sábado, 4 de noviembre de 2023

Aprendamos a acomodar nuestro paso al de los más débiles poniéndonos a la altura de los ojos de los demás y nuestra mirada nunca sea desde la altura del orgullo egoísta

 


Aprendamos a acomodar nuestro paso al de los más débiles poniéndonos a la altura de los ojos de los demás y nuestra mirada nunca sea desde la altura del orgullo egoísta

Romanos 11,1-2a.11-12.25-29; Sal 93;  Lucas 14,1.7-11

¿Estaremos haciendo de la vida una carrera no de relevos sino de zancadillas y trompicones? Fijémonos en la cara que ponemos en el coche cuando en la mañana nos encontramos largas colas donde no podemos avanzar a nuestras particulares velocidades.

Nos metemos por aquí, nos colamos por allá, vamos a ver como me puedo poner delante, cómo voy a dejar que aquel que se está incorporando se pueda poner por delante de mí, y así andamos con nuestras triquiñuelas para no dejar pasar a nadie y llegar yo el primero. Es la cola de caja del supermercado, es en cualquier sitio donde haya una aglomeración y hasta en la cita del médico, como si nuestro dolor fuera más importante que el de los otros que allí se encuentran buscando atención para sus dolencias. Hemos convertido la vida en una competición.

Cuánto nos cuesta ceder el paso incluso cuando nos encontramos en una esquina de la calle donde haya alguna aglomeración. Nos volvemos hasta inhumanos porque no queremos ni pensar en valorar la situación en que se pueda encontrar la otra persona.

Lo que estoy diciendo es como una manera de aterrizar en diversas situaciones en que nos podamos encontrar – muchas más cosas podrían comentar y la lista se haría interminable – del pasaje del evangelio que hoy se nos propone. Nos dice el evangelista que habían invitado a Jesús a comer en casa de alguien principal, y Jesús observaba cómo los invitados poco menos que se daban de codazos para ocupar los puestos que consideraban mejores o más importantes a la hora de sentarse a la mesa. Los codazos que nos damos en la mesa de la vida.

Jesús nos da unas recomendación que podríamos llamar de buenas maneras, pero que con una llamada y un toque de atención para la actitud de humildad y de mansedumbre que tendríamos que tomar en los avatares de la vida.

No es aquí que Jesús nos esté diciendo, como en otros momentos, que tenemos que hacernos los últimos y los servidores de todos y es ahí donde está la verdadera grandeza; pudieran parecer recomendaciones de cortesía, y la cortesía es la delicadeza con que nos tratamos los unos a los otros. Cuántas veces hablamos de esos gestos y detalles que tenemos que saber tener con los demás. Son los detalles que nos ganan el corazón. Son los detalles con los que expresamos la grandeza de nuestra vida. Son los gestos que manifiestan nuestra cercanía. Es la humildad de sabernos poner en sintonía con los demás para captar también esas ondas de amor que nos puedan llegar de los demás.

Y es que el corazón de los humildes se gana la simpatía, vamos a decirlo así, del amor de Dios. Sus preferidos son los humildes y los pobres, los que saben manifestarse por esos caminos de humildad y los que se saben hacer pobres en un desprendimiento que les hace ganar el reino de los cielos. ¿No nos dijo que serían dichosos los pobres porque de ellos es el reino de los cielos? Un corazón que se manifiesta sencillo y humilde va dejando tras de si las ondas de la simpatía del amor con las que todos pueden sintonizar. Serán los que en verdad van a ser valorados por los que los rodean.

