las manipulaciones de los poderosos de su tiempo a quienes les costaba aceptar las palabras del profeta; a Amós podemos recordar como el sacerdote de Betel le decía que se fuera a profetizar en su tierra pero que no fuera una impertinencia en el Santuario de Dios; a Elías lo vemos huir a las montañas del encono de la reina Jezabel que pretendía suplantar el culto al Dios verdadero por el culto a los baales; y así podemos seguir haciendo un recorrido por todos los profetas hasta Juan Bautista encerrado en Maqueronte, odiado por Herodías, hecho decapitar por Herodes.

Todo esto es una lección para nosotros para que aprendamos a hacer una lectura del hoy de nuestra vida iluminada por la palabra de Dios que siempre es palabra de vida en todos los tiempos y para todos los hombres. ¿De alguna manera no es lo que sigue sucediendo hoy? La Iglesia, los cristianos que tenemos que dar un testimonio de nuestra fe y del evangelio que queremos vivir y con el que queremos iluminar nuestro mundo tenemos el peligro de dejarnos seducir en muchas ocasiones por los halagos del mundo.

Si la Palabra que anunciamos y el testimonio que damos son una palabra y un testimonio edulcorado, donde queremos acomodarnos a lo que la gente quiere escuchar, y andamos con paños calientes seguro que recibiremos muchas alabanzas de los que nos rodean. Entonces sí que somos buenos, según ellos la iglesia está realizando muy bien su función y hasta pueden llegar esos reconocimientos públicos que tanto nos halagan. Cuidado caigamos en esas redes que son muy sutiles. Tendríamos que preguntarnos con toda sinceridad si acaso la Iglesia no pueda estar cayendo en esas redes.

Recuerdo una anécdota del diálogo de un obispo y un sacerdote que vino a visitarle; al preguntarle el obispo si estaba contento en la parroquia que le habían encomendado y si la gente estaba contenta, el sacerdote se apresuró a decir que todo el mundo estaba muy contento con él, que toda la gente lo quería y por ahí se explayaba el sacerdote con un orgullo muy grande en su corazón porque todo el mundo lo quería. Malo, le dijo el obispo, si todo el mundo te quiere es que no estás predicando el evangelio en toda su radicalidad, tu vida sacerdotal no está dando el testimonio que tiene que dar; si así fuera, siempre aparecerían enemigos, gente que estaría en tu contra porque la Palabra que les dices no les puede contentar a todos por igual.

No olvidemos que tenemos que ser profetas en medio de nuestro mundo. Por eso no podemos buscar ni el halago ni las alabanzas de los que nos rodean. No podemos acomodarnos ni seguir simplemente los criterios del mundo. Es una tentación que está ahí muy patente y que con valentía tenemos que superar. Vivamos de manera auténtica el evangelio y sus valores aunque muchas veces nos cueste ir a contracorriente. No nos dejemos emborrachar por los cánticos de alabanza y reconocimientos que el mundo pueda hacernos. Nuestra palabra y nuestra vida siempre tienen que ser una palabra profética, con nuestra vida tenemos que dar un testimonio verdaderamente profético. Con nosotros está la fuerza del Espíritu del Señor, no buscamos la fuerza del espíritu del mundo.

 

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