Dejemos de hacer de la vida una competición a sangre y fuego. Aprendamos a caminar juntos acomodando nuestro paso al de los más débiles. Sepamos ponernos a la altura de los ojos de los demás para que nunca nuestra mirada sea desde la superioridad y la altura del orgullo que nos hace egoístas. Sepamos vivir según los parámetros de humildad y de ternura que nos enseña el evangelio.

viernes, 3 de noviembre de 2023

Por nuestros acomodos y falta de valiente testimonio se va secando nuestro mundo, materializando tanto que va perdiendo el sentido espiritual y se va descristianizando

 


Por nuestros acomodos y falta de valiente testimonio se va secando nuestro mundo, materializando tanto que va perdiendo el sentido espiritual y se va descristianizando

Romanos 9,1-5; Sal 147; Lucas 14,1-6

Hay veces en que no somos leales ni con nosotros mismos. ¿Por qué digo eso? Queremos contentar a todos, no queremos desagradar a nadie, a todos ofrecemos una sonrisa aunque por dentro nos estemos recomiendo porque no nos gusta lo que hacen o lo que dicen, pero hay que quedar bien, ser agradable con todos, pero, ¿dónde han quedado nuestros valores y nuestros principios? Como se suele decir a la altura del betún.

No opinamos para no llegar la contraria, y entonces vayan a pensar de nosotros o nos vayan a catalogar. No somos firmes en nuestras convicciones tenemos miedo de que se nos ponga la cara colorada, y entonces disimulamos, tratamos de hacer unas mezclas para que todos se queden contentos, y así podríamos decir muchas cosas que nos cuesta reconocer, pero que tantas veces hacemos de forma parecida para mantener los apariencias.

A Jesús lo habían invitado a comer en casa de uno de los fariseos principales, y como era normal en ese tipo de comidas o banquetes allí estaban todos los amigos del anfitrión que además formaban parte del mismo grupo de los fariseos. Y como solía suceder en ocasiones así estaban todos al acecho a ver qué es lo que hacía o lo que decía Jesús. ¿Se vería Jesús comprometido porque no estaba en su ambiente, estaba además rodeado de todos aquellos personajes principales, así se consideraban, de la sociedad del momento? ¿Cuál sería la manera de actuar de Jesús?

Resultó que apareció allí por el banquete – donde estuviera Jesús enseguida acudían con sus dolencias y con sus angustias – un hombre que padecía de hidropesía. Una enfermedad incómoda y molesta que con llevaba muchos sufrimientos. ¿Qué haría Jesús? Sabía que allí estaban todos aquellos  personajes principales al acecho. Y Jesús va directamente al grano. Lanza la pregunta. Sabía que allí estaban todos aquellos leguleyos, además muchos de ellos maestros de la Ley, siempre pendientes de sus juicios morales sobre todo lo que se pusiera por delante. ‘¿Es lícito curar los sábados o no?’

No lo especifica claramente el evangelista aunque lo de a entender, pero en ese momento se produjo un abismo de silencio. ¿Cómo se atreve a hacer tal pregunta si está tan claro en la ley?, pensarían aquellas personas. Para ellos parecería que la respuesta sería fácil. Pero Jesús estaba preguntando por algo más, estaba preguntando donde está la dignidad de la persona. ¿Qué sería realmente lo que Dios querría en situaciones así?

Y a pesar de los silencios cortantes, Jesús sigue haciendo preguntas, sigue haciendo reflexionar. Se cae un animal a un pozo y aunque sea sábado no lo dejamos morir, sino que haremos todo lo que sea necesario para sacarlo del pozo. ¿Está una persona sumida en sus sufrimientos y la dejaremos que se hunda y se ahogue en el pozo?

No tuvo Jesús reparo en que todos aquellos que le rodeaban, que incluso aquel que lo había invitado a aquella comida pudieran pensar distinto. No actuó Jesús, como se suele decir hoy, haciendo lo políticamente correcto. La verdad de su mensaje tenía que brillar con todo resplandor. El que sepamos buscar siempre por encima de todo es el camino que hemos de seguir y es con el que de verdad damos gloria a Dios. La gloria del Señor no se consigue a costa del hombre, a costa de la persona.

Y es cómo tenemos que mostrarnos los cristianos, que tantas veces parece que vamos como avergonzados; no somos valientes para dar testimonio; no proclamamos lo que son nuestras creencias, nuestros valores y nuestros principios; tratamos de acomodarnos al ambiente en el que vivimos y como sabemos que es desfavorable no vamos a ir de provocadores. Nos falta el arrojo del Espíritu, el testimonio valiente de nuestra fe. Y por esa falta de valiente testimonio así se va secando nuestro mundo, que se va materializando tanto que va perdiendo el sentido espiritual, que se va descristianizando. Seamos valientes que con nosotros está la fuerza del Espíritu.

jueves, 2 de noviembre de 2023

Recordar a nuestros difuntos como encarar el hecho de la muerte nos lleva a asumir un nuevo camino de esperanza en el deseo de vivir en Dios para siempre

 


Recordar a nuestros difuntos como encarar el hecho de la muerte nos lleva a asumir un nuevo camino de esperanza en el deseo de vivir en Dios para siempre

Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7; Sal 24; Filipenses 3, 20-21; Juan 11, 17-27

¿Será la muerte una mala jugada que nos hace la vida? Llega un momento en que tenemos que poner punto final a lo que hacemos o a lo que vivimos; unas veces de forma inesperada, una muerte repentina, un accidente, siempre sin que realmente lo deseemos, por muy abrumados que nos veamos en la vida siempre queremos seguir viviendo, otras veces tras dolorosa enfermedad llena de sufrimientos; pero no solo para quien sufre la muerte, por así decirlo, sino también para cuantos rodean a quien ha fallecido, se trastocan los planes, cambian muchas cosas en ese mismo ritmo de vivir, es el desconsuelo, el dolor de la separación, las incertidumbres que se producen en el interior, las preguntas que parece que no tienen respuesta. Pero esa es la realidad.

Pero, ¿podemos seguir manteniendo lo de la mala jugada con que comenzamos la reflexión? ¿No habrá ninguna respuesta? ¿Todo se queda en incertidumbre y en dolor? ¿Llegaremos a pesar que la vida es algo más que eso que vivimos – valga la redundancia – los días que nos toque vivir?

La fe viene a darnos respuestas; la fe viene a poner esperanza en el corazón; la fe es un rayo de luz que nos puede hacer ver las cosas con una nueva claridad. La fe nos hace mirar a Jesús quien nos dijo que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. La fe nos hace volvernos también a Jesús con nuestras preguntas, con nuestros dolores, con nuestros vacíos, con nuestro dolor.

Aquellas mujeres de Letanía habían puesto su fe en Jesús, e incluso cuando su hermano Lázaro enfermó, le mandaron recado a Jesús. Pero Jesús no había venido; llegó cuando Lázaro llevaba cuatro días enterrado. Es la queja de Marta y la queja también de María después. ‘Si hubieras estado aquí…’ Como nuestras quejas y nuestras lágrimas. ¿Qué podemos hacer si tú no estás con nosotros? Como tantas otras preguntas que nos hacemos desde ese vacío que sentimos por dentro. ¿Tendremos que ponernos de nuevo a los pies de Jesús como María de Letanía para escucharle?

Y Jesús habla de vida y de resurrección; Jesús les habla de fe y de la esperanza que no puede faltar en el corazón. Como más tarde les dirá a los discípulos reunidos en el cenáculo que El se va para prepararnos sitio, porque quiere que estemos con El siempre, que donde esté El también estemos nosotros. Como nos había dicho un día que teníamos que comerle a El para tener vida para siempre, porque quien come su Carne y bebe su Sangre El lo resucitará en el último día. Como nos hablaba de un banquete de bodas sin fin al que estamos invitados, donde ya no habrá luto, ni llanto, ni dolor, sino que todo será vida sin fin.

Sí, creemos que El es la resurrección y la vida y que creyendo en El no moriremos para siempre. Nuestro cuerpo un día se consumirá, pero nosotros somos algo más que un cuerpo material. Hay espíritu en nosotros y cuando nos dejamos inundar plenamente por el espíritu de Dios, nos llenaremos de la vida de Dios, viviremos en Dios, y estaremos participando de ese banquete eterno del Reino de los cielos. Decimos reino de los cielos, porque en nuestro modo humano de hablar tenemos que emplear un lenguaje, pero es decir que estamos en Dios y en Dios para siempre.

Cuando nos dejamos iluminar por la fe, cuando somos capaces de sentarnos a los pies de Jesús para escucharle como María de Betania, todo adquiere otro sentido y aunque nos queden los desgarros humanos en la separación por la muerte de los seres queridos, nuestro pensamiento se llena de esperanza y en esa esperanza comenzamos a tener un gozo nuevo, porque si están con Dios, que es infinito en su misericordia, ¿por qué vamos a llorar desconsolados? ¿Por qué nos vamos a dejar embargar por la tristeza? Si nuestra fe nos hace sentirnos unidos a Dios, nos sentiremos unidos también a esos seres queridos que están en Dios, y eso nos llena de esperanza y aparece una nueva alegría en nuestro corazón.

Es el sentido con que hemos de vivir el recuerdo de nuestros seres queridos difuntos, y el sentido que le hemos de dar a esta conmemoración que en este día celebramos. No es para la tristeza sino para que se abra ante nosotros un camino de esperanza, un camino que nos hará vivir también con un sentido nuevo nuestra vida, porque un día también deseamos estar en Dios para siempre.

No es una mala jugada sino una manera nueva de enfrentar la vida sabiendo de la realidad de la muerte, porque siempre esperamos una vida sin fin.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Hoy cuando celebramos la fiesta de Todos los Santos sepamos aspirar el perfume del amor, de la rectitud, de la verdad, de la santidad que tantos exhalan con sus vida a nuestro lado

 


Hoy cuando celebramos la fiesta de Todos los Santos sepamos aspirar el perfume del amor, de la rectitud, de la verdad, de la santidad que tantos exhalan con sus vidas a nuestro lado

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3, 1-3;  Mateo 5, 1-12a

A vivir que son cuatro días, para allá no nos llevamos nada… son expresiones que escuchamos con frecuencia, y es fácil que en estos días, por aquello de las celebraciones de los difuntos, escuchemos con mucha frecuencia, sobre todo mañana aunque para muchos se haya trasladado esta celebración al día primero con merma del sentido que tiene este día. Esos son los que el mundo llama dichosos, porque la felicidad se les queda en eso, vivir, disfrutar, pasarlo bien sin preocupaciones ni problemas que nos quiten el sueño, y de ahí ya sabemos en lo que consisten esos disfrutes y esas maneras de ser felices.

Pero qué contraste con lo que hoy escuchamos en el evangelio, lo que tendrían que ser nuestros valores, nuestros sueños y nuestras metas si en verdad nos decimos cristianos, seguidores de Jesús y su evangelio. Pasarlo bien parece que es tener de todo, pasarlo bien es que nunca nada nos haga sufrir, porque intentamos pasar por encima de todo eso sin querer atender a esos detalles, pasarlo bien es que yo sea feliz y poco me importe lo que le pasa a los demás, pasarlo bien es sentirme siempre triunfador, colocado como sobre un pedestal porque todos me admiren aunque algunos quizás me teman, y así podríamos seguir haciendo relación de esa manera de entender eso de pasarlo bien.

En contraste, Jesús habla de pobres, de gente que llora y que sufre, habla de los que son incomprendidos por los principios y valores sobre los que han fundamentado su vida, habla de saber llorar también con los que lloran y con los que sufren, habla de unos caminos de rectitud frente al mal que nos rodea lo que tendrá que llevarme a un camino continuo de superación y de vencimiento ante tantas cosas que nos rodean y nos atraen por caminos fáciles. Pero, ¡ojo!, Jesús nos está diciendo que serán dichosos y serán felices y bienaventurados.

Es un nuevo sentido de vivir, es una nueva riqueza que buscamos para nuestra vida, son unos nuevos caminos que nos van a llenar de las satisfacciones más hondas y que serán las que van a permanecer para siempre con nosotros y sí nos vamos a llevar para allá. Es una vida de trascendencia, que nos hace ir más allá del momento presente para encontrar lo que va a dar verdadera plenitud a nuestra vida. Es una vida donde vamos llenando el corazón no de riquezas caducas que las polillas pueden corroer o los ladrones robar.

Son los verdaderos tesoros que embellecen el corazón y que no se quedan en vanidades exteriores que pronto pueden ajarse o que el paso de los años van a llenar de arrugas. Serán esos corazones generosos, compasivos, llenos de ternura y de misericordia cuya sintonía va a hacer felices a muchos. ¡Qué bien nos sentimos al lado de los que tienen un corazón así! ¡Qué mundo distinto construiríamos si todos fuéramos capaces de entrar en esa sintonía!

Es a lo que nos está invitando esta fiesta de todos los Santos que hoy celebramos. Es nuestra fiesta, es el día de todos nosotros, es el día de todos los que han caminado a lo largo de los siglos queriendo seguir y vivir ese camino, es el día en que tenemos que mirar en torno nuestro para darnos cuenta, aunque vivan una vida silenciosa, de tantos y tantos que viven en esa sintonía del evangelio.

Como nos decía el Papa Francisco en una ocasión tenemos que saber descubrir a los santos de la puerta de al lado. Esas personas que están junto a nosotros, cercanas a nuestra vida, con sus luchas y trabajos, con sus deseos de superación a pesar de las debilidades que quizás muchas veces les hagan tropezar e incluso caer, pero con la ternura que van derramando a su paso por la vida en sus familias, en los hijos, en los esposos, en los amigos que están cercanos o con todo aquellos con los que se van encontrando. No somos santos porque nunca hayamos tropezado y quizás caído, sino por esos deseos hondos que tenemos dentro de nosotros de darle un sentido de plenitud y trascendencia a nuestra vida y así queremos ir derramando esas semillas de amor  de paz allí donde estamos.

Hoy cuando celebramos la fiesta de Todos los Santos, no solo miramos el catálogo de los que han sido canonizados por la Iglesia – aunque ellos son también un estímulo, un ejemplo y un rayo de esperanza para todos – sino queremos tener en cuenta a tantos que nos han precedido o que conviven a nuestro lado y han ido dejando tras de sí el perfume del amor, de la rectitud, de la verdad, incluso como decíamos con sus debilidades, y que son también para nosotros ese estimulo y ese ejemplo para nuestro propio camino. Creo que esta celebración tendría que hacernos abrir los ojos para descubrir esos santos que caminan a nuestro lado y nunca tenemos en cuenta.

Son los que viven, como nos decía el Apocalipsis, en medio de la tribulación de la vida, pero están queriendo siempre lavar sus mantos en la sangre del Cordero y, aunque no escuchemos su canto por falta de sensibilidad en los oídos de nuestro corazón, están cantando con sus vidas el glorioso cántico de alabanza al Señor que se eleva desde todos los rincones y con toda la creación.

martes, 31 de octubre de 2023

Nosotros somos esa pequeña plantita que va creciendo y que podemos y tenemos que extender nuestras ramas para que otros también se acojan a su sombra

 


Nosotros somos esa pequeña plantita que va creciendo y que podemos y tenemos que extender nuestras ramas para que otros también se acojan a su sombra

Romanos 8, 18-25; Sal 125; Lucas 13, 18-21

Quieras que no también nosotros admiramos las cosas grandes. Vamos caminando dando un paseo y primero nos fijamos en las grandes montañas que vemos en la lejanía que en un minúsculo sendero que quizás nos conduce a un pequeño arroyo de agua cantarina; observamos un monumento y nos quedamos extasiados ante su grandiosidad, y luego será quizás cuando entramos en los detalles de sus líneas, de sus grabados o de sus pinturas; nos sentimos encandilados cuando vemos a una multitud reunida o manifestándose por cualquier causa y no nos fijamos en los transeúntes que encontramos al paso o los que están allí en la orilla del camino.

Lo podemos aplicar a muchas cosas, a muchos aspectos, a muchas cosas que nos suceden y en las que nos vemos implicados o al menos tendrían que ser un interrogante para nosotros. Cuando escuchamos los relatos del evangelio enseguida nos fijamos en las multitudes que se reunían viviendo de un lado y de otro para escuchar a Jesús, vemos la multitud, pero no nos fijamos en las personas que allá en silencio, en cualquier rincón también están queriendo seguir a Jesús o escuchar su buena noticia.

¿Qué nos está queriendo decir hoy Jesús en el evangelio? Que nos fijemos en lo pequeño, por eso nos habla de la semilla de la mostaza que es bien pequeña y aparentemente insignificante, o en el pequeño puñado de levadura que se mezclará con la gran masa para hacer el pan.

¿Nos querrá decir algo para nuestra vivencia de Iglesia hoy? Algunas veces también quizá añoramos aquellos momentos en que veíamos nuestros templos repletos de personas, le damos mucha importancia y hasta propaganda, por decirlo de alguna manera, a esas manifestaciones religiosas multitudinarias de gentes que se congregan en torno a un santuario o una determinada devoción.

Bajémonos de esos observatorios de altura. Vayamos más a ras del camino de cada día y comencemos a ver lo pequeño, lo que va germinando en el corazón de cada persona, en esas personas sencillas que no hacen ruido ni vociferan desde unos entusiasmos muchas veces estentóreos pero que día a día no solo van sembrando la semilla de la Palabra de Dios en sus corazones, sino que también con sus gestos, con su entrega callada, con sus compromisos con la vida, van siendo esa levadura en medio de nuestro creando de verdad el Reino de Dios.

Hay momentos en que nos sentimos como abrumados y hasta desalentados porque nos parece, frente a tanta algarabía que escuchamos alrededor, que no contamos, que no somos nadie, que la Iglesia va perdiendo influencia en la sociedad, que aumentan los indiferentes o los descreídos. Cuidado que sean ruidos que nos confundan, porque además puede haber quienes estén interesados también en crear esa confusión. No podemos desalentarnos mientras siga permaneciendo viva la llama de la fe en nuestro corazón, y seamos capaces de ver cómo también sigue viva en el corazón de muchos.

Podemos parecer pocos o pequeña semilla, pero no dejemos de sembrar. El Reino de los cielos se parece a la semilla de la mostaza, nos dice hoy Jesús en el evangelio. Pensemos que ya nosotros somos esa pequeña plantita que va creciendo y que podemos y tenemos que extender nuestras ramas para que otros también se acojan a su sombra.

Nos puede parecer insuficiente o insignificante lo que vamos haciendo, pero no dejemos de hacerlo, somos ese puñado de levadura que tiene que hacer fermentar el mundo, y lo hará fermentar. Es válido eso pequeño que hacemos, y que hacen tantos a nuestro alrededor. Aunque nos parezca que no estamos transformando nuestro mundo, aunque por supuesto quisiéramos que fuera con mayor intensidad. Pero valoremos esas pequeñas cosas que se hacen, valoremos a esas personas anónimas que están a nuestro lado queriendo también sembrar su buena semilla.

Creo que estas parábolas que hoy escuchamos nos levantan el ánimo y la esperanza. Es algo que a un cristiano nunca le puede faltar.

lunes, 30 de octubre de 2023

Nos sobran cartelitos que nos señalan horas y días para atender a quien lo necesita, porque nos está faltando amor y sensibilidad en el corazón

 


Nos sobran cartelitos que nos señalan horas y días para atender a quien lo necesita, porque nos está faltando amor y sensibilidad en el corazón

Romanos 8,12-17; Sal 67; Lucas 13,10-17

Toda hora es propicia para hacer el bien. Para eso no hay horarios ni protocolos, solo hace falta amor, sensibilidad del corazón, ojos abiertos, pies dispuestos para caminar y manos abiertas para derramar ternura.

Es cierto que la sociedad se organiza, se traza sus propias pautas, normas y protocolos, pero de una vez por todas tendrían que caerse los cartelitos que nos dicen ‘se atiende de ocho a tres’. Cuando hay amor nos sobran esas pautas y tendremos tiempo para todo. Y nuestra mano siempre estará tendida.

Es cierto que no es fácil. Porque seguimos con lentes oscuras en nuestros ojos, seguimos en un circulo cerrado con un espejo donde parece que solo nos vemos a nosotros mismos, Siguen pesándonos muchas cosas en el corazón, muchos apegos de los que no sabemos desprendernos; nos parece que los únicos de confianza somos nosotros y por eso no sabemos poner nuestra confianza en los demás a los que vemos siempre con prejuicios.

¿Por qué me estoy haciendo esta reflexión? Parece que en aquella sinagoga de la que nos habla hoy el evangelio sí había un cartel para que fueran a pedir el don de la curación en determinados días, de los que siempre estaría excluido el sábado. ‘Hay seis días para trabajar, dice el jefe de la sinagoga, vengan esos días para que os curen’. No soportaba que Jesús hubiera curado a aquella mujer encorvada el sábado cuando se habían reunido en la sinagoga para rezar y para escuchar la ley y los profetas. ¿Estaban reñidas esas cosas con la curación de aquella mujer?

No os importa quitar el bozal al buey para que pueda comer o se le pueda llevar a beber agua, pero no se puede liberar a aquella mujer de aquel mal que padecía. ¿Qué era lo más importante? ¿A quien se tendría que dar prioridad? Pensemos seriamente en las prioridades que nos ponemos en la vida. Y Jesús los deja callados.

Pero eso nos interpela. También pasamos de largo nosotros ante quien nos tiende una mano con una súplica porque llegamos tarde a Misa. También nos justificamos que ya hacemos nuestras limosnas por unos cauces más oficiales, pero no sabemos detenernos para ver y para escuchar, para mirar a los ojos del que está frente a nosotros y mirarnos menos al espejo de nuestro yo. Siempre llevamos prisa. Nos cuesta detenernos a escuchar. No nos interesamos por lo que pueda estar pasando la otra persona. Nosotros nos sentimos bien abrigados y calentitos. En cuantas cosas tendríamos también que detenernos a pensar.

¿Llegará de verdad a dolerme el alma con todo esto que estoy reflexionando y me tendría que hacer pensar? Lo pensamos un momento y pronto lo olvidamos. Seguimos con lo nuestro, con nuestras rutinas, con las cosas que tenemos que hacer… pero dejamos que aquella mujer encorvada, como nos dice hoy el evangelio, siga con sus limitaciones, con sus carencias o deficiencias. ¿No llegaremos a sentir dolor y amargura en el corazón? No terminamos de ponernos en el lugar de la persona que sufre, seguimos mirando a distancia. ¿Se moverá nuestro corazón algún día?

También quizás tendríamos que preguntarnos si no hay demasiados carteles de horarios en la comunidad cristiana.

domingo, 29 de octubre de 2023

Amamos porque nos sentimos amados de Dios y amamos a cuanto Dios ama, nos amamos a nosotros mismos y amamos con ese amor siempre expansivo a los demás

 


Amamos porque nos sentimos amados de Dios y amamos a cuanto Dios ama, nos amamos a nosotros mismos y amamos con ese amor siempre expansivo a los demás

Éxodo 22, 20-26; Sal 17; 1Tesalonicenses 1, 5c-10; Mateo 22, 34-40

Nosotros no hacemos preguntas para poner a prueba – bueno que también los hay maliciosos – pero sí andamos muchas veces llenos de preguntas dentro de nosotros mismos que aunque nos sabemos la lección ‘bien de memoria’, sin embargo andamos renqueando de acá para allá como si no termináramos de tener claro lo que tenemos que hacer.

Es bueno hacernos preguntas, aunque hay a quien no le gusta. Les parece que si se hacen preguntas temblequetea todo lo que tenemos bajos los pies y es como si no nos sintiéramos seguros. Pero hacernos preguntas nos hace avanzar, hacernos preguntas es querer profundizar incluso en aquello que nos parece que tenemos muy claro, hacernos preguntas nos conduce al meollo, a lo que es verdaderamente importante, porque muchas veces nos podemos quedar en la apariencia de la hojarasca y al final no tenemos nada claro.  Y nos hacemos preguntas porque nos sentimos débiles y buscamos fortaleza para nuestra vida.

Le preguntan a Jesús por el mandamiento principal. Todos lo tenían claro, porque era algo que además hasta se sabían de memoria y repetían todos los días. Pero las repeticiones como una cantinela al final nos hace perder su verdadero sonido, el verdadero sentido de aquello que sabemos y que repetimos. Porque ¿nos habremos detenido de verdad a pensar lo que significa eso que decimos en el primer mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas? Muchas veces lo hemos pensado y lo hemos dicho que cuando nos hacemos un examen de conciencia por ese mandamiento es por el que más rápido pasamos porque pensamos que lo cumplimos, porque nosotros amamos a Dios.

Bueno es que Jesús nos recuerde hoy donde están fundamentados y resumidos toda la ley y todos los profetas. Porque cuando le preguntan a Jesús por el mandamiento principal, nos habla de ese amor a Dios con todo el corazón, toda la mente, con toda el alma, pero nos dice que el segundo es semejante, que es también el principal, porque no se puede entender el uno sin el otro. Y nos habla del amor al prójimo, y nos dice que tenemos que amarlo como a nosotros mismos. Y aquí viene la cuestión de si nosotros nos amamos a nosotros mismos, o en qué consiste ese amor que nos tenemos a nosotros mismos. Porque si no nos amamos, o nos amamos con un amor interesado, ¿cómo va a ser ese amor que le tengamos al prójimo?

Claro que todo está partiendo de algo muy importante. Es el amor de Dios. Todo parte de una afirmación de fe en Dios que es único y que nos ama. Y nuestro amor es respuesta al amor de Dios. Dios nos ama y nos engrandece porque nos ha creado a su imagen y semejanza; si tal es la dignidad de la que Dios nos ha regalado, nuestra respuesta no puede ser otra sino la del amor. Por eso, todo nuestro amor para Dios. Pero amamos a Dios y lo que Dios ama. Amamos a Dios y nos amamos a nosotros; amamos a Dios y amamos a todos los hombres que son también amados de Dios.

Si reconocemos nuestra grandeza, de la que Dios nos ha dotado y por eso nos amamos como le amamos a El, con ese mismo amor amamos también a los demás, amamos al prójimo, porque además en ellos estaremos viendo esa imagen de Dios. Por eso vendrá Jesús a completar todo esto en la última cena cuando nos dice que nos da un solo mandamiento y es que amemos a los demás como El nos ama, ‘amaos los unos a los otros como yo os he amado’.

Medida grande del amor la que Jesús nos propone. Ya no es un amor interesado con el que quizás podríamos amarnos a nosotros mismos – cuántas veces nos volvemos egoísta amándonos a nosotros mismos porque al final terminamos encerrándonos en nosotros mismos, lo que ya no es señal de un amor verdadero – sino que tiene que ser un amor generoso y gratuito como es el amor que Jesús nos tiene.

Cuando entramos en esa órbita del amor qué distinto será todo. No nos encierra nunca como en un círculo sino que siempre nos expande. El amor es difusivo de sí mismo. Es como entrar en otra espiral porque el amor se crece más y más precisamente amando. Siempre hay un más allá donde llegar desde el amor. Por eso el amor no tiene límites, es siempre expansivo, crecer y nos hace crecer a los que amamos. Muchas conclusiones prácticas tendríamos que sacar.